Gracias a Archie Cochrane y su imprescindible Efectiveness and Efficiency aprendí hace ya muchos años que la eficacia que tiene de un determinado fármaco en condiciones de laboratorio no es nunca la misma que la efectividad del mismo cuando se administra en la vida real, con pacientes de muy diversas edades, culturas y antecedentes. Gracias a David Sackett y su Epidemiología Clínica aprendí a interpretar los resultados de los ensayos clínicos aleatorizados y los innumerables sesgos que éstos esconden en especial cuando su promotor es la industria farmacéutica, que publica los que conviene a sus intereses y oculta los que no le son beneficiosos. Y gracias a Joan Ramón Laporte vengo aprendiendo desde hace varias décadas lo que es la investigación rigurosa en medicamentos y los principios de una farmacovigilancia seria que brilla por su ausencia en España; pero de quien he aprendido, sobre todo, lo que supone mantener unos principios éticos que todo el mundo médico invoca en los saraos y muy pocos aplicancuando llega el momento de aplicarlos, por el inevitable costo personal que implican cuando vas en serio. Laporte ya lo asumió cuando tuvo que enfrentarse a una demanda de la todopoderosa MSD por denunciar el fraude científico de la empresa farmacéutica al manipular los resultados del ensayo CLASS sobre los Antiinflamatorios No esteroideos selectivos sobre la Cox 2, publicado en el Butlletí Groc. Otro en su lugar se hubiera arrugado ante la magnitud del oponente, cuya facturación supera el PIB de muchos países. Laporte, a la manera de un Atticus Finch farmacólogo se mantuvo impasible. Y ganó. Su defensa no se basaba en opiniones, se basaba en datos y evidencias.
De nuevo Laporte se presentó en el Congreso de los Diputados sólo, a petición de los grupos parlamentarios del partido Socialista y Unidas Podemos para aportar su opinión en la Comisión de Investigación relativa a la gestión de las vacunas y el Plan de Vacunación en España. Su comparecencia y el revuelo posterior generado describe claramente la situación actual de este país y las razones por las que nunca seremos capaces de aprender de nuestros errores: Laporte no pide acudir: le llaman. Frente a él, de 349 diputados y diputadas solo acuden tres, cuya argumentación ante la explicación de Laporte es (siendo benévolo) discreta y escasamente preparada. El resto de señorías no debían considerar importante escuchar a un experto mundial en farmacovigilancia analizar algo tan aparentemente relevante con la vacunación con la que cada día se llenan la boca.
La intervención de Laporte fue respetuosa, clara y documentada en todas y cada una de sus afirmaciones. Afuera, (como a Atticus Finch en el juicio de Tom Robinson) le esperaba una jauría a la puerta, algunos que se la tenían guardada (al fin y al cabo siempre fue crítico con la industria farmacéutica, poderoso enemigo) y otros que se incorporaron a la fiesta puesto que la infamia es gratis. El linchamiento físico está mal visto, pero no el linchamiento moral ni la censura, a la que el periodismo actual considera horrible o deseable en función de sus propios intereses:el Cuarto Poder ejerce cada vez más como tal ( aunque sean títeres de quienes mueven los hilos en la oscuridad) y en este caso, tanto medios de la derecha ( El Mundo, ABC) como la izquierda (La Sexta, Maldita) salieron a la calle para linchar al farmacólogo bajo la grave acusación de negacionista y antivacunas.
Si uno revisa el video y el texto de su comparecencia (que puede encontrarse en la web de No Gracias) no encontrará ningún argumento negacionista: ni niega la existencia de la pandemia, ni la utilidad de la vacuna para reducir enfermedad grave. Pero sí valora críticamente el proceso de investigación y transparencia de las empresas farmacéuticas, y cuestiona severamente el proceso de farmacovigilancia y las evidencias que sustentan la administración indefinida hasta el final de los tiempos de dosis de recuerdo sin tener en consideración el riesgo (tanto de la infección como de la vacuna) en diferentes grupos, no todos igualmente vulnerables.
Entre el blanco inmaculado de los defensores de la única religión verdadera y el negro zaino de los creyentes en la teoría de la conspiración del microchip, emerge el gris y sus tonalidades…pero no es tiempo para tibios ni país para escépticos.
Revolucionando sus calderas, la depositaria del saber absoluto Maldita y sus filiales ha salido en tromba a “desmontar” los argumentos de Laporte, dotada de sus mágicos "superpoderes" (sic). No es novedad: hace unos días redobló también sus esfuerzos para intentar desacreditar el metanálisis de los Herby, Jonung y Hanke (éste último Co Director del Johns Hopkins Institute for Applied Economics, Global Health, and the Study of Business Enterprise), sobre los efectos de los confinamientos en la mortalidad de la pandemia, y en el que no encontraron efecto.
Los argumentos esgrimidos por Maldita son enternecedores: “el contenido deja claro que sus ideas no representan a la Johns Hopkins ni a instituciones a las que están afiliadas sus autores” ( como ocurre en cualquier artículo científico salvo que vaya firmado por la institución),los autores no tienen experiencia en salud pública o ciencias de la salud ( como si éste fuera un argumento para no poder investigar, ¿o es que desconocen una disciplina llamada economía de la salud?, “ el contenido emplea la mortalidad como único criterio para medir la eficacia de los confinamientos” (obvio, era ese su objetivo, ni no hubieran hecho otro estudio), aunque el más maravilloso es el que dice que “de una selección inicial de 1.048 estudios, se analizan únicamente 34” (¡¡). El problema no es que Maldita y sus clones desconozcan cómo se realizan las revisiones sistemáticas y los metaanálisis ( y que de un número muy elevado inicial se analicen finalmente sólo los que cumplan criterios de inclusión) sino ese tono apocalíptico similar al que utilizaba mi abuelo cuando no quería que salera de noche: ¡“Cuidado con el contenido atribuido la Universidad Johns Hopkins sobre el efecto de cierres y confinamientos en la mortalidad por COVID-19: es un metaanálisis limitado y con fallos metodológicos, y hay evidencias de que sí han evitado contagios y muertes¡”. ¿Por qué tanto interés en afirmar que sí hay estudios que lo demuestran? ¿Por qué la discusión no puede ser científica, sino mediada por periodistas ignorantes?
Laporte lo es el único ejemplo. El mismo linchamiento han
sufrido o sufre gente como John Ioannidis, Peter Gotzche, Alyson Pollock, Carl
Henegan. Cualquiera que ose cuestionar la “religión verdadera”.
Da realmente miedo el invierno postpandémico.