Casi todos los que hemos trabajado como médicos generales hemos sentido alguna vez esa sensación de cierta decepción que aparece en cara de tu interlocutor cuando le dices cual es tu especialidad. Ya sea tu madre, tu prima, o el pesado que te da la brasa en la barra del bar, todos ellos no suelen ocultar su indiferencia ante algo que está muy lejos del glamour que suele generar el ser especialista en cirugía máxilofacial, el cirujano cardiaco o el admirado trasplantador de cabezas. De eso hablaba estos días Zoe Norris, una médico general del NHS en el Huffington Post, con el título de “soy solamente una médico general”. Como ella dice, la prensa nos odia (cuando no nos desprecia) y los políticos simplemente nos ignoran, deslumbrados en su profunda ignorancia por los especialistas de relumbrón. Para la Dra. Harris el ejercicio de la medicina general no es glamourosa, es sencillamente el reto de enfrentarse con todo en un escaso espacio de tiempo.
Y después de leerlo uno piensa que algo funciona profundamente mal cuando el trabajo de un profesional sanitario ha pasado a medirse en términos de glamour, como si el trabajo de un cirujano sea equivalente al último vestido de Rihanna (en forma de tortillas de patatas, por cierto).
Hace unos años uno de los médicos generales británicos más sugerentes Jonathon Tomlinson , autor del imprescindible Abetternhs, se preguntaba sobre cual es el papel de un médico general hoy. Y empezaba diciendo que el problema es que éste es definido a menudo por instituciones metomentodo como el Kings Fund y demás centros de “ pensamiento divino”, en lugar de ser simplemente formulado por parte de los pacientes. Porque esa idea tan arraigada en los botarates que pueblan las agencias de “expertos “ , según la cual la atención primaria debería funcionar como si fuera un supermercado abierto las 24 horas, tendría en algún momento que preguntarse si un supermercado podría mantenerse abierto durante todo el día si cualquiera de sus operaciones necesitara 10 años de formación.
A un “proveedor de servicios” (ese bonito término que tanto gusta a los calidólogos), no se le puede pedir compromiso. Porque éste, como señalaba Tomlinson, implica estar presente en la salud y en la enfermedad (como en los antiguos matrimonios), ser congruente y honesto durante todo el tiempo ( algo bastante lejos de las atribuciones del “ proveedor”), y soportar el sufrimiento y las tragedias personales ajenas sin decir nada a nadie. Ser, en definitiva “justos y compasivos, profesionales y competentes independientemente de cómo uno se siente”.
Es tan completamente ridículo pensar que el trabajo de un médico general pueda ser comparado al de un tour-operador, un jefe de línea de montaje o un cajero de supermercado, que lo que más asombra es que hayamos sido capaces de aceptar las premisas de los gurús de la calidad sin el más mínimo cuestionamiento.
Porque la principal razón por la que las personas acuden a su médico de cabecera no es otra que el miedo, miedo que no aparece en los estándares del EFQM: miedo a que el bulto sea cáncer, a que el dolor sea un infarto, , a que la cefalea sea un ictus. “De que muera antes de ver crecer a mis hijos, de que pierda la cabeza, de que me encuentre extraño dentro de mi mismo” . Porque “ el mundo y nuestras relaciones se alteran radicalmente cuando somos pacientes”.
El trabajo que hace un médico general sencillamente extraordinario: “Enraizado en una relación terapéutica, se basa en la confianza”, escribe Tomlinson. Una extraordinaria responsabilidad la de cargar con la atención de las personas más vulnerables y castigadas de la sociedad.
Todas estas disquisiciones pueden considerarse simplemente un bonito ejercicio de salón de blogueros estupendos. Pero Tomlinson ve todos días pacientes de desde su consulta. Y tengo la certeza de que , tal día como hoy , médicos de familia anónimos, de los que nunca salen en los telediarios de las 9 de la noche , ayudan a soportar sus sufrimientos a un buen número de pacientes sin ser noticia en ningún medio. Médicos ( y médicas) que hoy mismo han ayudado a morir a sus pacientes y confortado a sus familias, mientras especialistas altamente cualificados seguían ensayando el último veneno, indiferentes a lo que era el sufrimiento de sus pacientes. Sin embargo son éstos los que suscitan la admiración de los grandes comunicadores radiofónicos, los presentadores millonarios, los políticos imbéciles y los idiotas de la barra del bar que siguen mirando por encima del hombro al que solo es un modesto médico general.
(Imagen tomada del blog Nomadic GP)
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