( Leigh, Springer, incluida en Sinatras’s Sinatra, 1963)
Según
se entra en la vetusta sala del último piso del Ateneo de Madrid se ve un
escenario del siglo XIX lleno de gente del siglo XXI: no hay asientos libres y
al fondo, en el gallinero al que asfixia la calefacción, el personal sentado en
el suelo, con las piernas cruzadas, demanda hablar más alto, que allá atrás no
se escucha. Se distinguen ronroneos de niño chico, y una precoz asistente de
unos meses atiende con aparente interés a lo que allí se expone.
Los
asistentes se han emplazado para hablar de algo llamado Longitudinalidad, una
palabra con la que es casi imposible no trastabillarse, pero que todo el mundo
se empeña en formular sin descanso. El término designa uno de los atributos
clásicos que dan sentido y hacen fuerte a la Atención Primaria, según demostró
en su momento Doña Barbara Starfield, la gigante cuya figura sigue dando sombra
a los convencidos ( ¿menguantes? ¿Crecientes?) de que la Atención primaria es
importante.
Uno
acude al evento pertrechado de estudios que parecen demostrar las múltiples
ventajas de “la característica”, sus efectos beneficiosos en pacientes,
ciudadanos, contribuyentes e incluso profesionales. Pero cuando solo se lleva
media hora en la rancia sala del Ateneo ya se ha dado cuenta de que es un
ignorante, y de que sobre el asunto hay mucha más sabiduría de la que encierran
papeles, ensayos y citas. Y así , a lo largo de 14 horas (con los
imprescindibles descansos obligados para tomar café, comer, orinar, dormir algo
y tomarse un bebedizo en el imprescindible Dos Gardenias acompañado de música
de viejo vinilo), se van desplegando como una interminable alfombra llena de
colores, entre pequeñas escenas de teatro y espectáculos de danza, múltiples formas de
longitudinalidad en las que uno no había reparado con la atención que merecen
porque no forman parte de la realidad a la que estamos acostumbrados, pero que están ahí cada día:
la longitudinalidad del asilo, del estudiante de Erasmus que no conoce el
idioma ( como le ocurrió a Pío Baroja cuando llegó a Motril a principios del
siglo pasado), el paciente terminal o el que vive en la calle, a la intemperie;
la que necesita el paciente con problemas mentales o la familia gitana rumana
en situación irregular; la que precisa la muchacha de 17 años que quiere abortar
o la que se presta en una farmacia de pueblo, donde la mayor amenaza para
asegurar una adecuada longitudinalidad es paradójicamente saber demasiado de
las personas a las que se atiende, suficiente razón por seguir manteniéndose
lejos de la historia clínica de esa paciente.
Y poco
a poco la cara soleada del atributo (como cantaba Van Morrison) se va
oscureciendo con las sombras de su cara oculta ( como cantaba Pink Floyd): y
una paciente nos coloca frente a nuestras miserias cuando nos pregunta con la
mayor delicadeza “¿medís el tono que utilizáis con los pacientes? o ¿Qué
hacéis si tenéis un mal día?.
Y medio
cuenta de que quizá esa L larga no sea tan necesaria para todo el mundo, quizá
obligue a ser atendido, aconsejado o vigilado por alguien con la que no compartimos
nuestra visión del mundo y de la vida, quizá minusvalore nuestras angustias, se
confíe demasiado con nuestros pequeños o grandes problemas, o supongo un
confidente de una familia que preferimos permanezca ignorante de lo que nos
sucede.
El
pasado fin de semana se celebró en Madrid un nuevo Seminario de Innovación en
Atención Primaria, la insólita iniciativa de Juan Gervas y Mercedes Pérez-Fernández que lleva celebrándose
desde 2005, hace ya 12 años. Se inscribieron 275 personas, de las cuales cerca de
210 acudieron a los encuentros presenciales en las tres sesiones. Hubo 208
intervenciones, de ellas 15 de estudiantes y 60 de residentes. El tiempo para
debate fue sustancialmente mayor que el dedicado a exposiciones y ponencias (casi
8 horas frente a 5).
En un
momento especialmente brillante Daniel García Blanco, médico de familia que ha trabajado
junto a Beatriz Aragón ( esa mujer que “hace la calle” en la Cañada Real en el
más admirable sentido de la palabra) se
planteaba un dilema clave: "o estás con el sistema , o estás con la gente”, una
buena muestra de hasta donde éste se ha alejado de lo que de verdad importa, y
que matizó Mariano Hernández Monsalve recordando la necesidad de formar parte
del sistema para conseguir cambiar las cosas.
Gervas señala
que “los Seminarios pretenden localizar
y potenciar líderes clínicos y difundir/generar ideas y conocimiento (teniendo
en cuenta que las palabras y las nuevas y renovadas ideas generan cambios”. Personalmente salí mucho más confuso de lo que llegué, convencido de que apenas se algo de
longitudinalidad y que me queda mucho por aprender.
Allí nadie
acudió pagado por nadie, ya fuera ponente, asistente o acompañante. Cedieron gratuitamente
sus instalaciones El Ateneo y la OMC. No hubo pichiwillis a la salida, cóctel
de recepción, comida con blanco para el pescado ni actuación de cómicos famosos
( ya estaban dentro).
Dentro de
un mes en Granada se celebrará el I Congreso de la Cabecera, con diferente
enfoque pero similares reglas del juego. Las inscripciones se acabaron en dos
horas como si se tratara de la gira de despedida del Boss, con el consiguiente
barullo y mosqueo del respetable por quedarse fuera.
Seguirá
habiendo congresos de 500 euros la inscripción, con visitas a los stand del
laboratorio que paga la asistencia y mesas cortesía del laboratorio donde nunca
quedará tiempo para el debate porque se lo habrán comido los ponentes.
Donde difícilmente
se saldrá con la impresión de lo poco que sabemos, y todo lo que queda por
descubrir
Si no lo hubiera visto, creo que no lo creería. ¡¡ Que dure !
ResponderEliminarGracias por poner las palabras adecuadas, como en el Seminario :)
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