martes, 21 de junio de 2016

El loco

John Carlin es uno de los periodistas que mejor escribe sobre deportes, especialmente sobre fútbol. Tiene esa capacidad de mirar más allá del juego y la pasión irracional que desata, de darle la distancia que precisan para convertirlos en un símbolo más de la vida, con sus grandezas y miserias.
Esta semana, sin embargo, escribía sobre el terrible asesinato de la diputada laborista Jo Cox: “el que la mató, Thomas Mair es un tipo solitario cuyos trastornados procesos mentales le habían llevado a identificarse con la ultraderecha”. E insiste en que serían los argumentos de la extrema derecha en Inglaterra los que le “habrían incendiado su desequilibrada mente”.
Según Carlin “la única interpretación honesta del asesinato es que fue un acto sin sentido cometido por un loco”. Por lo que  ha trascendido de la investigación el asesino había sido atendido por problemas etiquetados como “mentales”, y supuestamente había sido tratado por depresión ( según algunos medios) o trastornos obsesivo-compulsivos ( según otros). El dilema de la investigación para The Guardian estriba en resolver cual de las dos teorías ( la de ser un loco o la de ser un exaltado miembro de la extrema derecha) es la determinante en el caso.
Una vez más la asociación entre enfermedad mental y delito se hace presente: las personas que padecen trastornos psiquiátricos son un peligro potencial para la sociedad, puesto que tarde o temprano, pueden acabar empuñando un arma , un cuchillo o una bomba y llevarse por delante al primero que tengan a tiro. Y a la vez se considera que nadie que no sea un enfermo mental puede ser capaz de cometer la atrocidad de acabar con la vida de alguien. Así se encuentra la coartada perfecta para disculpar el comportamiento vil e inhumano, la maldad en definitiva. Paradójicamente el enfermo es culpable, el malvado inocente.
El odio es un poderoso veneno que se inocula en el torrente sanguíneo de las sociedades y de forma más rápida o más lenta va  corroyendo sus cimientos. En los tiempos actuales la estigmatización del extranjero, su valoración como peligro por razones de creencia, origen o color de la piel, va extendiéndose como una mancha de aceite, como el vertido tóxico de un petrolero. Ese rechazo al extraño, al refugiado, al pobre, está cada vez más presente en las sociedades europeas. La indiferencia con la que Europa afronta el problema de los refugiados en Grecia (su punto además más vulnerable) es buen ejemplo. Y es claramente visible en los argumentos de los partidarios del Brexit, como se exponía claramente en los carteles de Nigel Farage, lider del UQUIP, el Partido de la Independencia del Reino Unido, principal activista a favor de la salida de Reino Unido de la Unión Europea.
Mientras ignoramos la epidemia de odio , convertimos cada vez más la vida en un trastorno psiquiátrico. Es interesante leer al respecto el editorial de Critical Public Health respecto al movimiento de Global Mental Health ( Salud Mental Global), otra poderosa iniciativa de países ricos occidentales destinada sobre el papel a dar respuesta a las “necesidades “ de los países “en vías de desarrollo” , así como a  los “más desfavorecidos” de los países ricos; múltiples son las agencias, instituciones y corporaciones interesados en su desarrollo y financiación. Los críticos de este enfoque consideran que representa una nueva forma de colonialismo médico, en el que converge el paradigma indiscutible de las definiciones diagnósticas del DSM, la ignorancia del componente cultural de la enfermedad y la visión exclusivamente biológica de las causas de ésta, terreno ideal para la promoción y venta de psicofármacos para cualquier contratiempo de la vida cotidiana.
Por supuesto es absurdo negar la realidad de la enfermedad mental y aún más del inmenso sufrimiento que produce. Pero también lo es ignorar su complejidad , y el papel que en ella juegan los componentes emocionales, culturales y sociales.
Como señala Sara Cooper en el editorial citado se precisa un debate sereno y profundo sobre lo que es y significa el trastorno mental en una determinada comunidad. Boyd y Kerr en la misma revista señalan la progresiva judicialización del trastorno mental en Canadá y otros países occidentales, agudizadas con la aplicación de recortes derivados de las políticas neoliberales y que fomentan el discurso negativo sobre los pacientes con trastorno mental,  a los que cada vez más se vinculan a la violencia y el delito.
El enfermo mental no puede llevar además de su sufrimiento, la permanente sombra de la sospecha. Ni debemos minusvalorar la existencia del mal y sus fuentes de alimentación.


4 comentarios:

  1. Sergio, creo que muchos te agradecemos este post. Y no porque creamos estar locos ni mucho menos, sino porque es necesario decir con claridad, con lucidez como tú lo haces, las cosas realmente importantes. Y si algo lo es para un médico es la influencia que tiene la estupidez generalizada de muchos agentes sociales sobre nuestra práctica cotidiana.
    Esa identificación obsesiva del crimen con el trastorno psíquico es terrible y errada.
    Es terrible en dos aspectos.
    Por un lado, minimiza el mal, el crimen. Claro, estaba trastornado, tuvo una infancia desgraciada, era un solitario… “TENÍA” una enfermedad mental. Como el piloto que estrelló aquel avión. No es concebible que el ser humano sea, como decía Nietzsche, demasiado humano, y por eso, por ser así, es el único ser viviente moral, capaz de lo mejor pero también de lo más horrible. Mengele no estaba loco; de haber vivido en esta época probablemente fuera un destacado profesor de antropología en Alemania. No. Era un vulgar asesino que pudo pasar al acto su maldad gracias a las circunstancias. ¿Cuántos Mengeles hay hoy que llevan una vida sosegada e incluso hasta ejemplar?
    Por otro lado, a la vez que se trata de “explicar” el mal causado por el ser humano, se carga de culpa a quien sufre un trastorno mental. La correspondencia se hace biunívoca: cada criminal es un loco, cada loco un criminal, al menos en potencia. De ahí a que se inste a la segregación del diferente no hay más que un paso en un camino ya iniciado: prevengamos el TDAH desde el sabio DSM medicalizando a todos los niños inquietos, “curemos” a todos los deprimidos, a todos los psicóticos, “coachinguemos” a todos los que se sienten inferiores.
    La identificación insiste en repetir viejos fantasmas de marca. Hace años un asesino probablemente fuese por un genotipo XYY. Ahora se mira a regiones cromosómicas como la región 9q34 y la 17q12, a los genes MAO, CHRNA2, OPRM1… Porque ha de haber un determinismo genético que haga a alguien criminal y que “confirme” molecularmente los resultados de sesudos tests como el “Violence Risk Appraisal Guide (VRAG)”, el “Sex Offender Risk Appraisal Guide (SORAG)”, el “Rapid Risk Assessment for Sexual Offense Recidivism (RRASOR)”, el “Static 99”, el “Iterative Classification Tree (ICT)”, el “Classification of Violence Risk”. Lombroso renace.
    Kiehl va mirando cerebros criminales por las cárceles con un camión de fMRI, etc. etc. La fantasía de Minority Report subyace en la mente de muchos “expertos”.
    Resumiría esto en algo que me parece muy inquietante: la infantilización del sujeto. Nadie es culpable, sólo enfermo. A la vez, cualquier enfermo mental pasa a ser sospechoso y susceptible de cuidado, tomando esté término en el peor de los sentidos.

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    1. Una vez más me siento apabullado ppor tanto conocimiento y tan adecuada y precisamente utilizado. Lo que muestras incrementa laa preocupación sobre lo que nos espera a la vuelta de la esquina, escudriñando cada vez más en los mapas del destino en que se convertirán los genes para anticipar la buena o mala fortuna que espera al observado.
      Todos seremos sospechosos susceptibles de ser "prevenidos" por un comando del Minority Report
      Es muy ilustrativo lo que comentas de Mengele, alguien que si hubiera nacido en una mejor época estar´´ia hoy disfrutando tranquilamente de su cátedra
      Como sería muy posible que muchos de nuestros profesores respetables, se comportarían como Mengele de ser las condiciones otras
      La banalidad del mal
      Y la infantilización de la especie , siempre ininmputable
      Un saludo

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  2. Muchas gracias!!, Javier y Sergio, por vuestros magníficos y necesarios comentarios. Es injusto, cruel y y científicamente reprobable identificar violencia y enfermedad mental. El semblante moral de una sociedad tiene mucho que ver con la manera en que son superados y desterrados muchos de los miedos y prejuicios respecto a la enfermedad mental, con la manera en que "tratamos", es decir, respetamos, a las personas que en algún momento padecen un trastorno mental. Y también en la manera en que dejamos de escondernos y hacemos con valentía frente común en asuntos tan graves como, por ejemplo, el terrorismo, los crímenes de guerra o la violencia de género.

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    1. Un privilegio Rafa leer tu opinión aquí. Yo solo soy un impostor. pero en mi ignorancia creo que la argumentación de que todo criminal hay un enfermo mental, estigmatizamos a la inmensa mayoría de enfermos que además de su sufrimiento tienen que cargar con el estigma de que son peligrosos para la sociedad cuando en modo alguno lo son

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