martes, 20 de diciembre de 2011

Engañarse a uno mismo

Decía un amigo mío que el problema de contar mentiras no es tanto el hecho de contarlas, sino la posibilidad de que te las creas.
Dan Ariely, el investigador del MIT ( del que ya hemos hablado otras veces en este blog) publicó este año, con colegas de la Escuela de negocios de Harvard, un articulo muy interesante en PNAS sobre las consecuencias de engañarse a un mismo. Para ello definen el autoengaño como "la valoración positiva de uno mismo a pesar de existir sólidas evidencias en contra". Es sabido que todos tendemos a racionalizar nuestras conductas, especialmente aquellas menos presentables (al fin y al cabo sería inaguantable convivir las 24 horas del día con un tipo del que se tiene muy mal concepto). Pero  aunque las ganancias a corto plazo de ello puedan ser interesantes, a largo  plazo el coste que supone engañarse a uno mismo puede ser demasiado alto. Lo que en definitiva ocurre con cualquier mentira.
La originalidad del planteamiento de Ariely estriba en analizar las repercusiones que tiene el autoengaño sobre las predicciones de futuro. Para ello, Ariely y sus colegas dan a un grupo de los sujetos de estudio la posibilidad de tener un rendimiento mayor del que les correspondería, al permitirles conocer algunas de las respuestas correctas a ciertas preguntas, en un test sobre conocimientos generales. Al comparar los resultados con los que no tienen “chuleta”, el grupo de los que pueden copiar obtiene, como era previsible, mejores resultados. Comprobado lo obvio, evalúan también qué resultado prevé obtener en el futuro cada grupo (el de los que sabían las respuestas correctas y el de los que no las sabían), en otro test semejante de no tener acceso a ayudas de ningún tipo. Y en este caso los que sacaron (con ayuda) mejor resultado en el primer test, sobrevaloran su capacidad en el segundo ejercicio, minusvalorando la influencia que tuvo el haber tenido acceso a las respuestas correctas.
Como la realidad es tozuda, el hecho de creer que los resultados serían mejores no implicó que estos realmente lo fueran, como se demostró en un segundo experimento. Es más, a mayor disposición al autoengaño (medido a través de un test específico), mayor era la sobrevaloración de las propias capacidades.
Alucinación que es además refractaria a los incentivos.E n el tercer experimento, se les ofrecía un incentivo monetario por alcanzar un mayor grado de ajuste a la puntuación real obtenida en la segunda prueba de conocimiento: los tipos que se habían engañado a si mismos en la primera prueba, seguían creyendo que sus buenos resultados eran debidos a sus conocimientos (y no al acceso a información privilegiada), teniendo peores niveles de predicción de la puntuación real obtenida que los que no hicieron trampas. O dicho de otra forma, engañarse a uno mismo, parece tener beneficios en el corto plazo ( mejor resultado en el test inicial) pero no en el largo ( pierden incentivos por su visión deformada de la realidad).
Pero el autoengaño no queda reducido al ámbito privado, sino que en ocasiones acaba siendo público. Son conocidos los casos de sujetos que presumen de hazañas ( sobrevivir en campos de concentración, realizar heroicidades diversas) que nunca ocurrieron. Pero que en cambio ellos llegan a creer que fueron ciertas.
Para rematar la faena, Ariely y su gente realizan un último experimento que trata de analizar el efecto que en todo este proceso tienen el reconocimiento ajeno. Tras realizar el primer experimento (respuestas con o sin chuleta), pero antes de preveer el resultado que obtendrían en el segundo test, dan aleatoriamente a algunos participantes un certificado que reconoce “haber obtenido un resultado por encima de la media”, con su propio nombre y el resultado obtenido. El recibir el reconocimiento aumenta aún más la ilusión  de obtener un resultado aun mejor en pruebas posteriores, percepción que es exclusiva de los que tuvieron acceso a información privilegiada en el primer test. Es decir, el reconocimiento social exacerba aún más el autoengaño, algo a tener en cuenta ante tanto certificado como se emite hoy en día.
El grupo de Ariely concluye que, aunque ante un incidente mas o menos ambiguo rápidamente nos es fácil establecer juicios negativos de los demás, no solo fracasamos a a hora de juzgarnos por conductas poco éticas, sino que incluso utilizamos los resultados que obtenemos de manera fraudulenta para  valorarnos mejor de lo que somos. Una demostración empírica del dicho evangélico sobre nuestra gran capacidad de percibir la paja en el ojo ajeno y no tanto la viga en el propio.
Fotografia. Dan Ariely. Duke U.

3 comentarios:

  1. Cierto. Cierto. Hay mucho de esto.
    Sobre todo el engreimiento de los que consiguen un trabajo por enchufe, y que se acaban creyendo más capacitados que los demás...

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  2. Felicidades por el blog!
    Qué verdad tiene el mensaje que nos trasladas.
    Resalto entre todas las ideas de tu entrada: "Son conocidos los casos de sujetos que presumen de hazañas ( sobrevivir en campos de concentración, realizar heroicidades diversas) que nunca ocurrieron. Pero que en cambio ellos llegan a creer que fueron ciertas."
    Fíjate, lo peor de todo es que encima estas personas esté apoyadas por responsables superiores, aún sabiendo éstos la falta de conocimiento, liderazgo profesional...que tienen...

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  3. Muchas gracias Juany. Tienes razón...e incluso algunos de sus jefes también padecen el mismo síndrome, y llegan a creerse que son eternos, que están imbuidos de una misisón superior, que van realmente a cambiar el mundo en cuatro años. Vanitas vanitatis...

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