“El
poder real y la innovación en el jazz procede de que un grupo de gente se reúna
y cree arte, arte improvisado, y pueda negociar sus agendas con los demás. Esa
negociación constituye la esencia del arte”
Winton
Marsalis
Entre
los jóvenes talentos que Miles Davis incorporó a su legendario grupo, estaba un
blanco flaco de mirada perdida detrás de sus gafas. Un tipo con una profunda
formación clásica , y que tampoco eludió el viaje por el infierno de la
heroína. Se llamaba Bill Evans y tuvo que soportar también el acoso racista,
pero de dirección contraria a la habitual: el único músico blanco en un grupo
de negros. Su principal valedor fue el propio Miles, a quien importaba un bledo
el color de la piel siempre y cuando el afectado tocara bien. Evans no solo tocaba
como muy pocos el piano (llegó a tocar durante semanas en el Vanguard para
cumplir el contrato, solamente con la mano izquierda y ayudado por el pedal, al
tener el brazo derecho inmovilizado por uno de sus excesos), sino que fue elemento
clave en la refundación del jazz de
finales de los 50.
Evans
estuvo en aquel mítico sexteto de Miles que grabó Kind of blue, y en el que
participaron nada menos que John Coltrane al saxo tenor, Cannonball Adderley al
saxo alto, Paul Chambers al contrabajo y Jimmy Cobb a la batería ( además de
las contribuciones de Wynton Kelly también al piano)
Siendo ésta
inmensa, la mayor contribución al arte de Evans vino, sin embargo, a través de sus
tríos, una nueva forma de expresión artística, en que piano dialogaba con bajo
y batería solamente. En la segunda mitad de 1959 forma el que constituye una de
las mejores “negociaciones ( en el sentido que menciona Marsalis) de la
historia de la música: el trío con Paul Motian a la batería y Scott Lafaro al
contrabajo. Durante un par de años estuvieron tocando de forma intermitente
hasta culiminar en junio de 1961 dos obras monumentales: el Waltz for Debbie y el
Sunday at the Village Vanguard,
resultado de sus actuaciones en esa época en el mítico club. Por desgracia días
después Lafaro moría en un accidente de coche dejando a Evans tan destrozado
que durante meses apenas pudo volver a tocar. Evans y Lafaro revolucionaron los
roles tradicionales de piano y bajo en el jazz. Con ellos éste último dejó de
ser solamente el encargado de marcar el tiempo, para convertirse en un instrumento
solista que conversaba de tu a tu al piano. Negociaban realmente sus agendas y
así crearon un arte sublime
Como
señala Paul Haidet la buena comunicación clínica procede de ese diálogo, de esa
negociación de agendas entre médico y paciente, ya sea mediante convergencias (respuestas
acordes a la pregunta planteada) o divergencias ( respuestas sin relación aparente
con la pregunta planteada).En una buena entrevista clínica ambos actores van
acoplando mutuamente sus monólogos hasta acomodarlos mutuamente: “ Aunque nuestra cultura habitualmente habitualmente
posiciona al médico como líder de la comunicación, el encuentro clínico debería
ser categorizado por voces que existen en armonía, más que por el intento de
una de dominar a otra”. Este intercambio es básico para “unir el mapa al
territorio” como escribía Iona Heath, es decir para permitir que el médico
comprenda la perspectiva del paciente , y éste a su vez pueda comprender el
fundamento biológico y psicológico que subyace a su enfermedad y las formas de
combatirlo.
Esa
improvisación conjunta es la que en definitiva permite que las decisiones puedan
ser realmente compartidas. Es la que confirma que todas las voces ya sea en la música o en la conversación
humana) tienen algo que decir y buscan la comprensión del otro, la negociación
con el otro antes de volver a aportar su punto de vista. Por tanto necesitamos que el "contrabajo" ddel paciente recupere el papel solista para dialogar con "el piano" del médico.
Los
profesionales que se limiten a seguir un conjunto predeterminado de preguntas a
la manera del check list del avión, posiblemente habrán cumplido los requisitos
imprescindibles a la hora de acreditar o justificar sus intervenciones, pero sin
embargo estarán perdiendo ocasiones únicas de construir una forma de
comunicación que ( en este caso también) constituye una forma de arte. Un arte que, como el jazz,
es inaprensible, incodificable, imposible de programar. Para mejorar
de verdad la atención a los pacientes necesitamos artistas que sepan
improvisar, no operarios.
( Foto: Motian, Lafaro y Evans en el Village)
No se que pasó con mi comentario pero intento repetirlo. Te decía Sergio que para improvisar hay que tener una muy buena base técnica sobre la que construir la improvisación. Los grandes del jazz se subían a tocar sin decirles a su propio grupo en el tono que lo iban a hacer y solo los que estaban a la altura lo podían hacer. Por otro lado no hay que olvidar aquellos de las asimetrías no es lo mismo el que toca que el que escucha y eso lamentablemente es insalvable. Me ha gustado la serie Sergio deja espacios que pueden ser llenados de silencios y de debate, del cool al bebop y viceversa, aunque probablemente estemos más inmersos, como corresponde, en el freejazz y la fusión. Solamente un pero.. el batería de "Kind of Blue" era Jimmy Cobb. Un abrazo
ResponderEliminarAntonio Torres
Lo malo ( y lo bueno) de cualquier blog es que uno no sabe quien lo puede estar leyendo. Y es evidente que cuando se trata de jazz hay que parafrasear la expresión habitual en tribunales de " salvo mejor opinión en jazz de...Antonio Torres" ( no hay más que leer su magnífico Jazz en sevilla 1070-1995).
EliminarDe la misma forma que para ejercer adecuadamente la intuición se precisa una dilatada experiencia como han argumentado sobradamente Gary Klein y Trisha Greenhalgh, no es posible improvisar sin una depurada técnica como bien comentas.
Resuelto el gazapo
Muchas gracias Antonio
Un abrazo