sábado, 23 de septiembre de 2017

El lado vacío de la botella




"Solícito el silencio se desliza
por la mesa nocturna,
rebasa el irrisorio contenido del vaso.
No beberé ya más hasta tan tarde.
Otra vez soy el tiempo que me queda.
Detrás de la penumbra
yace un cuerpo desnudo
y hay un chorro de música insidiosa
disgregando las burbujas del vidrio.
Tan distante como mi juventud ,
pernocta entre los muebles el amorfo,
el tenaz y oxidado material del deseo.
Qué aviso más penúltimo
amagando en las puertas,
los grifos, las cortinas.
Qué terror de repente de los timbres.
La botella vacía se parece a mi alma."
Jose Manuel Caballero Bonald



En uno de sus artículos más clarividentes Tudor Hart escribía que la ciencia médica se encuentra construida sobre la medición de lo que hacemos, los pacientes que vemos, las enfermedades que identificamos y tratamos. La capital del reino de la medición es el hospital. El lugar donde puede conocerse con precisión el número exacto de pacientes atendidos, ingresados, explorados,intervenidos, codificados y expulsados (ya sea por recuperación, ya sea por muerte).Un mundo de luz.
Fuera de él, se encuentra el mundo de las sombras, los contrastes y los matices, dominado por una rica, diversa y confusa paleta de grises. En palabras de Ian McWinney allí habitan los que definitivamente no están enfermos, los que probablemente no lo están pero no lo sabemos con certeza, los que aún no lo están pero podrían estarlo, o los que aún no lo están suficientemente. Y junto a este amplio espectro de indefinición, también están los realmente enfermos, incluidos los que nos parece inexplicable que lo estén.
Pero junto a todos ellos existe el desconocido territorio de los invisibles, el lugar donde residen los que están enfermos, pero no lo sabemos porque nunca acuden por las consultas, los que a menudo son los que más la necesitan ( esa realidad formulada por Tudor Hart en su conocida de la ley de cuidados inversos).
Los “cíclopes” de hospital (como diría Juan Gervas) sólo pueden medir lo que hacen, puesto que solo pueden conocer a las personas que llegan a sus manos. A diferencia de ellos los generalistas que poseen el tesoro de una lista de pacientes, con sus nombres y sus direcciones disponen de un raro privilegio que nunca tendrán los prestigiosos habitantes de aquel reino de alta tecnología: medir lo que no se ha hace, pero debería ser hecho. Medir en cierta manera, nuestra debilidad, nuestra impericia, nuestra impotencia, a veces nuestro fracaso.
Tanto el trabajo del cíclope especialista como del generalista son esenciales: el primero “rescata” a unos pocos a través de intervenciones generalmente muy  complicadas; pero los segundos “anticipan”, evitan consecuencias más graves a través de medidas aparentemente sencillas, para toda su población. Escribe Tudor Hart: “si los generalistas son ineficientes, los especialistas no pueden especializarse”. El trabajo del buen generalista va mucho más allá de responder a síntomas, para tener la obligación de adentrarse en el territorio de las sombras, convirtiéndose en guía para el paciente en ese territorio incierto, capaz de asesorar sobre probabilidades, riesgos, posibilidades e imposibilidades de la ciencia médica.
El trabajo de Tudor Hart fue publicado haca 35 años. Pero tiene la misma oportunidad que si se hubiera escrito hoy. Se pregunta si realmente queremos desempeñar ese exigente papel, si los generalistas están dispuestos a ser un nuevo tipo de profesionales. Leído 35 años después parece evidente que la respuesta es no. Es cierto que las condiciones para poder hacerlo no se cumplen y, lo que es peor, han ido empeorando con el paso de los años. Las consulta con 50 pacientes al día no son excepcionales , los cupos sobrecargados y nunca bien conocidos, la excesiva burocracia para alimentar los caprichos de oscuros funcionarios no dan opción a alguna a medir lo que no hacemos, a escudriñar para encontrar a los “invisibles”, los que precisan cuidados y no los reciben. Pero cabe preguntarse si en el fondo la razón última es la complejidad y compromiso que esto entraña.
Para Tudor Hart los médicos generales han estado demasiado tiempo centrados en el “tacticismo” de cómo hacer bien su imprescindible, pero limitado, trabajo de atender los síntomas de los que acuden por su consulta. Pasar de una visión táctica a otra estratégica que supone asumir la responsabilidad de participar en el mantenimiento de la mejor salud de la población a cargo supone un salto descomunal.
Tudor Hart reconocía que no todos los médicos generales estarían dispuestos a asumir ese compromiso. Por eso defendía que fuera una actividad especial, pagada, reconocida, que diferenciara el generalista normal del médico clínico comunitario, miembro de un equipo, de una comunidad.
Visto el fracaso de esa utopía treinta y cinco años después, cabría plantearse si en una nueva generación existe gente dispuesta a asumir ese reto. O si, por el contrario, debemos renunciar definitivamente a escudriñar la mitad vacía y oscura de la botella, dejando que "siga deslizándose el silencio" sobre ella.

5 comentarios:

  1. Quizá el silencio esté ganando la batalla en nuestros países

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  2. Es difícil dilucidar cual de tus escritos es mejor, y éste es especialmente bueno.
    Mi amigo Fernando A. Alonso lo acompaña de http://www.bmj.com/content/318/7197/1515

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    1. Mil gracias Andres
      Imprescindible el articulo que comenta Fernando

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  3. Totalmente cierto. Por eso es necesario trabajar para visibilizar el aporte que humildemente realizamos. Una iniciativa es NotasLoc@s; intentamos dar color a la Literatura Gris: http://estancambiandolostiempos.blogspot.com.uy/2017/09/por-que-intentamos-dar-color-la.html

    Aqui intentamos explicar porqué. Abrazo

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