La
paciente es una mujer mayor: los más de 80 años han hecho mella en ella, en
buena medida tras que un cáncer de mama (adecuadamente diagnosticado y tratado) se
llevara por delante la mama y su paquete axilar, dejándole algún recuerdo en la
pared costal y su pulmón derecho. Cuida de un marido aún más mayor,
sorprendentemente bien para los años que tiene. Lleva un cierto tiempo ya
mareada, con sensación de inseguridad al caminar que le trajo de la mano el
miedo a caerse y empeorar aún más las cosas, no atreviéndose a salir de casa
más allá de lo imprescindible.
Acude a
consulta un tórrido día de junio; afortunadamente el centro de salud le queda
cerca.La médica de familia lleva poco tiempo, una más tras los mil y un
concursos de traslado, oposición, sustituciones y demás extravíos. Ni joven ni
vieja, es amable, pero parece mucho más interesada en la pantalla que de lo que
cuenta la paciente. Sin preguntar entra en la historia clínica electrónica y
comprueba con satisfacción que ya llegó la analítica. Frunce el ceño y le
comenta que tiene algunos “parámetros” alterados: al comprobar que la
Glicosilada anda por encima de 8, inquiere inquisitivamente si hace la dieta
y algo de ejercicio; la enferma se excusa aludiendo al mareo como causa del
escaso ejercicio; tras una pausa añade que por eso ha ido a consulta, pero
parece que su médica no escuchó el comentario ( confirmando los estudios en que se demuestra que escuchamos a los pacientes cuando responden
a nuestras preguntas, pero no tanto a lo que ellos espontáneamente cuentan).
Emite
una receta cambiando de antidiabético oral e incrementando la dosis que
considera insuficiente. La mujer vuelve con su matraca y pregunta qué podría
hacer con el mareo. La especialista no responde, pero detecta un nuevo gazapo
en el panel de control de la paciente: asombrosamente nadie ha reparado en ese
colesterol “malo” de 130, que anda por ahí suelto sin el correspondiente
policía farmacológico, que prescribe de inmediato, sin que la edad o la ausencia
de cualquier antecedente previo cardiovascular sean tenidos en cuenta.
Con una
sonrisa se aproxima a un cierre empático de la entrevista, indicándole que no
se olvide de pasar por la consulta de la enfermera para revisar la tensión.
Infatigable la paciente insiste en que ha acudido por el mareo; que anda preocupada y además algo triste. Le tranquiliza
su doctora diciéndole que puede ser perfectamente por el azúcar que lo tiene
muy alto, y que en general mejorará casi seguro cuando haga más ejercicio. De
nuevo echa un vistazo a la historia y comprueba que hace un año ya hizo un
intento de tratamiento con antidepresivos el médico anterior: con satisfacción
le dice que no se preocupe, que le va a mandar una pastilla también para mejorar
ese ánimo.
No le
pregunta en ningún momento por las características del mareo, por los factores
que lo precipitan o alivian, por el momento del día en que son más intensos. No
se levanta tampoco de la silla para explorarla mínimamente; quizá sea porque la
exploración neurológica ha caído en desuso, cuestionado el valor predictivo de
Romberg, las pruebas antaño llamadas cerebelosas o la exploración de los pares
craneales. O tal vez pueda ser que los mareos de los viejos ya se sabe lo que
son, mareos por ser viejos, porque les falla todo, porque ni ven ni oyen ni
entienden, y resulta un coñazo ponerse a buscar la causa en una tarde
asfixiante de junio. A la mujer le importa poco su glicosilada y menos aún su
colesterol, sólo quería encontrarse un poco mejor y volver a salir a la calle:
mejorar sus síntomas, sus molestias, sus problemas; no cambiar de carcasa ni opitmizar
los "parámetros", esos parámetros que generan una agradable sensación de
satisfacción en sus médicas al comprobar que están dentro de la jaula, que
permiten recetar medicamentos que están dentro de la guía, que permiten cumplir
objetivos que están dentro del rango que maneja el oscuro controlador de los servicios centrales,
que brinda sus excel al jefe con la satisfacción del deber cumplido.
Pregunto
a esa buena mujer al volver qué le ha dicho el médico: “nada, si es que no te
miran nada; solo me ha mandado más pastillas”.
No es muestra
representativa, ni alcanza ningún grado de significación estadística esta
pequeña anécdota; sin duda hay excelentes médicos y médicas de familia en este
país que hacen las cosas de otra manera. Pero lo reconozcamos o no, también hay
otros muchos que practican esta forma moderna de medicina: la basada en el
parámetro, la que no pasa de ahí porque el anciano no tiene arreglo. O porque
ellos mismos tampoco lo tienen
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ResponderEliminarPregunto a esa buena mujer al volver qué le ha dicho el médico: “nada, si es que no te miran nada; solo me ha mandado más pastillas”.
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En uno de los salmos que me dice una compañera evangelista había una frase que me resultó interesante:
"PAZ CON LIVIANEZ".
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No la entendí de entrada pero se basa en que queremos que la gente sane con una simple pastilla, en lugar de sentarnos pausadamente a escuchar y empatizar con nuestros pacientes y sus motivos de consulta.
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Paz con livianez. Que interesante y que necesario
ResponderEliminarBuena reflexión biométrico-clínica.
ResponderEliminarLa técnica se impone a la exploración física, base de la actuación clínica. Y el médico se deja llevar por los parámetros biométricos, que al paciente le preocupan más que nada por la continua infoxicación en cuestiones de salud. No hemos de olvidar la otra cara de la biometría:
http://medymel.blogspot.com.es/2016/06/el-dano-que-puede-producir-la-biometria.html
Es preciso recuperar el método exploratorio clásico. En cualquier caso, no nos engañemos: con los condicionantes impuestos en nuestro sistema, no se han dado antes con ambulatorios ni se dan ahora con centros de salud las condiciones para realizar una atención sanitaria de calidad (entiéndase sosegada, reglada, sensata, científico-humanista).
No sirva de excusa la presión asistencial que implica falta de tiempo, porque un mínimo de actitud responsable ha de exigirse (dando por supuesta la aptitud profesional). Sin embargo, hemos de contemplar todas las variables, tanto del paciente, que exige pruebas, como la del médico, que demanda un límite asistencial y burocrático.
Muchas gracias por el comentario. Incides en dos aspectos fundamentales: la necesidad de recueprar otra forma de practicar la medicina ( con sosiego, reflexión y atención) y la necesidad de recuperar la autoexigencia en hacer las cosas bien, no por lo que nos paguen sino porque debemos hacerlo así
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