En el
congreso de Hospitales que se celebra estos días en la ciudad de Sevilla varios
consejeros de salud de diferentes comunidades autónomas han coincidido en la necesidad
de considerar a la Atención Primaria como una prioridad. Mucho debe ser el
cargo de conciencia cuando se acuerdan de ésta en un congreso de hospitales.
Enfocando la escena desde otro ángulo, cuesta imaginar que cualquier consejero
o consejera de salud afirmara en la inauguración de un congreso de Atención Primaria que la prioridad para los próximos años es la de invertir en
hospitales.
Hablar de
la Primaria en el terreno de éstos no tienen riesgo alguno, porque los
hospitales saben perfectamente que sus inversiones, innovaciones y plantillas están a buen recaudo, que las buenas intenciones consejeriles hacia la Atención
Primaria no son otra cosa que un encomiable intento de calmar al hijo llorón,
al que se trae un peluche del aeropuerto cuando se va uno de viaje.
El
señor consejero de Galicia por ejemplo, confiesa incluso “haber mantenido reuniones con los representantes de Atención Primaria
para trazar una estrategia, ya que muchos de sus profesionales admitían sentir
que habían perdido protagonismo en los últimos años”. A los colegas del
hospital cuando andan faltos de protagonismo, y amenazan con movilizaciones, se
les apacigua habitualmente con contrataciones y aparatajes. A los de
Primaria con "estrategias", el sonajero para los terrores nocturnos de la
Atención Primaria: se elabora un hermoso documento, se forman múltiples grupos
de trabajo, se presenta a bombo y platillo y…el resto es silencio , como decía
Fortimbrás tras entrar a saco en el reino de Elsinor para recoger el cadáver
de Hamlet.
Dos
hechos demuestran la futilidad de esta farsa. El primero es de carácter económico.
Uno de los exdirectivos de la Organización Panamericana de la salud lo decía
bien claro en Buenos Aires hace unos meses, hablando precisamente de las políticas
sobre Atención Primaria en América Latina: “una prioridad política sin respaldo
presupuestario no es una prioridad política”. En un escenario tan favorable
como aquel al que se ha comprometido el gobierno conservador español (que es
gobierno gracias al Partido Socialista y Ciudadanos), y que establece un porcentaje
de gasto público en salud del 5,74 para 2019, no es descabellado imaginar cual
es el futuro que espera a esa Atención Primaria tan “prioritaria” para los
señores consejeros: la inversión en materia de salud siempre acaba siendo un juego de
suma cero, y si de verdad se pretende poner a la Atención primaria en primer
término, la financiación para ella solo podrá venir de la partida destinada a
hospitales;para que un consejero fuera creíble en este tipo de buenos
propósitos debería convertirse durante unos años en una especie de Robin Hood
sanitario que quita al rico para dárselo al pobre. El resto es retórica.
Un
ejemplo cercano en tiempo y espacio: se desconoce el coste de la inversión
hospitalaria en Granada, y en especial cuanto supusieron las reformas en los
centros hospitalarios que ahora se van a desmantelar, y cuanto supondrán las nuevas reformas para volver al punto de partida. Si es posible respaldar
económicamente un despropósito semejante no es descabellado imaginar que las
partidas que se resentirán del invento serán las invisibles, las que no son
demandadas por 50.000 ciudadanos en jubilosa manifestación, las que no aparecen
en los medios porque son muy deprimentes, las que no existen salvo en el
recuerdo de los que reciben sus servicios y los prestan.
El
segundo hecho que demuestra la falsedad de tantas buenas intenciones respecto a
la Atención Primaria es precisamente lsu inexistencia en la realidad
mediática cotidiana: hablar de hospitales es hablar de nombres concretos de
gente fascinante que lleva a cabo operaciones majestuosas al filo de lo
imposible; “números uno” del campo correspondiente que se fotografían con la
consejera o consejero de turno embutidos aún con el pijama que vistieron en la
hazaña; prestigiosos investigadores o cirujanos entrevistados en los
telediarios y a los que se dedican reportajes extensos en los dominicales donde
cuentan el largo camino de esfuerzo y privación recorrido hasta llegar donde están.
La
gente de la Primaria por el contrario no tiene cara, ni reportajes en color ni
el número de teléfono personal del consejero. La “Primaria” es un conglomerado
amorfo, compuesto de gente anónima e intercambiable. A nadie le interesa la
historia del médico rural que lleva treinta años en el mismo pueblo abandonado,
el último recurso público tras desaparecer el tren, el banco o la escuela. O la
de los médicos y enfermeras de Cartuja y Almanjayar, las 3000 viviendas o la
Cañada Real, demasiado en contacto con la mugre y la chusma como para ser
interesante su experiencia en horario de máxima audiencia; o la de los
chiflados que realizan las guardias en su hospital de referencia sin que nadie se
lo pida, por mantener su capacidad técnica y atender a sus pacientes a lo largo
de todo su recorrido por el enrevesado sistema.
Nadie
hablará de la Primaria cuando haya muerto. Nunca habrá cátedras con el nombre
de algún destacado maestro, ni premios Jaime I a una humilde enfermera (reservados
como están a grandes trasplantadores de órganos y sistemas), ni complejas
técnicas con el apellido de su inventor. Atender a la gente desde la cuna a la
cuña no merecerá nunca el recuerdo de nadie.
Pero
por favor, al menos que no nos tomen por tontos.
( Foto: cartel de la película "Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto", la magnífica película de Agustín Díaz yanes sobre mujeres sin futuro)