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miércoles, 12 de enero de 2022

"Hacia el fin de la excepcionalidad": el editorial imprescindible de AMF para cualquier sistema sanitario del mundo



El Comité de Redacción de la revista española AMF, de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (semFYC) acaba de publicar un largo editorial sobre la situación actual de la atención a la pandemia ( Hacia el fin de la excepcionalidad).

Es un editorial imprescindible, largo, lleno de argumentos y matices, que deja un panorama con múltiples claroscuros, inevitable en fenómenos complejos como el que vivimos. Posiblemente por eso no gustó ni gustará a los fundamentalistas y ayatolas que asolan medios de comunicación y redes sociales, desde los negacionistas de enfermedad y vacunas a los amantes del autoritarismo científico ( que tan bien enunció Javier Peteiro) en que sólo su voz y la de los que refrendan sus posturas tienen validez.

Hay una gran diferencia sin embargo, en el enfoque de los autores de la editorial: practican la medicina de familia desde la trinchera en la que políticos sin escrúpulos y gestores sumisos han convertido a la Atención Primaria. Aunque todos y cada uno de sus argumentos están sustentados en trabajos y datos científicos, su visión es la de los que cada mañana o tarde, desde haca dos años acude al centro de trabajo sin instrucciones y directrices coherentes ( a menudo sin directriz alguna), sin medios de protección durante muchas fase de la pandemia, sabiendo que no sólo deberá atender a los pacientes de su cupo, sino muy probablemente a los del cupo de la puerta  de al lado de su consulta, porque su colega hoy no acudirá por estar ausente, enfermo, imposibilitado de acudir por las caprichosas cuarentenas del político de turno.

También a diferencia de otros tantos manifiestos plúmbeos e intimidatorios, la editorial es de una claridad evidente, centrada en cinco ideas clave: 

-       1.- El virus no va a desaparecer (en contra de aquellos “hooligans” del covid zero, no se si se acuerdan).

-       2.- La vacunación debe ser basada en le evidencia y la equidad: ¿dónde quedaron aquellas efectividades del 95% que tanto jalearon los expertos de relumbrón? ¿ como es posible que nuestra prioridad sea la tercera, cuarta ( Israel, Chile) y pronto quinta dosis para engordar las cuentas de resultados de empresas que ignoran sus obligaciones de legales de hacer transparentes sus datos y compartir sus patentes?

-       3. Se precisa una comunicación para una sociedad adulta, no basada en los criterios de padres autoritarios que castigan a los niños sin postre si no se portan bien y van sin mascarillas por medio del bosque. Que respete a los que discrepan e intente su convencimiento con argumentos, y no con llamadas, hoy a “joderles” (como hace el patético presidente francés, y mañana quizá a encerrarlos en guettos o granjas. La gente no es culpable. Confinar a la gente en sus domicilios, cerrar colegios, impedir a los jóvenes ver a sus amigos, impedir que se reúnan familias poniendo puertas al campo e impidiendo entrar en tu país tiene un coste desproporcionado. Los políticos y gestores de esta catástrofe ( aun no evaluada de forma independiente) sí son responsables.

-       4.- Se precisa recuperar no una nueva normalidad sino la vieja normalidad, es decir la única normalidad real. Alejada de ese “Carrusel deportivo” diario en que cada noticiero compite con el resto en quien asusta más sobre a donde vamos a llegar en la pandemia, ignorando ( como muy bien señala el editorial) las diferencias entre una prueba positiva, una prueba verdaderamente positiva, un caso, una persona enferma, un contacto estrecho  o una persona contagiosa. O las diferencias entre un enfermo con Covid 19 , por Covid 19, hallazgos casuales de Covid 19 o infecciones nosocomiales por la misma.. 

-       5.- Es imprescindible “dejar de hacer para poder hacer”, aquel brillante aforismo del gran Josep Casajuana, (uno de los grandes médicos de familia de este país), por mucho que le moleste al doctor Carballo, quizá la más clara muestra del miedo que puede llegar a generar un médico con un micrófono en las manos.

Además de eso señala uno de los grande agujeros negros que siguen sin solución, responsable al menos de la mitad de las muertes producidas en España: la falta de condiciones adecuadas de las residencias de mayores, responsabilidad indiscutible de los gobiernos de este país que eluden de la manera más miserable, empezando por la comunidad de Madrid y el propio gobierno de la nación.

Por supuesto ya han salido los Apocalípticos de turno a abominar de estas recomendaciones: desde sus púlpitos, en la comodidad de sus cuidadas bibliotecas (cuyos libros cambian cada día) desde el silencio de sus laboratorios (donde no hay pacientes airados en la puerta solicitando un certificado que nunca podrán entregar), y bien remunerados por las cadenas de televisión y radio,  es fácil seguir preconizando las medidas  y previsiones que llevan dos años proponiendo, y cuya fiabilidad deja el virus en ridículo una vez tras otra. Salieron también las otras sociedades de médicos de Primaria que se sigue sin saber bien a que juegan. 

Ninguno entiende que se proponga tratar a la pandemia con la atención e importancia que merece, pero no menos que al inmenso conjunto de otros pacientes que el único delito que han cometido es no tener Covid: los pacientes con cáncer, con múltiples condiciones crónicas, con problemas de salud mental, de pobreza, de exclusión. La gente que, día a día, atienden los médicos de familia que siguen sin recibir por parte de esta sociedad ( y en especial sus políticos y medios de comunicación) el respeto, el trato, los recursos y la admiración que merecen.

domingo, 9 de enero de 2022

Estampas navideñas en tiempos de pandemia





Como ciudadano obediente que soy, y siguiendo una vez más las indicaciones de mi presidente del gobierno (uno de los más atractivos del mundo), y de mi ministra de sanidad (una de las más expertas en el contenido de su cartera) salgo a la calle dispuesto a dar un paseo. Recorro las calles vacías de mi pueblo en un sorprendente día primaveral en pleno diciembre, cuando veo a más de cien metros a una adorable señora que me hace señas ostentosas: pienso que es para felicitarme el año , pero inmediatamente compruebo que es otra ciudadana proba, que me conmina a que me ponga la mascarilla visiblemente enfadada. Rápidamente me la coloco, excusándome por el olvido imperdonable de no recordar la obligación taxativa implantada recientemente por el gobierno español de usar la mascarilla en exteriores. Aunque la evidencia científica (basada en ensayos clínicos aleatorizados y metanálisis) sobre la efectividad de la mascarilla en prevenir la infección por Covid-19 sigua siendo cuando menos débil (como bien han argumentado Prasad y compañía), hasta el punto de ser considerada  su obligatoriedad algo próximo al “pensamiento mágico” (ante la sorprendente ausencia de evidencias sólidas, ya dos años después del comienzo de la pandemia) ,  se sigue obligando al personal a su uso según el capricho de la autoridad de  turno, a la manera más de amuleto que de efectiva medida no farmacológica: se admite unánimemente que “cualquier máscara, usada cualquier número de veces, usada de cualquier forma, por cualquier cantidad de tiempo, en cualquier lugar, reduce la transmisión en una cantidad considerable”, cuando de ser realmente una intervención preventiva debería definirse con claridad  qué tipo de materiales, forma de colocación, o caducidad de uso debería tener (puesto que la antigüedad de algunos cubrebocas es cercana al inicio de la pandemia). Al margen de que si aceptamos (como parece aceptar la amplia mayoría de la comunidad científica) la hipótesis de que el SARS Cov 2 se transite esencialmente a través de aerosoles, poca protección darán mascarillas sueltas que no protejan férreamente mucosas. Pero  ¿quienes somos nosotros para dudar de las infalibles decisiones de nuestros abnegados políticos y sus no menos comprometidos asesores?.
Ya bien pertrechado de mascarilla me dirijo a la farmacia donde una cola impresionante me confirma la tremenda alarma social generada por  omicron. Observo las explicaciones pormenorizadas de la farmacéutica a un amplio abanico de personas de mi pueblo de todas edades para hacerse el test de antígeno, y no puedo evitar dudar de la fiabilidad de tales pruebas dejadas al buen criterio del ciudadano. Por fin llego bien enmascarado a un bar donde todo tipo de carteles me indican la prohibición de no poder entrar si no es bien embozado, pero esa exigencia es de nuevo otro amuleto contra el yuyu, pues una vez alcanzada la mesa más cercana, puedo quitarme la mascarilla inmediatamente, como si en ese minúsculo tránsito de la puerta a la silla hubiera adquirido todas las inviolabilidades de  R’has al Ghul. Todas las autoridades mundiales respaldan este extraño fenómeno de inmunidad tipo “estoy en casa” del parchís, donde ninguna malévola confluencia viral me puede dañar. Ya en la mesa, el amable camarero me pide el certificado vacunal. Acudo a mi teléfono móvil, y me  alegro de que mi madre no hay venido porque la habrían echado a patadas. Busco en el teléfono, pero a pesar de llevar el certificado a mano para los viajes internacionales, no lo encuentro. Me conecto a la app de la Junta de Andalucía para descargarlo pero no dan por válidos mis números. Me conecto entonces a la web del Ministerio de Sanidad de su excelencia la señora Darias pero me piden el certificado digital que no tengo instalado en el teléfono. A todo esto mis compañeros de farra han consumido dos cervezas y sus correspondientes tapas mientras sigo buscando el certificado. El camarero,amable, se apiada de mi y da por buena la intención: “nosotros no somos ni policías ni sanitarios , pero tenemos que comprobarlo , no sea que el paisano que viene al bar sea un policía camuflado”.
A mi sobrino , covid positivo , le confinaron 10 días en su dormitorio unos días antes de Nochebuena. Pero los extraordinarios gobiernos autonómicos (quizá como muestra de su magnanimidad navideña) redujeron los encierros cuarentenales a siete días. ¿Por qué no 8? ¿o 5? Pues no está claro: algunos gobiernos lo justifican por la sobrecarga de la Atención Primaria ( excusa ahora para todo), otros aducen el riesgo de quedarnos sin servicios esenciales, otros alegan el exceso de bajas… todos argumentos de amplia solidez científica y de gran coherencia con medidas previas, como se ve.
Escucho en el telediario que en Cataluña incluyan los autotest en los listados de positivos pero Madrid, gran entusiasta de los test masivos (de nula utilidad como bien argumenta Allyson Pollock,pero de gran utilidad mediática para la demagoga Presidenta madrileña), promueve su uso pero no piensan declararlo como casos.  De forma que ante el gran número de contagios y que los criterios de notificación cambian en tiempo y espacio de forma vertiginosa, más lógico sería decir que la incidencia acumulada a 14 días en España es simplemente…mucha.