El bigote, a pesar de la tendencia creciente en los hombres
a llenarse la cara de pelos, no está de moda. Salvo ciertos iconos que
mantienen con prestancia tal aditamento ( Joan Carles March, sin ir muy lejos
de mi despacho), escasean los
ejemplos, inversamente proporcionales en su prevalencia a los de las barbas,
estas última muy impulsadas por los Hipster de variado origen y morfología.
Tan poco frecuente es, que un grupo de investigadores de
universidades americanas ( Pennsylvania y Berkeley , siempre aficionada a excentricidades) lo ha tomado como
estándar de referencia para generar un nuevo índice, un índice de bigotes (
“the moustache index”).
Este se construye comparando la proporción de departamentos
clínicos universitarios liderados por mujeres frente a la proporción de
departamentos clínicos dirigidos por bigotudos. La hipótesis del estudio es
comprobar si , siendo raro hoy en
día llevar bigote, la proporción de mujeres que actúan como líderes clínicos en
las principales universidades americanas es aún más excepcional que ser líder
clínico bigotudo.
Al margen de lo pintoresco del índice elegido, y la frikada
que representa estudiarlo, lo triste es que se confirma la hipótesis. De 1018
departamentos analizados en todo el país, 190 eran dirigidos por bigotudos (
19%). Sin embargo solamente 137 eran dirigidos por mujeres ( un miserable 13%).
Algo aún más sangrante cuando estamos hablando de una profesión, la médica, no
solamente feminizada, sino llamada a convertirse en una profesión abrumadoramente
ejercida por mujeres.
Siendo raro el bigote, 19 instituciones de las 50 escuelas
médicas analizadas tienen más de un 20% de líderes bigotudos. Pero solo 7
tienen más de un 20% de mujeres en tareas de máxima responsabilidad.
La mayor densidad bigotuda se da en Psiquiatría, Anatomía
Patológica o Anestesia, mientras que las especialidades con mayor número de
mujeres en puestos de dirección son Obstetricia ( 36%), Pediatría ( 31%),
Dermatología ( 23%), Medicina de Familia ( 21%) o Emergencias ( 21%).
Con la habitual retranca que tienen los trabajos del número
de navidades del BMJ, el trabajo del grupo de Mackenzie Wehner pone de manifiesto un hecho que no por
conocido deja de ser escandaloso: el liderazgo de las instituciones sociales (
en este caso las clínicas) sigue siendo
“cosa de hombres”. Y las
cosas no cambiarán mientras no se den pasos reales (y no efectistas y
populistas), para permitir que lo que es real ( la mayoritaria presencia de las
mujeres en las organizaciones, en este caso sanitarias), se corresponda con lo
formal ( la dirección de las mismas por un equivalente número de mujeres). El
trabajo apunta algunas de las iniciativas que deberían tomarse para avanzar en
esa dirección: por ejemplo, establecer criterios explícitos, claros y
transparentes que eviten que al
final los evaluadores reorienten su decisión ( consciente o inconscientemente)
hacia la selección de candidatos masculinos. O fomentar la flexibilidad temporal , desechando la idea de que
el mejor jefe es el que se queda en el trabajo hasta la medianoche.
El problema sin embargo, parece mucho más profundo, extenso
y complicado. Vivimos en un mundo en que es noticia que puedan presentarse
mujeres como candidatas a elecciones ( Arabia Saudí), bonito ejemplo de cual es
la situación de la mujer en un número importante de los países del mundo.
Y vivimos en un país en que ninguno de los candidatos a la
Presidencia del gobierno , de los partidos que han alcanzado representación
parlamentaria, es mujer, sea cual sea su orientación política o política.
Mejor no pasarles el Índice del Bigote. Saldrían peor que en
los departamentos de Anestesia americanos.
( Imagen tomada del articulo del BMJ de Wehner)
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