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lunes, 31 de octubre de 2016

Pequeñas corrupciones sin importancia

El convoy partía de algún lugar de Galicia formado por varios camiones frigoríficos cargados de marisco; tardaban varios días en llegar a su destino, la sede anual del congreso de una de las múltiples sociedades científicas españolas. En palabras de su presidente , no había nada que pudiera competir con semejante aperitivo para la cena de gala.
Ocurrió hace ya bastantes años. Ignoro si siguen saliendo anualmente camiones desde Galicia para abastecer las mesas de congresos científicos. Probablemente no; la crisis se llevó por delante mucho oropel y tocan tiempos de austeridad. Pero siguen celebrándose congresos “todo incluido” para muchos, con cenas obscenamente excesivas , profusión de “pichi Willis” y actividades recreativas varias. Siempre con la vista puesta en batir el record de asistentes y lamerle la oreja a la sociedad competidora.
Nos parece algo normal. Estamos convencidos que esa fastuosa cena gratuita bien regada de vinos variados nos la merecemos;  que alguien pagará aunque preferimos no saber quien será, y que por supuesto el “obsequio” que recibimos no afecta en modo alguno a nuestra conducta profesional (  en el ya famoso estudio de Steinman con residentes, el 61% de ellos estaba convencido de que sus relaciones con la industria no afectaba a su prescripción, pero solo el 16% consideraba que no afectaba tampoco a sus compañeros).
Pero sí nos afecta. Como señalaba el Presidente de la Organización Médica Colegial Juan José Rodríguez Sendín hace unos días en Almería, de cada 100 euros que gasta nuestro agonizante sistema nacional de salud 30 se van en medicamentos: un 1,67% del Producto Interior Bruto (PIB), a la cabeza de los países europeos solo superado por Grecia y la República Checa( en Alemania supone el 1,2%, en Reino Unido el 0,9%). Por supuesto la corrupción de los médicos no es el “único factor” del incremento del gasto farmacéutico, pero sí contribuyen de manera relevante a ello.
Raul Calvo, en su imprescindible Medicina en la cabecera describía con su habitual talento la pérdida de la inocencia de los residentes de cuarto año ingresando en el círculo eterno de esa pequeña corrupción sin importancia, en la que parece inevitable no caer.
Antes de ayer fue investido Presidente del gobierno de España el máximo responsable de un partido político que , por primera vez en nuestro país, ha sido imputado como persona jurídica en una causa. Los casos Gurtel o Púnica, los más conocidos, son solo dos de las más de 30 causas a las que se enfrentan con más de 800 imputados. Sin embargo, ese mis partido ganó las dos últimas consultas electorales, lo que supone que una parte muy importante de la población española da por natural, inevitable o incluso saludable el apropiarse de lo que no es de uno. Otros tres partidos, además del Popular, han permitido con su apoyo o abstención que semejante nivel de corrupción no sea impedimento ético ni moral para que siga gobernando, tal vez incurriendo en similar tipo de prácticas.
Facilitar ese gobierno tal vez sea bueno para la supuesta “gobernabilidad” de España, o tal vez permitan a un partido histórico interrumpir momentáneamente su firme camino hacia la insignificancia iniciado con entusiasmos hace ya muchos años. El fin justifica los medios, aunque éstos tengan un coste altísimo en términos éticos. Pero, al fin y al cabo ;¿ a quien importa la ética?
En el ya clásico “Por qué fracasan los países” , Daron Acemoglu y James Robinson analizan el origen del poder, la prosperidad y la pobreza de los países. Para nuestra desgracia, España representa el paradigma de sociedad extractiva, en la que la pauta histórica de intervención es la que responde al título de la primera película de Woody Allen: “toma el dinero y corre”. La marca España lleva practicándolo desde 1492. Tantos años de ejercicio probablemente haya modelado nuestros genes.
Probablemente nuestro país no sea más ni menos corrupto que el resto, pero sí es de aquellos en los que el descubrimiento de la corrupción tiene un menor coste, y su práctica una mayor tolerancia y comprensión, desde la factura sin IVA del fontanero a las cuentas foráneas de los ex presidentes del gobierno.

Pequeñas corrupciones que no tienen importancia.

5 comentarios:

  1. Hola Sergio:
    Muchas gracias por introducir este tema. La microcorrupción produce una sensación de invisibilidad y una actitud comprensiva hacia la macrocorrupción. Solo desde la transparencia, en lo pequeño y en lo grande, y la intolerancia podemos combatirla.
    He presenciado Congresos como los que comentas pero también convivo con profesionales admirables incapaces de aceptar la invitación a un café. Y estimula compartir experiencias con jóvenes residentes que jamás permitirían ser esponsorizados por nadie.
    La corrupción tolerada es visible y ostentosa. La integridad es íntima y humilde. Pero bien vale recordar que tenemos de todo, aunque en proporciones desiguales.

    miguel melguizo jiménez

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    1. Como siempre, cuanta razón llevas Miguel
      La integridad es silenciosa y tímida...que gran verdad
      Pero precisamente por eso es quien mejor puede demostrar que otra forma de haceer las cosas es posible

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  2. ¿Es posible que alguien viaje cientos de kilómetros, deje su familia, su descanso, su tiempo de ocio por una cena con marisco, por muy abundante que sea? Únicamente un cretino.

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  3. Sociedad científica o mejor...gastronómica(con todo mi respeto a estas sociedades verdaderas).Hace poco leí la editorial(casi delirante)del presidente de una sociedad mixta(científica/gastronómica),de verdad que pensé que cuento costaría al sistema sanitario y por tanto a todos aquella enumeración de logros y cotas de asociados...

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