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viernes, 27 de julio de 2012

Lobo Solitario y Tercera Luna

Los voluntarios que acudieron al laboratorio de neurociencias de Baylor College of Medicine no lo hacían por amor al arte. Su compromiso de pasar un buen rato dentro del tubo de la Resonancia Magnética Nuclear estaba incentivado con una cantidad variables de dólares, desde 30 a 300. Y antes de empezar fueron adecuadamente informados de que dicha cantidad sería generosamente aportada por dos galerías de arte: Lone Wolfe y Third Moon, dos nombres que juntos podrían titular una historia de amor entre indios cheyennes. A cada participante se le notificó cual de las dos galerías sufragaba su compensación. El objetivo era  evaluar cuadros de la historia de la pintura comprendidos entre el siglo XIII y el XX, desde los más realistas a los más abstractos. Ya metidos en el tubo debían pacientemente observar 60 reproducciones de cuadros. Cada uno de éstos tenía en la esquina superior derecha el logo de una de las dos galerías. Acabado el proceso, y con el alivio de salir del agujero, se les pedía que volvieran a revisar los 60 cuadros y calificaran en que medida les gustaba cada uno: desde no me gusta nada a me gusta mucho.
Este estudio, publicado por Harvey, Kirk, Denfield y Montague en The Journal of Neuroscience en 2010, obtenía unos resultados muy interesantes: los participantes daban resultados más favorables a las reproducciones que tenían en el ángulo superior el logo de la galería que les pagaba a cada ellos el incentivo por participar. Pero además, la presencia de dicho logo aumentaba la actividad en las zonas cerebrales relacionadas con el placer, especialmente el cortex prefrontal ventromedial , responsable de las generación de asociaciones y significado. Además, la magnitud de la activación cerebral en dicha zona era directamente proporcional a la magnitud del incentivo: era mucho mayor en los que cobraban 300 $ que en los que solo recibían 30.
El trabajo de Harvey y cols. es comentado en el último libro de Dan Ariely ( al que nos referíamos hace unos días) para ilustrar una de las principales causas de los conflictos de interés: nuestra inevitable tendencia a devolver favores. Predisposición de la que no somos en modo alguno conscientes (en el estudio comentado nadie consideraba que pudiera influirles en su percepción el logo de cada cuadro).
Ariely señala tres circunstancias en las que la necesidad de reciprocidad en los favores concedidos es más ostensible: la primera ( muy notable en Estados Unidos) es la actividad que realizan los “lobbies”  sobre los políticos profesionales, donde la mayor parte del tiempo los profesionales de la cuestión se dedican a generar sentimientos de obligación y culpa en los políticos que han recibido sus “desinteresadas” ayudas. El segundo, especialmente presente en estos últimos años, han sido los servicios financieros, en los que los sustanciosos bonos a final de año iban ligados a que los vendedores adquirieran aun visión distorsionada de la realidad sobre el valor de los productos financieros ( las comparecencias de ayer de la gran banca española brindan ejemplos, escasamente ejemplares, de ello).
El tercero, evidentemente, es el inteligente y cuidadoso trabajo de generación de “deudas inconscientes” que lleva décadas utilizando la empresa farmacéutica con todos los médicos. El trabajo de Harvey muestra bastante claramente lo lejos que estamos de la realidad cuando utilizamos expresiones del tipo de “aunque me paguen el congreso yo se perfectamente que debo recetar”.
Otro interesante trabajo de Cain, Lowenstein y Moore  (también comentado por Ariely) ilustra hasta que punto minusvaloramos la influencia de los intereses ocultos. Los participantes eran distribuidos en dos grupos, estimadores (pardillos) y consultores (listillos), que ayudaban a los primeros en la estimación. La diferencia entre los dos estribaba en que los segundos podían observar la jarra más tiempo y además sabían que la cantidad estaba comprendida entre 30 y 50$. En la primera fase del estudio, la media obtenida por los estimadores aconsejados fue de 16.5$. Cuando a los “listillos” se les pedía (sin que lo supieran los “pardillos” que sobrevalorasen la cantidad, la media de estimación subía a  20 $ ( si se pasaban mucho en su consejo los pardillos podían mosquearse). Pero cuando a los estimadores se les informaba de que  sus consejeros recibirían tanto más dinero cuanto más consiguiesen que se sobrevalorase la cifra, los pardillos infravaloraban el efecto (a penas subían en 2 $ el efecto debido al incentivo que recibían los “ listillos”).
Políticos y financieros están por méritos propios en el punto de mira de los causantes de la situación agónica que padecemos. Pero el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Los que han disfrutado durante años de viajes a destinos exóticos a costa de una “pequeña ayuda de la industria” deberían ser concientes de que ningún favor es gratuito. Y que la obligación que nos genera es mayor de lo que creemos.
(Paint from Federic Remington. )

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