El hombre moderno se halla en una posición en la que mucho de lo que el piensa y dice no es otra cosa que lo que todo el mundo piensa y dice.”
Erich Fromm.
El miedo a la libertad.
1941.
Imagine que le invitan a participar en un experimento. Consiste en colocarse en un pequeño cubículo ante una pantalla electrónica e ir tecleando la respuesta correcta ante la exposición de una serie de imágenes geométricas. Otras cuatro personas ocupan los correspondientes cubículos a su lado. Cada uno de los sujetos ve la respuesta de los demás, pero no pueden interaccionar entre ellos.
Ante la aprición en la pantalla de una figura geométrica determinada, debe identificar la figura que le parece más larga; cambia la imagen, pero ahora responde solo después de saber que ha contestado otro compañero; cambia la figura y pasa a responder en tercer lugar. Por fin , aparecen en la pantalla cinco líneas ; esta vez le toca contestar en último lugar: tiene muy clara cual es la más larga, pero tiene que esperar a que contesten los demás. El primero elige una que le parece equivocada ; pero el segundo también elige la que te parece errónea; y el tercero, y el cuarto. ¿Qué haría?
Este experimento fue realizado en una soleada sala de la prestigiosa Universidad de Berkeley en California por el profesor Richard Crutchfield, uno de los profesores de Psicología más prestigiosos de ests disciplina. Crutchfield era un generalista, alguine interesado en la psicología en su conjunto, que declinó las ofertas para especilizarse en campos más lucrativos. Realizó su experimento con un grupo de jóvenes talentos que se sometieron voluntariamente a una serie de pruebas para explorar personalidad y liderazgo, hace más de cincuenta años. Y aunque la respuesta correcta estaba muy clara, 15 de 50 sujetos que hicieron el experimento cambiaron su respuesta por la mayoritaria en el grupo, a pesar de que era errónea.
La idea había sido ya desarrollada por Solomon Asch unos años antes.Hacía pocos años que había terminado la II Guerra Mundial. Los totalitarismos de entonces ( fascismo por un lado, estalinismo por otro) habían tenido un importante respaldo popular. Los científicos sociales querían avanzar en el conocimiento de por qué triunfan los movimientos de masa y la gente no ve lo que es evidente.
En las diferentes series de experimentos de Asch a menudo los sujetos abandonan su propia opinión para aceptar la opinión del grupo, aunque sepan que está equivocada.
Estos experimentos son también citados en el libro de Gardner ya comentado en el blog.
¿Por qué somos tan dependientes de la opinión ajena? En el fondo de nuestro cerebro primitivo , de hombres de las cavernas la opinión ajena nos importa mucho. Al fin y al cabo a menudo la supervivencia de la tribu dependía de que ésta tuviera una conducta común. Pero han pasado los siglos y ya no salimos por las mañana a cazar. Aún así, desempeñemos el papel de médico o de paciente, de gestor o de investigador , nos cuesta mantener nuestra posición si creemos que estamos en lo cierto. Reconocer que ello forma parte de nuestra herencia es el primer paso para superarla. Porque sin valorar y cuestionar el conocimiento existente es más dífícil la creastividad y la innovación.
Seguimos aceptando la opinión ajena como propio si ésta es mayoritaria. Si añadimos a ello la dificultad con la que nos cuesta modificar nuestras ideas y planteamientos es fácil deducir que somos presa fácil para el pensamiento único. Fuera de él hace mucho frío.
Ante la aprición en la pantalla de una figura geométrica determinada, debe identificar la figura que le parece más larga; cambia la imagen, pero ahora responde solo después de saber que ha contestado otro compañero; cambia la figura y pasa a responder en tercer lugar. Por fin , aparecen en la pantalla cinco líneas ; esta vez le toca contestar en último lugar: tiene muy clara cual es la más larga, pero tiene que esperar a que contesten los demás. El primero elige una que le parece equivocada ; pero el segundo también elige la que te parece errónea; y el tercero, y el cuarto. ¿Qué haría?
Este experimento fue realizado en una soleada sala de la prestigiosa Universidad de Berkeley en California por el profesor Richard Crutchfield, uno de los profesores de Psicología más prestigiosos de ests disciplina. Crutchfield era un generalista, alguine interesado en la psicología en su conjunto, que declinó las ofertas para especilizarse en campos más lucrativos. Realizó su experimento con un grupo de jóvenes talentos que se sometieron voluntariamente a una serie de pruebas para explorar personalidad y liderazgo, hace más de cincuenta años. Y aunque la respuesta correcta estaba muy clara, 15 de 50 sujetos que hicieron el experimento cambiaron su respuesta por la mayoritaria en el grupo, a pesar de que era errónea.
La idea había sido ya desarrollada por Solomon Asch unos años antes.Hacía pocos años que había terminado la II Guerra Mundial. Los totalitarismos de entonces ( fascismo por un lado, estalinismo por otro) habían tenido un importante respaldo popular. Los científicos sociales querían avanzar en el conocimiento de por qué triunfan los movimientos de masa y la gente no ve lo que es evidente.
En las diferentes series de experimentos de Asch a menudo los sujetos abandonan su propia opinión para aceptar la opinión del grupo, aunque sepan que está equivocada.
Estos experimentos son también citados en el libro de Gardner ya comentado en el blog.
¿Por qué somos tan dependientes de la opinión ajena? En el fondo de nuestro cerebro primitivo , de hombres de las cavernas la opinión ajena nos importa mucho. Al fin y al cabo a menudo la supervivencia de la tribu dependía de que ésta tuviera una conducta común. Pero han pasado los siglos y ya no salimos por las mañana a cazar. Aún así, desempeñemos el papel de médico o de paciente, de gestor o de investigador , nos cuesta mantener nuestra posición si creemos que estamos en lo cierto. Reconocer que ello forma parte de nuestra herencia es el primer paso para superarla. Porque sin valorar y cuestionar el conocimiento existente es más dífícil la creastividad y la innovación.
Seguimos aceptando la opinión ajena como propio si ésta es mayoritaria. Si añadimos a ello la dificultad con la que nos cuesta modificar nuestras ideas y planteamientos es fácil deducir que somos presa fácil para el pensamiento único. Fuera de él hace mucho frío.
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