Siguiendo a Berwick en su comentario sobre las eras de la
Medicina a la que nos referíamos ayer, la Tercera Era deberá tener un sólido
fundamento moral. Él reconoce que dicho calificativo arrancará la sonrisa
condescendiente de muchos: para los partidarios de la autonomía a ultranza
cualquier prescripción parecerá inaceptable, y para los amantes del control
sonará demasiado naif.
Berwick considera que la nueva era deberá incorporar cambios
sustanciales en los servicios sanitarios. Algunas son claramente instrumentales
, difícilmente discutibles, aunque se estén llevando a cabo en muy limitada
medida ( asegurar una completa transparencia de los datos a los ciudadanos,
utilizar la ciencia de la mejora), pero la aplicación de otros debería modificar
radicalmente el funcionamiento actual de nuestros servicios sanitarios:
La primera medida propuesta , y que da idea de la gravedad
del problema, es reducir drásticamente los indicadores y parámetros de control
en las organizaciones: los instrumentos empleados para regular la actividad en
nuestros servicios sanitarios ( ya se llamen Contratos Programa, Acuerdos de
Gestión, Pactos de Objetivos), junto a los innumerables parámetros de las
agencias de evaluación y acreditación, han convertido a los profesionales
sanitarios en burócratas kafkianos, mucho más preocupados en alimentar al Gran
Hermano del sistema de información que de atender adecuadamente a los
pacientes. Es sobradamente conocido que el ordenador como instrumento ha
alterado sustancialmente la relación entre profesionales y pacientes,
convirtiendo a menudo a éste en un mero suministrador de datos para intentar
satisfacer el apetito insaciable de la organización. A menudo cada
dirección general, secretaría, departamento, unidad o negociado establece sus
propios parámetros de “obligado cumplimiento” que se van acumulando al del
departamento vecino hasta crear monstruos de difícil gobierno, con más de 200
indicadores, en ocasiones contradictorios. El problema es que esa información
en gran medida es inútil ( como señala Berwick) y responde a intereses de la
organización y no del profesional. Berwick llega a proponer reducir los datos
que exigen los reguladores en Estados Unidos en un 50% en 3 años y en un 75% en
6, convencido de que generaría un importante ahorro en tiempo que podría
beneficiar al paciente de nuevo. Ningún servicio de salud español se plantea algo semejante, entre otras razones porque perdería su principal razón de ser, que no es mejorar la salud de sus ciudadanos, sino seguir justificando la existencia de sus mil y un burócratas.
La segunda de las propuestas de Berwick propone una moratoria en los
sistemas de incentivación de profesionales que son “confusos, inestables y
fomentan comportamientos oportunistas”. La amplia evidencia existente sobre la
inefectividad de los incentivos para mejorar la salud de los pacientes y que ya
ha sido comentada aquí reiteradamente ( ver incentivos) , debería hacer replantear en su totalidad los actuales
modelos de incentivos ligados a objetivos. De nuevo, es algo inconcebible para nuestros gestores, convencidos de que dar zanahorias a cambio de indicadores es la mejor forma de que trabaje el profesional sanitario.
No todo el cambio necesario procede de la administración. Berwick
también propone una limitación a las prerrogativas individuales si éstas pueden
perjudicar al “conjunto”. Sigue siendo habitual escuchar expresiones del tipo
de “este es mi quirófano, o ésta es mi enfermera”, cuando no los consabidos “
esto solo lo puede hacer un médico,... o una enfermera”. Solo cambiando el interés
personal por el interés conjunto del equipo de trabajo será posible cambiar
dicha cultura y afrontar los retos de sistemas cada vez más complejos.
La cuarta propuesta es rechazar, controlar y perseguir
la avaricia. La avaricia producto de una industria insaciable, de unos médicos
desaprensivos, y de una administración
a menudo cómplice. Un compromiso de profesionales y organización que
fomente “el precio justo y el beneficio razonable”. Sin frenar dicha avaricia,
que medicaliza cada vez más la sociedad (con la cooperación necesaria de servicios
sanitarios que fomentan actividades sin fundamento científico alguno),
ningún sistema sanitario será sostenible.
Por último, Berwick retoma un término que acuñó hace muchos
años Julian Tudor Hart, posiblemente bastante alejado ideológicamente del
americano. El venerable médico general galés consideraba que la salud era
resultado de una co-producción entre profesionales y pacientes, en que los
primeros ayudaban a interpretar a
los segundos los problemas que les aquejaban, con la intención de ayudarles a
tomar la mejor decisión posible. No tanto preguntar “ qué le ocurre” como “ qué
le preocupa y como le puedo ayudar”.
Estas cinco medidas son aplicables a cualquier servicio
sanitario. No tiene un importante componente ideológico, son fundamentalmente
instrumentales. Pero podrían ayudar a mejorar el sistema.
Es una hipótesis a comprobar, sin duda alguna.Pero lo que sí está claro es que permitir que sigan
proliferando sistemas de medición exhaustivos, incentivos ligados a objetivos
tal y como están diseñados, y ausencia de trabas al crecimiento tecnológico
ilimitado, acabarán acabando con cualquier sistema.
Ave Sergio!! Lo de la moral está bien, pero todos sabemos que el comportamiento se puede incentivar o no. Y que hay incentivos permanente al comportamiento amoral e incluso inmoral, por lo que unos incentivos favorables a comportamientos pro-pacientes serían adecuados. El problema es que los médicos hemos abandonado la tarea de incentivar comportamientos pro-paciente escondidos en una supuesta libertad del individuo profesional (no del individuo paciente) y no hemos querido poner a trabajar a nuestros colectivos profesionales, desde los colegios profesionales a las sociedades, dejando el campo libre a otros intereses. Y asi nos ha ido y nos irá.
ResponderEliminarAve Joaquim¡
EliminarRazón llevas como es habitual. Mejor incentivar comportamientos pro-pacientes que no hacerlo o escudarse solo en la libertad profesional. El problema es que "la profesión" ha perdido esa capacidad en buena medida de hacer las cosas bien porque tiene que hacerlas, y prefiero algo mucho más cómodo que disparar a un indicador.
Lo grave es que eso esta implicando dejar de hacer cosas muy valiosas solo porque nadie las valora: desde los domicilios a tocar una tripa
Aunque la evidencia sobre su efecto sea tan endeble quizá sea inevitable emplear sistemas de incentivos . pero está claro que solos, sin otras intervenciones, generan más daño que beneficio