lunes, 29 de febrero de 2016

Perdidos en la encrucijada



En opinión de su colega Son House, Robert Johnson tocaba decentemente la armónica, pero sin embargo era un desastre con la guitarra. Según cuentan las crónicas había nacido en Hazlehurst, en el sureño estado de Misssissippi, nieto de esclavos  y fruto de una relación adúltera de su madre, Julie. Era un tipo huidizo, que aparecía y desaparecía por arte de ensalmo de los tugurios del delta. Un buen día se esfumó. Cuentan que llegó al cruce de la 49 con la 61 en Clercksdale donde el diablo le propuso un extraño trato: a cambio de vender su negra alma, Mr. Lucifer le ofrecía convertirse en el mejor guitarrista del mundo.
Las leyendas de músicos que pactan con el diablo es extensa: desde Paganini a otro Johnson ( Tommy) múltiples parecen ser los acuerdos con tal de alcanzar la gloria. En realidad Son House no volvió  a ver a Johnson hasta cinco años después, tiempo más que suficiente para perfeccionar cualquier arte. El hecho es que tras volver de aquella encrucijada en Clarcksdale Johnson revolucionó la forma de tocar la guitarra, inventado entre otras cosas el uso del slide que en aquel entonces se realizaba desplazando sobre el mástil el cuello de una botella ( de whiskey preferentemente). La historia del blues dio en aquel cruce un giro inesperado, y buena parte de la música actual ( blues, rock’n roll, rythm’n blues, soul, jazz) provienen directamente de allí. Cómo será la cosa que hasta el malencarado Keith Richards se negó  a tocar la guitarra en la versión de los Rolling de Love in vain para no cometer sacrilegio.
La Atención Primaria posiblemente se encuentre en una situación lejanamente similar a la de Johnson. Nadie duda de sus avances en los más de 35 años de la llamada “Reforma”. Sin duda sabemos tocar bien la armónica, y jugamos un papel importante en la “banda” del sistema sanitario. Pero convertirnos en el eje, el centro o el Quarterback  del sistema posiblemente requiera de otro tipo de habilidades. Sabemos muy poco de cuales son y serán las “aficiones“ de los nuevos usuarios de los sistemas sanitarios: de esa gente que soluciona su vida a través de un teléfono y un portátil, que tolera mal el retraso y la adversidad. Personas para las que la tan manoseada longitudinalidad quizá no tenga el valor que tuvo en el pasado, si este año vivirán aquí y el que viene muy allá. Pero sí sabemos que los del otro extremo de la curva, los que se aproximan poco a poco a la frontera de los 80, 90 o 100 van a necesitar cada vez más cuidados y servicios que hoy por hoy no existen, en donde el domicilio se convertirá en un nuevo espacio a conquistar con muchos interesados en sacarle partida. No tiene ninguna pinta que los factores que determinan la salud difícilmente se curarán con pastillas, y poca gente hay mejor ubicada que los profesionales de AP para identificarlos, denunciarlos e Intervenir sobre ellos. De la misma forma que alguien deberá cada vez más convertirse en “abogado” de los pacientes, litigando para proteger a su cliente de un mercado cada vez más voraz que querrá convertirle en hipertenso aunque su tensión tenga niveles de shock.
Sin embargo no parece que la necesidad de cambiar de dirección en el cruce y aprender a tocar nuevos instrumentos y tonadas sea en modo alguno una necesidad para la mayor parte de los profesionales que trabajan en Atención primaria. En los últimos meses he tenido la oportunidad de intercambiar opiniones con profesionales, sociedades, colegios profesionales y equipos de dirección y gestión. A la pegunta de si nuestra reforma de los 80 sigue siendo suficiente para afrontar los retos de hoy en día nadie responde negativamente.
De forma que muy posiblemente así seguirán las cosas: con tres sociedades científicas que seguirán convergiendo hacia un punto lejano y remoto, “más allá de Orión”, que seguirán eligiendo como presidente a vicepresidentes  maduros pero muy entusiastas. Seguiremos esperando la próxima oposición dentro de quizá otra década mientras nos sentimos confortados por algún contrato anual.  Moderadamente satisfechos de que algún sistema inforrmático remoto por fin hayan ampliado el tiempo de consulta de 5 a 7 minutos. Resignados a un equipo que no trabaja en equipo, que no es capaz de distribuir de forma racional y progresiva el trabajo en función de su complejidad, equipos incapaces de organizarse de forma autónoma, de incorporar nuevos perfiles en función de nuevas necesidades. En que la longitudinalidad seguirá siendo un estupendo mantra para congresos, pero que a la hora de la verdad será perfectamente sacrificable en beneficio de concursos de traslado que nos acerquen cada vez más a casa.
Viendo lo que hacen los médicos de familia en otros países me resisto a pensar que las oposiciones y las suplencias a salto de mata sean las únicas formas de contratación, que no pueda haber una variada oferta de modalidades de contrato, que no se pueda organizar el trabajo en un centro de forma autónoma (incluida la gestión del recurso más importante, el tiempo). Me cuesta mucho creer que estar casi continuamente accesibles a unos pacientes ( en su casa, en el teléfono o en el centro) a lo largo de los años no sigan siendo lo que nos hace de verdad distintos.
No se trata de dejar de tocar blues. Solo de si es posible hacerlo de otra forma.

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