El Consejo de Ministros de 23 de agosto pasado aprobó el Anteproyecto de Ley por el que se crea la Agencia Estatal de Salud Pública cuyo fin último es estar “mejor preparados ante futuras necesidades en materia de salud pública”.
Según informa el siempre activo Linde para El País entre sus funciones se encuentra “ejercer las competencias de análisis y estudio, evaluación de políticas e intervenciones públicas, asesoramiento técnico, propuesta de medidas a las autoridades sanitarias y preparación y coordinación de respuesta ante situaciones de emergencia sanitaria”.
La noticia recibida con expectación y entusiasmo por la comunidad salubrista de este país, de momento encuentra su principal foco de interés en los aspectos relacionados con su estructura, empleados y ubicación. Sin definir aún para que serviría un ente así, ya entraron a la greña los responsables políticos de este país sobre si debe o no estar en Madrid, y si no estuviera allí donde debería ubicarse. Como si eso fuera lo más importante.
Hace algo más de dos años, sendas cartas que enviamos alguno y las que se adhirieron diversas sociedades profesionales a Lancet y Lancet Public Health, instaron al gobierno a la realización de una evaluación independiente sobra la gestión de la pandemia Covid 19. El Ministerio de Sanidad español, entonces dirigido por el ministro Salvador Illa, manifestó su franco desagrado con la propuesta, pero a regañadientes el Ministerio se comprometió con algunos de los firmantes de las cartas, en llevar a cabo un proceso de evaluación (cuya independencia estaba por ver) pero que se realizaría al “final de la pandemia”. Maravillosa expresión de rendición de cuentas.
A la manera de esos padres que marean a sus hijos cuando piden chucherías o un juguete inapropiado, Salvador Illa primero y Carolina Darias después fueron ignorando el compromiso hasta que la demanda acabó por desaparecer, a lo que sin duda contribuyó la escasísima presión de las sociedades profesionales, quizá no excesivamente interesadas en realizar una evaluación de este tipo.
Los resultados de la pandemia en España fueron sumamente graves: más de 112000 muertos reconocidos y una tasa por millón de 2380, una de las más altas de Europa. Todo ello sin contar los efectos en la infancia y su educación, la escandalosa situación de las residencias en las que se produjeron una buena parte de esas muertes, o la abominable prohibición de acompañar a las personas en su agonía o poder enterrarlas en paz, por no hablar del sistemático maltrato a los profesionales, primero privándoles de medios de protección y más tarde jugando con ellos a través de los contratos de trabajo de quita y pon , según el interés del político de turno.
No hubiera sido difícil realizar una evaluación independiente: la Organización Mundial de la Salud, a través del Independent Panel ya había desbrozado el camino, bastaba con seguir sus orientaciones. Como anécdota lo hicieron los alumnos de nuestro Máster europeo de Salud Pública y Gestión Sanitaria (Europubhealth) aplicando a la situación española las directrices citadas, realizando un trabajo excelente.
No sólo no se hizo, no sólo no se recordó a las autoridades, sino que asombrosamente sus responsables presumen de su respectiva gestión de la pandemia: deja estupefacto observar la soberbia de la presidenta de Madrid y su consejero de sanidad mostrando con descaro sus “resultados”., cuando su comunidad autónoma presenta uno de los peores registros de la pandemia. Y causa estupor ver al Ministro Illa, el que se negó a realizar la evaluación independiente de su gestión, presentando ante la plana mayor del gobierno de la nación un libro sus días “heroicos” de la pandemia: ¿ausencia del sentido de realidad o avaricia desmedida?
Las palabras generan realidades: y por la vía de aquellas se está consiguiendo reescribir la historia. No es sólo España la que está consiguiendo generar una realidad falsa sobre lo que ocurrió en la pandemia: Estados Unidos, Chile o Reino Unido presentan resultados muy negativos con ostentación evidente de su gestión.
Por desgracia es de temer que una buena idea como es la creación de la Agencia Estatal de Salud Pública acabe convirtiéndose en otra burocracia más para dar trabajo a algunos. Si entre sus objetivos está la realización de evaluaciones para evitar cometer errores (un planteamiento muy propio de la mejora continua de la calidad) podrían comenzar evaluando seriamente cómo se gestionó la pandemia en España.
Por desgracia este país, gobierno quien gobierne, sigue instalado en la política del emperador desnudo y el desprecio a la rendición de cuentas.
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