Páginas

domingo, 1 de septiembre de 2024

In memoriam: Juan Irigoyen, un hombre libre

 


Conocí a Juan Irigoyen hace treinta años, cuando los directivos del extinto INSALUD acudíamos a Granada a participar en un diploma de la extinta Escuela Andaluza de Salud Pública (EASP). Era una forma bastante diferente a la habitual de recibir formación, porque la Escuela solía presentar docentes con puntos de vista y perspectivas muy diferentes, incluso antagónicas: desde partidarios acérrimos del modelo vigente a firmes defensores de alternativas privadas.

De Irigoyen sorprendía mucho tanto su forma como el fondo de su docencia. Respecto a la primera, con una voz que casi era un susurro, era capaz de tener a todo el auditorio en vilo simplemente hablando: sin transparencia de acetato ni diapositiva alguna que era lo que todo docente usaba en esos tiempos ( el power point aun no había nacido). Ese método se mantuvo invariable a lo largo de los años.

Con respecto al fondo llamaba la atención la solidez de sus argumentos que sostenían cargas de profundidad contra el modelo de atención sanitaria dominante. Era de una provocación atroz, aún más dado el perfil dominante de su auditorio ( convencido en su mayor parte de las bondades de nuestro maravilloso sistema sanitario, “unodelosmejoresdelmundo”). Juan disfrutaba especialmente cuando alguien se ofendía y argumentaba con vehemencia sus razones para estar en desacuerdo: sonreía ligeramente y seguía con su exposición. Irigoyen hablaba tranquilamente de la rigidez e inhumanidad con la que le trataban a él o a su mujer los profesionales de medicina y enfermería que les atendían, quienes no cejaban de recriminarles severamente su incumplimiento de ciertas normas, de no sujetarse a esos “protocolos” que Juan detestaba especialmente. Irigoyen utilizaba con frecuencia también el ejemplo de la “viejecita terrorista” , mujeres de edad que acudían a los centros a obtener a cualquier precio sus medicinas, como bien reflejo su admirado El Roto en una de sus viñetas.

Para mi era maravilloso encontrar esa libertad de pensamiento, expresada de una forma tan educada, que hoy sería imposible encontrar por su grado de incorrección política. Juan te obligaba a reflexionar sobe nuestro trabajo con otra mirada, te gustara en mayor o menor medida lo que decía. Como bue sociólogo ponía frente a ti un espejo de la realidad sanitaria, no de una forma distante, sino con la subjetividad de su participación como paciente activo.

Cuando me incorporé como profesor a la Escuela tiempo después pude seguir disfrutando de sus clases, a las que procuraba ir siempre que podía: seguían siendo igual de inteligentes aunque con el paso del tiempo se iban volviendo cada vez menos esperanzadoras. En el principio del actual siglo en el que Andalucía centró en los modelos de calidad total su estrategia asistencial, Juan ridiculizaba con gracia la estandarización de la atención, como si las personas fueran ganado a vacunar, la obsesión por la norma, el dogma de los protocolos y los procesos integrados, mofándose con su suave tono de voz de lemas tan ridículos como aquel de “el ciudadano, eje del sistema”, tal del gusto de la actual Ministra de Hacienda, a la que dedicó más de un comentario.

Aprendí mucho con él y de él: en el aula, en la cafetería, en los diversos eventos que organizaba , desde monográficos educativos a conferencias lacanianas.

Coincidimos también en los Seminarios de Innovación en Atención Primaria (SIAP) de Juan Gervas, uno de los  escasos reductos donde se encontraba a gusto.

Se jubiló de la Facultad de Sociología de Granada tras unos últimos años en que transmitís una gran desesperanza respecto al futuro de la educación en España: contaba que sus mejores alumnos eran extranjeros de la Europa del Este, poseedores de un español impecable, mientras que los alumnos que llegaban de selectividad apenas sabían escribir, hablar y mostrar interés. Poco tiempo después dejó también de dar clases en la Escuela: pensaba que tenían poco sentido dada la deriva del sistema sanitario.

Irigoyen siempre fue escéptico con internet y sus instrumentos, blogs incluidos sobre los que discutimos mucho. Pero un día comenzó a escribir Tránsito Intrusos, el suyo, como de costumbre violentando toda la ortodoxia al respecto: textos muy largo y densos, con citas continuas fuera de la moda vigente, obligándote a hacer un esfuerzo para su lectura. Fue  un éxito, hasta el punto que siguió escribiendo ininterrumpidamente hasta el pasado 28 de mayo

Sus 800 entradas fueron siempre enormemente trabajadas, complejas, en su mayor parte críticas de lo que ocurría a su alrededor: sus comentarios despiadados sobre las atrocidades de las medidas gubernamentales contra la pandemia, de las continuas normas absurda de la  comunidad de Madrid y de la hostilidad hacia las plantas de su alcalde, sus sarcásticos comentarios sobre “la izquierda moderna” y sus nuevos mantras son impagables

Juan Gervas comunicó esta semana su fallecimiento ocurrido el 31 de mayo. Hace ya tres meses .

Irigoyen fue un sabio, uno de los últimos hombres libres que transitaron por nuestras alamedas, como dijo Allende.

La joya de sus escritos en Tránsitos intrusos permanecerá mientras haya personas interesadas en ellos. Y los que tuvimos la suerte de conocerle siempre le echaremos de menos

No hay comentarios:

Publicar un comentario