martes, 10 de agosto de 2010

Las bondades del TAC

Una profesora de escuela cercana ya a los 60 años despertó hace casi un año con una parálisis facial. Inevitablemente al acudir a la urgencia le realizaron su TAC y poco después una Resonancia Magnética para no tener ninguna duda. Afortunadamente no había ninguna masa responsable de la parálisis, por lo que lo etiquetaron de parálisis de Bell y le mandaron para casa. Pero a las pocas semanas comenzó a sentir vértigos, cansancio, pérdida de memoria y caidá del cabello en una determinada zona. Los nuevos TACs no revelaron nada anormal, pero cayeron en la cuenta de que en la primera ocasión la radiación recibida en su cerebro fue de 6 Grays ( 100 veces  la radiación de un escáner normal y 3 veces la radiación a la que se somete  a un cerebro con un tumor ). 
Así comenzaba el trabajo que publicaba hace poco más de un mes el New England, Rebecca Smith-Bindman en que se planteaba la seguridad del uso de los TACs. Andamos todos muy sensibilizados ahora con la seguridad de los pacientes, pero más sensibilizados hacia unas cosas que hacia otras. Y las pruebas diagnósticas no son en modo alguno inocuas.
La radiación normal de un TAC es entre 100 y 500 veces mayor que el de una radiografía convencional. Es verdad, como comenta Smith-Bindman, que no se ha demostrado una relación directa entre el uso de  TAC y el desarrollo de un cáncer, pero si se sabe que la radiación es un carcinógeno bien conocido.Para la citada autora el riesgo de cáncer derivado de un TAC podría ser tan alto como 1 entre 80.
No es razón por supuesto para generar una alerta social de las que tanto gustan últimamente, pero sí lo es para pensar si tiene sentido continuar con esa alegre práctica de traumatólogos, médicos de urgencia y más de un médico de familia, de descartar todo tipo de padeciemiento a costa de hacer un escáner. Y por supuesto, ahora que tan importante se ha vuelto el ahorro de costes, pensar en cómo vamos a revertir la impresión social generalizada que el médico que no pide un TAC no hace las cosas bien.
Smith-Bindman plantea unas recomendaciones llenas de sentido común: disminuir las dosis  por cada scan., monitorizar estrechamente las dosis en cada centro  (y compararlas con los que lo hacen mejor.), minimzar las dosis a lo mínimo imprescindible y reducir drásticamente el número de TACs solicitados y realizados ( no hay que olvidar que la tasa de incremento anual de TACs en Estados Unidos es del 10%).
Pero como comentan Hillman y Goldsmith en otro trabajo en el mismo número, las claves pasan por revertir la tendencia social de los pacientes a presionar a sus médicos para que les hagan TACs ( sin conocer ni admitir el riesgo inncesario al que se están sometiendo), y a la vez reorientar algunos aspectos de la educación médica y de la formación de especialistas , tanto de los que solicitan pruebas, como las de los que las realizan.
De momento aquí ( algo extraño en uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo) nadie parece pensar que el uso excesivo de las pruebas de imagen sea un problema. Tal vez porque el escáner real de nuestro cerebro sea el que señala el Roto, con su habitual clarividencia.

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