Sandra es una trabajadora escasamente cualificada que
trabaja en una modesta empresa de placas solares. Sus jefes deciden un buen día
despedirla ante la situación de crisis generalizada, algo tan cotidiano que
apenas merece atención. Pero antes de hacerlo le proponen un juego cruel: si consigue
que dieciséis de sus colegas renuncien a su paga extra anual ( 1000 euros) ella
mantendrá su empleo. Sandra dispone de un fin de semana( de viernes tarde a
lunes mañana) para convencer a sus compañeros de que sus necesidades de trabajo
son más importantes que sus requerimientos de dinero.
Desconocemos si es un caso real, pero tampoco sería
excesivamente inverosímil. La historia constituye el argumento de la última película
de los hermanos Dardenne (Luc y Jean-Pierre) , reconocidos directores belgas
caracterizados por la realización de un cine eminentemente social,de escasa
contemporización. En este caso decidieron contar como protagonista con una
verdadera estrella ( Marion Cotillard) y no solo con actores no profesionales. Cotillard,
posiblemente una de las mejores actrices actuales, borda el papel de mujer
angustiada ante una decisión absurda.
En poco más de 48 horas de desasosiego Sandra recorre,con la
ayuda de su marido, los domicilios y ubicaciones de sus compañeros a la búsqueda
de un milagro.
La película ha sido unánimemente aclamada por la crítica de
medio mundo, desde el New York Times a The Guardian. The Economist en un
ejercicio de hipocresía asombroso , le dedica un artículo muy elogioso de
significativo título: “Dos días, una noche, sin escándalo.” Llega a decir que
la película de los Dardenne “profundiza en los devastadores efectos de los
actuales problemas financieros que asolan los países occidentales mejor que
cualquier otra película realizada hasta la fecha”.
Describe los sentimientos encontrados de cualquier
espectador de bien, que se debate entre el deseo de que Sandra consiga su objetivo por
un lado, y la evidencia de que para todos sus compañeros esa prima es también
imprescindible. En boca de uno de ellos: “ será un desastre para mi si la mayoría
vota a tu favor. Pero espero por tu bien que lo hagan”.
Devastadores efectos, dilemas inhumanos y atroces,
generados por las propias políticas económicas que fomenta The Economist, y que
aplican sin rechistar todos y cada uno de los gobiernos europeos, solo
diferenciados en el color de la bandera.
Como muy bien señalaba The Guardian en su crítica a la película,
la paradoja está en que el comprometido cine de los Dardanne es consumido mayoritariamente
por una élite burguesa de la que forma parte posiblemente buena parte de la
redacción de The Economist. Gente como nosotros, capaz de sentir empatía ( adquirida en algún curso de técnicas de gestión) por
las miserias de los que nos rodean desde la cómoda butaca de un cine. Tristeza y comprensión que se desvanece al
encenderse las luces.
Puede pensarse que no es más que una película realizada para ganar dinero. Pero tal vez deberíamos pensar si una trampa como
la planteada en ella no la estamos viviendo todos nosotros de manera implícita.
De forma subrepticia, nuestro gobierno ( como el resto de los gobiernos
europeos, de los que no es más que el último de la fila), ha conseguido imponer
una siniestra disyuntiva: para mantener los empleos de los que “estamos dentro”
es imprescindible la precariedad, inestabilidad, y extorsión de lo que “están
fuera”. Los sindicatos, prácticamente abatidos ( tanto por sus propia
corrupción como por la ofensiva contundente de los que detentan el poder),
colaboran resignadamente en la infamia: al fin y al cabo los que aún son
trabajadores están dentro; los de fuera no existen.
Como ellos, aceptamos resignadamente las decisiones de los
gobiernos autonómicos de no cubrir ausencias en los centros sanitarios, de
tolerar contratos indignos, de castigar con el ostracismo griego los rechazos
de éstos, de ( en el mejor de los casos) sacar plazas a concurso con cuentagotas.
Mientras tanto colegios, sindicatos y sociedades profesionales andamos
profundamente consternados desde la butaca del cine.
Xan Brooks escribe en The Guardian: “ Dos días, Una noche
nos enseña que la lucha es siempre valiosa, sea cual sea el resultado. Aunque Sandra
pierda , al final habrá ganado”.
Para aplicarnos el cuento.
Ni vi ni pienso pagar por ver lo que promete ser un bodrio, contribuyendo al enriquecimiento de quien lo haya producido utilizando un argumento que se inscribe en el discurso neoliberal salvaje.
ResponderEliminarYa sabíamos de ese discurso en nuestro país en alguna otra modalidad: si a uno lo despiden es por su culpa, por no haber sido asertivo, optimista, guapo, aun siendo suficientemente dócil, pues asumimos ya que el vicio de la docilidad es transformado en virtud como postulado o requisito para trabajar. Incluso se da esa misma modalidad, pero de modo anónimo, como se expresa en el post: los de dentro, los de fuera. La película crea la tensión entre los de dentro sobre si alguien conocido seguirá dentro a expensas de ellos o pasará a estar fuera por culpa de ellos.
El caso no sería inverosímil en absoluto. En un modo más suave lo he visto en el propio sistema sanitario público; mucho más suave, pues se trataba de ver si facultativos de plantilla cedían guardias en verano y de ese modo se podía contratar a alguien con el MIR recientemente terminado para hacer esas guardias. ¿Quiénes son buenos, quiénes malos?
El argumento apuntado de la película desplaza el tradicional de la lucha de clases (¿queda algo así?) hacia otro de falsa solidaridad en una de ellas, pretendiendo delegar en los trabajadores la culpa asociada a las consecuencias de una decisión empresarial supuestamente necesaria (la eficiencia, ya se sabe), lo sea o no realmente. El malo no es así el empresario que pone en la calle a alguien, sino el trabajador, compañero de ese alguien, que no cede a un chantaje emocional.
El laudatorio comentario recogido de The Guardian es repugnante. No estamos ante unos “actuales problemas financieros” (basta con pensar en la causa de ellos, en el dinero “invertido” en corrupción y lujos innecesarios), sino ante una deshumanización brutal. No debiera “analizarse” la actitud de quien opta por ayudar o no a que esa mujer permanezca en su empleo, sino la perversa actitud de sus jefes, que tratan a sus empleados como cosas. La moralina subyace a ese discurso: ¿Véis? Así comprendéis cuánto nos cuesta a nosotros despedir a alguien. ¿Qué haríais en nuestro lugar? ¿Qué harías si fuerais “uno de los nuestros”?
Comparto la conclusión del post. Aquí toleramos demasiado. No sólo tienen la culpa quienes toman decisiones políticas inapropiadas; también quien se limita a obedecer cuando éticamente no debe hacerlo.
Es muy sutil como bien señalas el cambio de responsabilidad ante una decisión gerencial de este tipo. Se delega , no la decisión, sino la responsabilidad sobre ella. Es muy tentador dejarse llevar por este tipo de triquiñuelas que le descargan a uno mucho la conciencia. Nada hay más atractivo ahora mismo que diluir la responsabilidad en algo que nos hace sentirnos inocentes.
EliminarLa culpa siempre es de la victima, sea el alumno, el residente, el recién acabado, el trabajador o el anciano.
Si, toleramos mucho, practicamente todo
Sergio, sólo una puntualización necesaria a mi comentario inicial. Me referí erróneamente a The Guardian y no a The Economist, cuya frase, resaltada por ti en negrita, es la que critiqué.
EliminarAl hilo de la película (que, dicho sea de paso, no me atrae demasiado, y que supongo emparentada y de la estirpe de aquella titulada "El método" sobre selección de personal en una empresa sin alma), pueden hacerse muchas cábalas y consideraciones. Evidentemente aquí hay leña para todo el mundo y se puede "repartir estopa" a diestro y siniestro, aplicarnos todos el cuento como dices y echarnos kilos de ceniza por la cabeza, pero obviamente las "culpas" (digamos, el grado o nivel de responsabilidad) no tienen ni de lejos la misma dimensión ni están al final tan distribuidas, aunque moralmente se quiera hacer una equiparación. Al final todos seríamos de alguna manera culpables, -unos por acción y otros por resignación u omisión-, claro, lo que lógicamente tranquiliza y refuerza mucho a los amos y verdugos. Se atribuye a Einstein una frase que afirma que el mundo "es un lugar muy peligroso, no tanto por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan pasivamente a ver que pasa". Siendo realista, no creo sin embargo que a nadie puedan exigírsele actos supererogatorios que se encuentren más allá de sus posibilidades. También Primo Levi ("Los hundidos y los salvados") hablaba de [los] "...pequeños jerarcas que sirven a un régimen, frente a cuyas culpas son voluntariamente ciegos; de los subordinados que firman todo, porque una firma es poco importante; de quien mueve la cabeza pero consiente; de quien dice "si no lo hiciera yo, lo haría alguien peor que yo".
ResponderEliminarEn fin, esto está muy bien pero, sin que ello suponga incurrir en alianzas o infames complicidades, me pregunto: ¿hasta dónde podemos exigir heroísmo al común de los mortales?
Todo es bastante escandaloso, desde luego. Sobre la cínica crítica de The Economist, por mera prudencia me abstendré de hacer ningún tipo de comentario...
Muchas gracias de todas formas por hacernos pensar, Sergio.
Muchas gracias a ti Rodrigo, por enviar un comentario que invita tanto a reflexionar. Es delgada la línea que separa la responsabilidad propia de la ajena. Y por supuesto nadie es responsable de las atrocidades que en principio haga su jefe. Pero creo tambien que hemos perdido la capacidad moral de ser capaces de denunciar el atropello, lo infame o injusto.
EliminarEstoy bastante de acuerdo con la firmación de Einstein. la obediencia debida ya sabemos donde lleva. Y hay veces que no es fácil saber cual es el límte para seguir obedeciendo
Un saludo