" La vida es un recurso finito que gastamos durante nuestra estancia en la tierra"
Daniel Kahneman
Recién salido del horno, el TED ( la increíble plataforma virtual de conferencias que patrocina la BMW) acaba de publicar la conferencia que dio en Monterrey en febrero el Nobel de Economía Daniel Kahneman.
Kahneman es el padre de la Economía de la Conducta, y tal vez el psicólogo vivo más influyente. Cuando el Banco de Suecia le otorgó el premio Nobel, en cierta manera estaba reconociendo que gran parte de la teoría económica que había dominado durante gran parte del siglo XX, y que considera al ser humano una especie racional estaba en buena parte equivocada; buena parte de nuestras decisiones son irracionales, y en ellas influye de manera muy especial la emoción. Mucho debemos en el conocimiento de todo ello a los trabajos de Kahneman y Tverski.
La felicidad está de moda en los sistemas sanitarios; las más prestigiosas publicaciones sea en el ámbito de la salud o la economía sanitaria se plantean considerar a la felicidad como un resultado más de la actividad sanitaria. No es una idea nueva. El gran Tudor Hart ( The political economy of healthcare: a clinical perspective.2006) ya planteaba que si la mayoría de las actividades del NHS no implican salvar vidas, sino hacerlas más felices y menos dolorosas, tal vez el aumento de la felicidad y la reducción del dolor fueran mejores medidas de producción ( del sistema sanitario).
La conferencia de Kahneman habla de las trampas "camboyanas" que esconde el hablar de la felicidad. Y la principal es la confusión que solemos tener entre nuestras experiencias y nuestros recuerdos de las mismas: no es lo mismo hablar de si eres feliz EN tu vida o si eres feliz CON tu vida. En este sentido cuenta la experiencia de un colega que cuando asistía a una gloriosa sinfonía, ésta se vio empañada por un estruendo horrible al final de la misma: en su percepción el ruido arruinó toda la experiencia previa. Para Kahneman la experiencia ya estaba ahí, con toda su gloria. Había pasado y se había disfrutado. Lo que se estropeó fue el recuerdo de la misma
Experiencias y recuerdos son cosas diferentes. Nuestra memoria es un magnífico cuentista. Su capacidad de seducción hace que nos creamos sus patrañas. Y nuestros recuerdos se construyen (según Kahneman), a través de los cambios que experimentamos en su vivencia, los momentos significativos que nos aportan, la forma en que finalizan. En una vida puede haber 600 millones de momentos, de las cuales la mayor parte no deja traza alguna. Si vamos de vacaciones dos semanas y las dos son igual de estupendas, la experiencia conjunta no es el doble de satisfactoria, porque no hay apenas cambios en la percepción de la experiencia.
Hace ya unos cuantos años Kahneman realizó un estudio muy interesante con pacientes a los que se sometía a una colonoscopia: cada 60 segundos se le preguntaba por la intensidad del dolor (también hay que ser un poco sádico). Los que pasado un tiempo tenían un recuerdo más doloroso no eran los que habían descrito mayor intensidad de dolor en el procedimiento, sino aquellos en los que la intensidad del mismo era mayor en el momento en que terminaba la prueba.
Habitualmente elegimos entre recuerdos, no entre experiencias. Incluso cuando pensamos en el futuro pensamos sobre recuerdos anticipados. No nos preguntamos sobre lo felizmente que vivimos, sino más bien sobre lo feliz que nos sentimos cuando pensamos en nuestra vida.
El trabajo (sea de gestión, sea clínico, o sea una mezcla de los dos) es una sucesión interminable de experiencias en las que algunas dejan marca: las que significan cambios, las que aportan momentos significativos, las que terminan abruptamente (nadie olvida su cese) Sobre su recuerdo solemos hacer el balance de si nuestro trabajo merece la pena, si es equilibrado el precio que se paga. y el beneficio que se obtiene. No conviene confundirnos entre lo que vivimos y los recuerdos que nos trae lo vivido. En especial cuando miramos hacia delante.
Kahneman es el padre de la Economía de la Conducta, y tal vez el psicólogo vivo más influyente. Cuando el Banco de Suecia le otorgó el premio Nobel, en cierta manera estaba reconociendo que gran parte de la teoría económica que había dominado durante gran parte del siglo XX, y que considera al ser humano una especie racional estaba en buena parte equivocada; buena parte de nuestras decisiones son irracionales, y en ellas influye de manera muy especial la emoción. Mucho debemos en el conocimiento de todo ello a los trabajos de Kahneman y Tverski.
La felicidad está de moda en los sistemas sanitarios; las más prestigiosas publicaciones sea en el ámbito de la salud o la economía sanitaria se plantean considerar a la felicidad como un resultado más de la actividad sanitaria. No es una idea nueva. El gran Tudor Hart ( The political economy of healthcare: a clinical perspective.2006) ya planteaba que si la mayoría de las actividades del NHS no implican salvar vidas, sino hacerlas más felices y menos dolorosas, tal vez el aumento de la felicidad y la reducción del dolor fueran mejores medidas de producción ( del sistema sanitario).
La conferencia de Kahneman habla de las trampas "camboyanas" que esconde el hablar de la felicidad. Y la principal es la confusión que solemos tener entre nuestras experiencias y nuestros recuerdos de las mismas: no es lo mismo hablar de si eres feliz EN tu vida o si eres feliz CON tu vida. En este sentido cuenta la experiencia de un colega que cuando asistía a una gloriosa sinfonía, ésta se vio empañada por un estruendo horrible al final de la misma: en su percepción el ruido arruinó toda la experiencia previa. Para Kahneman la experiencia ya estaba ahí, con toda su gloria. Había pasado y se había disfrutado. Lo que se estropeó fue el recuerdo de la misma
Experiencias y recuerdos son cosas diferentes. Nuestra memoria es un magnífico cuentista. Su capacidad de seducción hace que nos creamos sus patrañas. Y nuestros recuerdos se construyen (según Kahneman), a través de los cambios que experimentamos en su vivencia, los momentos significativos que nos aportan, la forma en que finalizan. En una vida puede haber 600 millones de momentos, de las cuales la mayor parte no deja traza alguna. Si vamos de vacaciones dos semanas y las dos son igual de estupendas, la experiencia conjunta no es el doble de satisfactoria, porque no hay apenas cambios en la percepción de la experiencia.
Hace ya unos cuantos años Kahneman realizó un estudio muy interesante con pacientes a los que se sometía a una colonoscopia: cada 60 segundos se le preguntaba por la intensidad del dolor (también hay que ser un poco sádico). Los que pasado un tiempo tenían un recuerdo más doloroso no eran los que habían descrito mayor intensidad de dolor en el procedimiento, sino aquellos en los que la intensidad del mismo era mayor en el momento en que terminaba la prueba.
Habitualmente elegimos entre recuerdos, no entre experiencias. Incluso cuando pensamos en el futuro pensamos sobre recuerdos anticipados. No nos preguntamos sobre lo felizmente que vivimos, sino más bien sobre lo feliz que nos sentimos cuando pensamos en nuestra vida.
El trabajo (sea de gestión, sea clínico, o sea una mezcla de los dos) es una sucesión interminable de experiencias en las que algunas dejan marca: las que significan cambios, las que aportan momentos significativos, las que terminan abruptamente (nadie olvida su cese) Sobre su recuerdo solemos hacer el balance de si nuestro trabajo merece la pena, si es equilibrado el precio que se paga. y el beneficio que se obtiene. No conviene confundirnos entre lo que vivimos y los recuerdos que nos trae lo vivido. En especial cuando miramos hacia delante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario