Geofrey Rubin estaba finalizando su periodo de residencia
en Medicina Interna en el Columbia University Medical Center. Quedaban apenas
unos días para que comenzara una nueva etapa, tal vez una nueva vida, una vez cumplidos
todos sus compromisos de aprendizaje. Pero aún le quedaba una última lección
por aprender. El docente en este caso se llamaba Señora Martinez, y no era ninguno de
los prestigiosos profesores de Columbia, sino una de sus pacientes. Rubin había aprendido todo tipo de técnicas y
procedimientos, las más estrictas obligaciones en materia de círculos de
mejora, espinas de pescado y normas de seguridad, pero nadie le había enseñado
a acabar una relación. No una relación de pareja, ni tampoco el fin de una
tormentosa relación de amistad, sino pura y simplemente la relación que se
establece con un paciente siendo “simplemente” un residente.
Cuando hablamos de longitudinalidad, pensamos
siempre en una situación que se produce cuando alguien adquiere “propiedad”
sobre la plaza, o al menos cuando existe la perspectiva de un tiempo
suficientemente prolongado por delante para atender al mismo grupo de
pacientes. Un residente no parece invitado a participar en ese juego. Pero no
es cierto.
Rubin lo contaba de forma impecable en el New England en su impagable sección de "Becomimg a Physician”. Tres o cuatro años
puede parecer poco tiempo, pero un paciente que ha ido
estableciendo un vínculo invisible con ese o esa joven que le atiende en cada
visita descubre un buen día que aquel médico simplemente se esfumó y no volverá a aparecer
nunca. Y muy posiblemente nadie le haya explicado nunca qué es un residente, a que se dedica, por qué aparece un día y desaparece otro.
Rubin había visto a la Señora Rodriguez docena de veces durante su residencia y siempre consideró su relación como una catástrofe, sintiéndose amedrentado cuando encontraba su nombre en el listado de pacientes. Una mujer demacrada, frágil , residente ( pero de otra clase) en una residencia, pero de ancianos. Pero cuando Rubin le dijo de pasada “ por cierto, en la próxima visita tendrá usted un médico nuevo, porque acabaré mi residencia en un par de meses”, se quedó pasmado al observar como dos gruesos lagrimones descendían por su cara arrugada: “eres mi tercer médico en 7 años , estoy en el hospital todo el tiempo, ningún médico se preocupa de mí. Sola. Abandonada. No importa. Solamente tendrá que empezar todo de nuevo. Ahora que por fin me conoces, te vas. Mis problemas, mis hijas, mi auxiliar, todo eso no lo comprenderá el nuevo médico”.
Rubin había visto a la Señora Rodriguez docena de veces durante su residencia y siempre consideró su relación como una catástrofe, sintiéndose amedrentado cuando encontraba su nombre en el listado de pacientes. Una mujer demacrada, frágil , residente ( pero de otra clase) en una residencia, pero de ancianos. Pero cuando Rubin le dijo de pasada “ por cierto, en la próxima visita tendrá usted un médico nuevo, porque acabaré mi residencia en un par de meses”, se quedó pasmado al observar como dos gruesos lagrimones descendían por su cara arrugada: “eres mi tercer médico en 7 años , estoy en el hospital todo el tiempo, ningún médico se preocupa de mí. Sola. Abandonada. No importa. Solamente tendrá que empezar todo de nuevo. Ahora que por fin me conoces, te vas. Mis problemas, mis hijas, mi auxiliar, todo eso no lo comprenderá el nuevo médico”.
De poco le sirvieron a Rubin transitar por los
manidos tópicos de que el que viniera sería mejor, que los problemas se
solucionarían y volvería pronto a casa. Porque sabía que indicar pruebas e
interpretar electros lo puede hacer cualquiera medianamente preparado, pero
conocer a las personas lleva siempre tiempo, haciendo cierto una vez más el
clásico aforismo de Osler de que” importa más saber qué tipo de paciente tiene
una enfermedad en lugar de que tipo de enfermedad tiene el paciente”. Porque
cuando les pedía su opinión sobre lo que él hacía y como lo hacía encontraba
respuestas imprevistas: ”me hubiera gustado que me preguntara más por mi
familia”. O “ miras demasiado al ordenador y muy poco hacia mi”
Por supuesto es inevitable que las residencias
acaben. También que lo hagan largos e intensos periodos de atención a un mismo
cupo, extendidos a lo largo de los años, hasta que cualquier circunstancia, grave
o banal, lo cierra. Pero hay maneras de hacer comprensible lo que ocurre a
aquellos para los que supuestamente trabajamos. Algo que debería comenzar por
explicar a los pacientes que y quien es
un estudiante o un residente, que hace y durante cuánto tiempo estará allí.
Algo que debería finalizar con una consulta monográfica, dedicada simplemente a
despedirse y dar el testigo al que llega nuevo. Porque a menudo los pacientes únicamente piden que alguien les salude , les de la mano al llegar o al despedirse,
además de que le interprete la cifra de creatinina
Geoffrey Rubin aprendió de la Señora Rodriguez los
múltiples papeles que debe representar un internista: guiar, enseñar,
conciliar, consolar , proteger , incluso llegar a ser miembro honorario de una
familia. E indirectamente también aprendió que la atención primaria (otra forma
de atención primaria) sigue siendo más
esencial que nunca.
Sergio Minué ...¿Qué me vas a contar a mí de lo duro que puede ser para los pacientes (y para su médico de familia) separarse tras una etapa larga de contacto permanente y de visitas frecuentes a consulta? Espero que el duelo no se convierta en patológico. Porque al último matrimonio que atendí en consulta, que fue a los únicos que le comenté mi marcha, por pocas acaban llorando los dos.
ResponderEliminarNo es de extrañar Pachi. Es lo que ocurre cuando lo que se encuentra al otro lado de la mesa es escucha, respeto y ayuda.
EliminarLo van a sentir mucho tus pacientes, Y seguro que tu también
Que te vaya muy bien
Un abrazo