“Solo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos”
Fedor Dostoyevski
En la Viena de Sigmund Freud o Alfred Adler, Viktor Frankl estaba llamado a ser una de las figuras más importantes en el campo de la psiquiatría. En 1940 fue nombrado director de la sección de Neurología del Hospital de Rotschild, una posición sumamente comprometida puesto que dicho hospital atendía únicamente a pacientes judíos. Cuando creció el hostigamiento, se inició la deportación y la mayor parte de los símbolos judíos fueron destruidos, para el Dr Frankl la huida parecía la única salida posible. Consiguió sin demasiada dificultad el visado para emigrar a Estados Unidos, lo cual además de salvarle de un futuro ominoso bajo el nazismo, le permitiría avanzar en su prometedora carrera. Sin embargo no había visado para sus padres. El dilema que se le planteaba a Frankl no era sencillo: o renunciaba a un futuro seguro y prometedor ,o abandonaba a sus padres a su suerte. Tras muchas dudas, Frankl dejó caducar su visado. A diferencia de muchas otras víctimas del holocausto, Frankl pudo haberse salvado sin demasiados problemas. Pero decidió no hacerlo sabiendo perfectamente cuales serían las consecuencias. Una semana después la familia entera, Viktor Frankl, su mujer y sus padres fueron deportados a Auschwitz . Allí fue separado rápidamente de su mujer y de su madre, a quienes no volvió a ver nunca. Asistió en persona a la muerte de su padre. En esa situación pensó reiteradamente en el suicidio, la liberación de tanto sufrimiento. Sin embargo se conjuró consigo mismo en luchar contra esa idea de “lanzarse contra las alambradas “. Su experiencia en el campo de concentración le llevó a escribir un librito inicialmente titulado Un psicólogo en un campo de concentración. Aunque la primera edición no se vendió mal, la segunda fue un fracaso. Tuvieron que pasar veinte años y un cambio de título ( el Hombre en busca de sentido) para que pasara de ser un “Libro enfermo” a uno de los 10 libros de mayor influencia en los Estados Unidos según la propia biblioteca del Congreso, uno de los pocos grandes libros de la humanidad según Karl Jaspers. Frankl aprendió a reconocer el “valor madurativo del sufrimiento aceptado” en palabras de José Benigno Freire. Para Frankl, no es el sufrimiento el que da sentido al hombre, sino éste el que da sentido al sufrimiento.
Muchos pacientes acuden al médico de cabecera por tristeza. Tristeza por estar enfermos, por haber perdido a alguien, por no tener trabajo; a veces solo por vivir. Vivimos en una sociedad en que está muy mal visto estar triste, en especial si esa tristeza no está adecuadamente etiquetada, diagnosticada, codificada. En Estados Unidos las compañías aseguradoras solo pagan aquellos tratamientos en pacientes con diagnósticos específicos. Tal vez por ello el DSM -5 amplía los criterios para que alguien pueda acceder al prestigioso cajón de padecer un trastorno depresivo mayor: ahora bastan dos semanas de aflicción tras la pérdida de un ser querido para ganarse el distintivo.De esta forma la experiencia dolorosa, triste, de la pérdida se convierte en algo medicalizable, para beneficio principalmente de las compañías que venden antidepresivos y los médicos sin demasiados escrúpulos que los recetan.
Cerca de un 11% de la población americana mayor de 11 años toma algún tipo de antidepresivos, llegando a ser del 23% en las mujeres entre 40 y 50 años. La prescripción de antidepresivos en Reino Unido aumenta un 10% cada año desde 1998; cifras similares se observan en otros países incluido España.
Varios metanálisis han demostrado que el tratamiento con antidepresivos tiene escaso efecto en los casos de depresión leve; tampoco hay evidencia de que sean efectivos en los casos de duelo no complicado. Anna Wierzbloka argumentaba que en las sociedades occidentales existe una tendencia creciente a suponer que la felicidad es un derecho, lo que lleva a restringir cada vez más el rango de las emociones negativas consideradas aceptables o normales. Las grandes compañías farmacéuticas no hacen más que aprovechar esos “valore”s mayoritarios.
En su libro “ The loss of sadness, Horwitz y Wakefield demuestran como la psiquiatría está transformando la tristeza normal en enfermedad mental, lo que consideran una auténtica intrusión en las emociones de carácter estrictamente privado.
La industria farmacéutica no tiene escrúpulo alguno en vender fármacos al coste que sea: lo lleva haciendo desde sus orígenes. Moynihan señalaba que en la elaboración del DSM IV más del 56% de los panelistas participantes tenían vínculos con la industria; porcentaje que alcanzaba el 100% en el grupo de trastornos del ánimo. Los médicos generales tampoco están exentos de culpa. Como señalaba Dowrick un diagnóstico de depresión puede ser un atractivo instrumento para gestionar la incertidumbre en la consulta. El mismo Dowrick, profesor de Atención primaria en la Universidad de Liverpool, publicó hace unas semanas en BMJ un artículo clave para entender los peligros de medicalizar la tristeza. La única esperanza de evitarlo es, en su opinión, que los médicos no sigan los criterios del DSM-5.
Vivir entraña en ocasiones sufrir, y aprender de dicha experiencia. En palabras de Frankl: “cualquiera de los distintos aspectos de la existencia conserva un valor significativo, el sufrimiento también. El realismo nos avisa de que el sufrimiento es una parte consustancial de la vida, como el destino y la muerte. Sin ellos la existencia quedaría incompleta.”
El exceso de anestesia emocional tiene el riesgo de privar a la vida de sentido.
(Fotografia: Viktor Frankl)
Buen post, la influencia de farmaindustria está inutilizando la cadena de transmisión de ideas y de conocimiento haciéndola poco fiable, con ello frena el verdadero avance científico que se produce por contraste de ideas y acumulación de conocimiento. Se frena la verdadera ciencia y deja espacio para crear falsa ciencia y falsas enfermedades con falsos remedios. se cierra el círculo
ResponderEliminarLuis.
Gracias Luis. Por desgracia el contraste de idea parece que pasó a la historia. Mientras tanto la maquinaria de invención de dolencias ( siempre acompañada del correspondiente remedio no descansa)
EliminarLeí el libro de Frankl, un canto a la vida, a la esperanza, y Jaspers es uno de los filósofos que más admiro. Les tocó una época dura, como a Heidegger, aunque éste la llevó mucho mejor, de un modo más “acomodado” en la política y en el amor.
ResponderEliminarNo sé si ya lo comenté en este blog. Creo que el término “antidepresivo” ha sido feliz desde el punto de vista mercantil porque, como en el caso de los cigarrillos electrónicos, su venta equivale a la de humo. Ya hace tiempo que se publicó en PLOS Medicine un meta-análisis sobre su nula eficacia en contraste con el placebo (podemos matizarlo, pero esencialmente es eso). No cabe hablar de antidepresivo como se habla de antibiótico, citostático o analgésico, para los que hay claras relaciones dosis-efecto (incluso para efectos negativos). El término “antidepresivo” es un artificio antiguo surgido desde la farmacología. La depresión es un drama no cuantificable, sólo aparente en su desgraciada manifestación, callada, de muerte en vida, y sobre el que no hay una teoría biológica mínimamente consistente.
Sería magnífico que todos los tristes que demandan antidepresivos sufrieran un día, sólo un día, la depresión de verdad y también sería bueno que esa experiencia de veinticuatro horas la atravesaran muchos médicos, incluyendo psiquiatras y, especialmente, los biologicistas, los que parecen tratar de eliminar sin éxito su propia tarea subsumiéndola en la neurología.
El dolor psíquico acompaña al ser humano. El evangelio de S. Juan asegura que Jesús dijo que la verdad nos haría libres, pero esa verdad no es nunca gratificante porque revela precisamente lo que no queremos saber de nosotros mismos. No es fácil cumplir el mandato délfico. Podemos liberamos pero nunca será de modo gozoso.
Sin dolor, Miguel Hernández no habría producido la elegía a su “compañero del alma” muerto. ¿Hubiera preferido él que le hubieran dado ansiolíticos en vez de soltar su desesperación con la palabra?
El sufrimiento psíquico responde a algo, siempre, aunque sea incomprensible y así puede ser principio de transformación y facilitar la empatía. No seríamos humanos si lo ignorásemos.
Curiosamente, a la vez que se asiste bobaliconamente a la demanda de inexistentes píldoras de felicidad y se habla estúpidamente de supuestos síndromes como el post-vacacional, el dolor somático no es suficientemente atendido. Hay mucho dolor inútil y el contexto nacionalcatólico (y anticristiano a la vez) al que estamos retornando a marchas forzadas favorece una perspectiva sadomasoquista del sufrimiento. Lo he visto. No quisiera morir en un asilo. No es sorprendente que el gran teólogo Hans Küng haya hablado abiertamente de un deseo posible para un cristiano como él, el suicidio.
"Sería magnífico que todos los tristes que demandan antidepresivos sufrieran un día, sólo un día, la depresión de verdad y también sería bueno que esa experiencia de veinticuatro horas la atravesaran muchos médicos, incluyendo psiquiatras"- Que gran verdad. Confundir sufrimento o tristeza con depresión está en la raiz del problema. Confusión que muchos están interesados en mantener. la definción de ciertos fármacos como "píldoras de la felcidad" es una magnifica demostraciónd e la ampliación de uso. Un gasto inútil.
EliminarLa adversidad es consustancial con la vida, y en cambio estamos consiguiendo que ésta se convierta en algo morboso, patológico. Los niños cada vez soportan menos la contrariedad. y nosotros también
Os dejo algo que escribi hace tiempo http://tmartinezcampos.blogspot.com.es/2011/09/reivindicando-la-melancolia.html
ResponderEliminarAcabo de leer tu estupendo post. La de Celtas Cortos es una canción que me viene a la mente con cierta frecuencia. Sí. No hay que privar a la gente de cierta melancolía necesaria. Del mismo modo que no debiéramos privar a niños y jóvenes de algo de aburrimiento.
EliminarUn cordial saludo.
Totalmente de acuerdo con javier. excelente post y exelente canción. Que bien describe en una estrofa lo que es la melancolia. Un saludo
EliminarGracias por el post, Sergio. Medicalizar la tristeza, medicalizar la vida. "No miento si digo que la primera vez que me enamoré de alguien fue por su tristeza". Aquí os dejo un texto a vueltas con la melancolía que leí hace poquito y que me gustó mucho. Un abrazo.
ResponderEliminar'Hola tristeza' http://www.fronterad.com/?q=bitacoras/lauraferrerocarballo/hola-tristeza
"Qué hago
Eliminarmirando la lluvia,
si no llueve."
¡que maravilla.¡
Y que precioso post el de Laura Ferrero. Sí, no estamos enseñando a los hijos lo que es la tristeza. Y es privarles de algo que hace irrepetible la vida
Un abrazo
Muy interesante el tema. Totalmente de acuerdo con tu postura. Personalmente creo que lo que hay detrás de esta moda, de la que sin duda se aprovecha la industria farmacéutica, es esa tendencia cada vez más extendida hacia la heteronomía moral y vital. Que sean otros los que me digan lo que tengo o no que hacer, los que me digan cómo vivir y los que me solucionen todos mis “problemas”, por pequeños que sean. La autonomía individual en estos terrenos, que sería lo verdaderamente humano, nos da terror. Para mi uno de los mensajes principales del libro de Frankl es que, nos pase lo que nos pase, suframos lo que suframos en la vida, seguiremos siendo libres si elegimos nuestra actitud ante esa circunstancia. La elección autónoma de nuestra actitud ante cada situación nos mantiene libres de verdad. Medicalizar la tristeza eliminándola artificialmente nos impide elegir esa actitud y es volver a esa heteronomía vital y moral. Es un paso más en esa tendencia que nos hace ser cada vez menos humanos. Y por cierto, no es una tendencia que interese solo la industria farmacéutica; se venden millones de libros basura de autoayuda, cada vez hay más gurús en la TV y cada vez más proliferan en España psicoanalistas pseudofreudianos que van a acabar haciendo serias las parodias de las películas de Woody Allen. Y comentando un punto del comentario de Javier, quizás desde fuera os podáis sorprender pero en muchas residencias de personas mayores serias este tema se tiene muy claro tanto por los profesionales como por los propios usuarios (mucho menos por las familias, claro).
ResponderEliminarPor alusión, me permito comentar tu post. Me parece excelente y comparto esa idea de que no sólo hay un interés de medicalización por parte de la industria farmacéutica. La diagnóstica dirige en buena medida la actividad asistencial a través de sus equipos de imagen, analíticos, etc. Lo de los libros de autoayuda es para nota. En psicoanálisis, como en medicina o en mercerías, hay de todo. En cuanto a las residencias de mayores... miedo me dan. Y eso que conozco a algún profesional médico magnífico (mi padre tuvo la fortuna de ser atendido por uno), pero... miedo me dan.
EliminarElegir la actitud. Menospreciamos esa capacidad que es la que nos hace realmente irrepetibles. El libro de Frankl em sigue pareciendo estremecedor a pesar de los años. A pesar de que la vida de uno cambia, sigue enseñándote siempre algo. Sin teremendismos ni sentimentalismo a los que son tan aficionados los libros de aeropuetto o las comunas de gurus de los dominicales.
EliminarSencillamente, magnifica la entrada.
ResponderEliminarMe permito poner esta reflexion del maestro Gregorio Marañon:
“Sin un punto de angustia el alma humana pierde su más noble característica, que es la capacidad para crear. Sin angustia no hay creación”
Ya lo dijo Becquer, que adivinaba lo que no sabía y por eso era un gran poeta.
La inspiracion es actividad nerviosa que no se halla en qué emplearse, “accesos
de alegría, impulsos de llorar”: total angustia creadora.
Ahora los psiquiatras y todos los médicos -que todos somos un poco psiquiatras- y
los maestros y los sociólogos, han emprendido una campaña alarmante para aniquilar
la angustia
Si lo consiguieran, el torrente fecundo que es la vida humana, amputada de la inspiración, se tornaría en pantano ineficaz”
Aniquilar la angustia, la tristeza, la duda, el fracaso. Sin los cuales no hay progreso personal posible. Muchas gracias Juan. pPor cierto, ¿alguien lee hoy a Marañón? Un saludo
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