Hace unos día Elena Escala, Redactora Jefe de este periódico, formulaba una interesante pregunta. ¿Quién teme al médico “empoderado”? Mientras parece que las iniciativas para “empoderar” a los pacientes se multiplican por parte de las administraciones, las destinadas a fomentar y facilitar la autonomía profesional no pasan de ser declaraciones teóricas. Tal vez algo pueda tener que ver en ello la percepción que una sociedad (y en especial sus políticos) tiene de sus médicos. En ese sentido, Jain y Cassel publicaron recientemente un interesante comentario en JAMA. Lo subtitulaban ¿Caballeros, Truhanes o Títeres? ( Knights, Knaves or Pawns?), inspirándose en la concepción de los seres humanos como tales, según la teoría del profesor de la London School of Economics, Julian Le Grand. En función de cómo consideremos a los seres humanos (y en este caso a los médicos) las políticas públicas serán fundamentalmente permisivas, punitivas o prescriptivas respectivamente.
Si creemos que los médicos son “caballeros” ( una especie de Atticus Finch,el abogado de “Matar a un Ruiseñor”), preocupados en su actualización permanente y en dar siempre la mejor atención posible a sus pacientes, se debería poner en sus manos la gobernanza del sistema sanitario. Dar la prioridad más alta a dotarles de la mayor autonomía en la toma de sus decisiones.
Si por el contrario pensamos que son “Rufianes” ( del tipo del futbolista holandés de Jong conocido , entre otras fechorías, por su patada en el pecho a Xabi Alonso en la final del Mundial), la sociedad debería protegerse de ellos, sabiendo que su interés siempre será egoísta, siendo la atención a sus pacientes solo un "medio para...". En este caso bienvenidos sean monitorizaciones estrechas de su desempeño, publicidad y comparación de sus resultados, así como incentivos que fomenten lo que deben hacer.
Por último, si se considera a los médicos como títeres (Pinocho antes de hacerse humano), de conducta impredecible puesto que depende de que vientos soplen en su entorno, siempre dispuestos a hacer lo que ordenen sus jefes o esté de moda, la sociedad debería preocuparse de que hicieran lo adecuado ante su falta de criterio. Como señalan Jain y Cassel a este tipo de médicos si se les pide que hagan más pruebas diagnósticas las harán, y si se les pide lo contrario…también.
Obviamente la realidad es suficientemente compleja como para relativizar este tipo de categorizaciones. Pero algo también reflejan. Todos somos a la vez caballero, villanos o títeres. Pero, como en los cócteles, un componente suele predominar sobre los otros en cada caso. Y tal vez me atrevería a decir que existe una tendencia creciente por parte de las organizaciones a emplear instrumentos que son de especial utilidad en el caso de tratar con arquetipos rufianescos. Y que posiblemente han proliferado en estos últimos años comportamientos más cercanos al del títere entre los profesionales, una vez garantizados tanto el empleo como la comodidad. Al margen de la necesidad de que los médicos aumenten su dosis de “caballeros” y de que la sociedad lo reconozca, el problema fundamental es tratar a los que son caballeros como si fueran rufianes. Y a los rufianes como si fueran caballeros. En un caso perderán el compromiso con la organización. Y en el otro se aprovecharán de ella.
Si creemos que los médicos son “caballeros” ( una especie de Atticus Finch,el abogado de “Matar a un Ruiseñor”), preocupados en su actualización permanente y en dar siempre la mejor atención posible a sus pacientes, se debería poner en sus manos la gobernanza del sistema sanitario. Dar la prioridad más alta a dotarles de la mayor autonomía en la toma de sus decisiones.
Si por el contrario pensamos que son “Rufianes” ( del tipo del futbolista holandés de Jong conocido , entre otras fechorías, por su patada en el pecho a Xabi Alonso en la final del Mundial), la sociedad debería protegerse de ellos, sabiendo que su interés siempre será egoísta, siendo la atención a sus pacientes solo un "medio para...". En este caso bienvenidos sean monitorizaciones estrechas de su desempeño, publicidad y comparación de sus resultados, así como incentivos que fomenten lo que deben hacer.
Por último, si se considera a los médicos como títeres (Pinocho antes de hacerse humano), de conducta impredecible puesto que depende de que vientos soplen en su entorno, siempre dispuestos a hacer lo que ordenen sus jefes o esté de moda, la sociedad debería preocuparse de que hicieran lo adecuado ante su falta de criterio. Como señalan Jain y Cassel a este tipo de médicos si se les pide que hagan más pruebas diagnósticas las harán, y si se les pide lo contrario…también.
Obviamente la realidad es suficientemente compleja como para relativizar este tipo de categorizaciones. Pero algo también reflejan. Todos somos a la vez caballero, villanos o títeres. Pero, como en los cócteles, un componente suele predominar sobre los otros en cada caso. Y tal vez me atrevería a decir que existe una tendencia creciente por parte de las organizaciones a emplear instrumentos que son de especial utilidad en el caso de tratar con arquetipos rufianescos. Y que posiblemente han proliferado en estos últimos años comportamientos más cercanos al del títere entre los profesionales, una vez garantizados tanto el empleo como la comodidad. Al margen de la necesidad de que los médicos aumenten su dosis de “caballeros” y de que la sociedad lo reconozca, el problema fundamental es tratar a los que son caballeros como si fueran rufianes. Y a los rufianes como si fueran caballeros. En un caso perderán el compromiso con la organización. Y en el otro se aprovecharán de ella.
Si ni Julito Iglesias tenía claro si era un truhán o un señor (un caballero, siguiendo la nomenclatura de tu post, Sergio), nosotros es normal que no sepamos ni lo que somos. Yo quisiera ser un caballero, empoderado, tener autonomía profesional, decidir con pacientes empoderados igualmente, y tratar con la comunidad, concepto algo difuso y en la mayoría de las ocasiones inmombrable. No quisiera, sin embargo, ser determinista, y pensar que soy un títere más, zarandeado por unos y otros (aunque te juro que aveces me siento así). Y desde luego no quiero ser un truhán, aunque reconozco que a veces lo soy... Genial post, Sergio, como siempre, lo que uno aprende de vos, che.
ResponderEliminarAtticus, el caballero protagonista de Matar a un Ruiseñor, educaba a sus hijos explicándoles que "solo se conoce realmente a un hombre cuando uno se ha puesto sus zapatos y caminado con ellos".
ResponderEliminarSería bueno que desde los poderes políticos y la gestión, de vez en cuando se calzaran los zapatos de los clínicos y caminaran. Aunque solo fuera para clasificarlos adecuadamente como rufianes o caballeros, que de todo hay.
miguel melguizo jiménez
Muchas gracias a los dos.
ResponderEliminarEnrique es de los pocos que además propuso un proyecto concreto para que este pudiera ser un país para caballeros, como bien dice con capacidad de asumir riesgos y responsabilidades. Pero como quien oye llover.Al poder no parecen gustarles los caballeros, algo que ven de otro siglo, en este en el que tanto gusta la gente uniformada y bien mandada.
La reflexiónd e Miguel es también clave. Hablamos mucho de empatía, pero la forma de llevarla a cabo, que es la expresión magnífica de Atticus, ponerse los zapatos del otro, apenas se fomenta.
Pero habrá que seguir insistiendo