lunes, 9 de enero de 2017

La muerte deconstruida

“ ¿No serán las técnicas que nos hacen creer que podemos vencer a la muerte nuestros nuevos ritos de exorcismo, no serán una nueva forma de magia?
Odette Thibault. Matrise de la morte. 1975.

De mi clase de BUP solo tres estudiamos medicina; y puesto que  ésta es un tema de conversación  tan socorrido como el tiempo cuando te encuentras con alguien al que no ves desde hace tiempo las cenas navideñas de exalumnos,al margen de repetir por enésima vez las miserias de los 16 año, sirven de fiable testigo de lo que realmente preocupa a la sociedad contemporánea.
Una plaga asola a la generación de los mayores de 50 años en el mundo actual: ya sean ingenieros o abogados, joyeros o bibliotecarios, policías o ladrones, todos los hombres andan aterrorizados por dos órganos ( y no son los vitales en el concepto de órgano vital de Woody Allen): uno es la próstata, el otro el colon y su estrecho vecino, el intachable recto; cabría decir que en ese limitado espacio, menor de una mano, se concentra la mayor parte de las preocupaciones masculinas actuales.
El fómite o vector que transmitió semejante angustia no es bacteria ni virus conocido; puede venir de cualquier fuente cercana: por supuesto, el siempre agorero médico de empresa supone la principal fuente de transmisión, aunque compañeros de trabajo, vecinos del barrio, compañeros de pádel y por supuesto antiguos amigos de colegio contribuyen a la algarabía preventiva, ese pernicioso fuego que tanto azuzan  prestigiosos expertos, sociedades “científicas” amantes del cribado variado, medios de comunicación entusiastas de la prevención a toda costa, y la inevitable administración sanitaria, que distrae con ello a la población de su habitual inoperancia  en materia de organizar la atención sanitaria.
Intentar convencer a nadie de los pros y contras de la supuesta “prevención”, de su efectividad y sus riesgos es tarea tan heroica como intentar convencer a mi hija de  lo gran músico que era Nick Drake.
Pero a veces hay pequeños incidentes que generan la sombra de la duda en las resignadas víctimas de la prevención alevosa.
Imbuido del entusiasmo generalizado por “cribarse el colon”, gran objetivo de nuestras sociedades, un amigo acudió en estos días a realizarse su colonoscopia con la misma alegría con que acudía al Calderón a ver al Atleti. Prueba inocua, en hospital de lujo, rodeado de eficientes profesionales; Se durmió en las brazos de un simpático  anestesista ; y despertó ahogándose en sus propias secreciones, con una sensación inminente de asfixia de la que, afortunadamente, salió. Le quedaron como recuerdo cuatro arañazos en el cuello como líneas de Nazca, cuya causa sigue siendo tan desconocida como las peruanas: “ probablemente ya las traía de casa”, le contestaron sin inmutarse, de forma que la carga de la prueba pasó a manos  ( nunca mejor dicho) de su pareja, convertida en gata feroz en el espacio de tiempo de una colonoscopia.
El segundo caso tiene como origen un inoportuno cólico nefrítico, la mejor trampa conocida para caer en las garras de urólogos intervencionistas. Como demuestra la evidencia lo primero que hay que hacer con las piedras en el riñón es realizar un PSA para quedarnos tranquilos de que no escondes un melón en los bajos de tu automóvil. La primera determinación realizada, casi cuando era “un niño” ( apenas 45 años la criaturita) fue de 1ng/ml; siempre pertinaz, el afamado urólogo fue viendo como se autocumplía su profecía: “con el tiempo subirá”. .. Y así fue, para sorpresa de propios y extraños. Y conforme el “niño” se hacía mayor fue subiendo poco a poco: 1’3, 1’6, 1’9, 2’4,2’6, …hasta llegar a 3,5. La víctima no se asustó demasiado , puesto que siempre le había dicho el experto que por debajo de 4 era normal. Pero cuando fue a consulta descubrió que en el encarnizamiento prostático reinante, el umbral había bajado a 3 ( como la libra tras el Brexit) y era preciso hacer un extraño cociente, PSA libre frente a unido: al abrir el sobre y leer el resultado el desdichado encontró algo parecido a una sentencia de muerte: su cociente se encuentra por debajo del nivel, por lo que su situación es de  “alto riesgo” ( de cáncer de próstata por supuesto).
De nada sirve que el hombre no tenga síndrome prostático alguno, ni de que la cifra alterada sea solo de 3,5, ni de que tenga una ecografía reciente normal de hace solo un mes. La angustiada víctima Imagina el camino de perdición que se esconde tras la próxima visita a ese sacerdote moderno llamado experto.

En definitiva,la modernidad supone ( como señalaba Bauman en Mortalidad, inmortalidad y otras estrategias de vida) la “deconstrucción de la muerte”:  la gran carcasa de la mortalidad ha sido troceada desde la cabeza hasta la cola en delgadas lonchas de temibles pero curables (potencialmente curables) males. Esos males pueden ahora aparecer en cada rincón  y grieta de la vida. La muerte ya no llega al final de la vida: está ahí desde el principio, exigiendo una vigilancia constante, prohibiendo el menor descuido. La muerte nos vigila ( y  hemos de vigilarla) mientras trabajamos, comemos, amamos, descansamos. Puede que luchar contra la muerte siga sin tener sentido, pero luchar contra las causas de la muerte da sentido a la vida”.

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