Albert Jovell
En marzo de 2001, hace más de 15 años, Albert Jovell
escribía El futuro de la profesión médica,
un análisis del cambio social y los roles de la profesión en el siglo XXI,que
acababa por entonces de iniciarse. El mundo era muy diferente entonces (aún no
se había producido el atentado contra las Torres Gemelas), pero los desafíos
que planteaba Jovell siguen siendo hoy prácticamente los mismos: un conjunto de
transiciones en materia demográfica, epidemiológica, económica, laboral, mediática,
judicial, política y ética que instaban a definir un nuevo modelo de contrato
social, habida cuenta de que los clásicos no servían ya para el abordaje de semejante
tipo de retos.
Éstos a su vez obligaban a ampliar los roles que debía jugar
la profesión en el futuro: por supuesto seguirá siendo esencial desempeñar el
papel de “experto”, pero no solo en
conocimientos científicos y habilidades técnicas, sino cada vez más en conocimiento
sobre personas, a las que poder dar un trato humano y digno, a las que escuchar
y transmitir lo que se sabe y piensa. Ese papel de experto es complementario al
de “profesional”, capaz de prestar y “demostrar”
ante la sociedad que dispone no solo de competencias técnicas, sino también éticas
y humanísticas. “A diferencia de un
oficio, la profesión debe incorporar
un conjunto de valores que determinan competencias técnicas y humanísticas, y que no tienen por qué estar asociadas al
concepto de trabajo u ocupación”, escribe Jovell, quien recomienda ir
reemplazando el manido término de excelencia clínica por un término mucho más
amplio, el de excelencia profesional.
También recomendaba recuperar otro rol imprescindible, el de
cuidador, en buena parte resultado de su función de “testigo” del sufrimiento
de los demás, como escribía Iona Heath en Love Labour Lost.; alguien con la
capacidad de acompañarles en el recorrido por un sistema sanitario extraño y
amenazante, pero también por el incierto tránsito de su propia enfermedad. Un
papel imprescindible para construir confianza, un término capital en la
asistencia sanitaria (y al que el propio Jovell dedicó un libro excelente).
En aquel documento de hace ya tanto tiempo se aventuraban
muchos de los desafíos que hoy protagonizan cada documento, encuentro o
discusión en redes sociales: el incremento de condiciones crónicas, la
multimorbilidad, las dudas sobre el autocuidado, la necesidad de adaptación
cultural ante el aumento de los movimientos migrantes, el papel del domicilio y
la atención social, los excesos de la medicina y la medicalización de la vida.
Por ello Jovell incluía otros roles tan imprescindibles como
los anteriores en esa nueva definición de lo que debería suponer una nueva
profesión médica. Para empezar ( cuando aún no se había producido la “revolución”
de internet) ya abogaba por convertir al médico en un “informediario”, un intermediario entre el paciente y la
sobreinformación que existe al otro lado de la pantalla. Pero además ese exceso
de conocimiento le afecta al propio profesional, sobrepasado permanentemente
respecto a lo que debe leer, conocer, aprender o aplicar.
Señalaba también como responsabilidad no eludible, su
intervención en la gestión de las
organizaciones y los recursos, primero porque solo a través de
organizaciones “heterárquicas” (y no jerárquicas), estructuradas en comunidades
interprofesionales de decisión será posible abordar los inevitables conflictos
que tal diversidad de desafíos estructurales generarán en el futuro. Pero a la
vez señalaba que el médico no podrá eludir más su doble papel de agente, del paciente por una parte, y de la
organización a la que pertenece por otra, cuando los recursos ya para siempre limitados
obligarán a elegir y renunciar: “la gestión de la complejidad supone evaluar
la diferencia existente entre satisfacer las necesidades de los pacientes en
contraposición a la de atender sus deseos, así como confrontar el dilema que
enfrentan a las necesidades con las posibilidades del sistema”.
Para la construcción de ese nuevo contrato social resulta
imprescindible la creación de partenariados ( personales, intra e interprofesionales,
sociales) en las que presentar las contradicciones y diferencias, y en donde sea
posible, a través de la deliberación, llegar a establecer las bases para “un desarrollo sostenible de la sanidad”.
Hoy se cumplen tres años de su muerte. Releer hoy a Jovell 15 años después genera una doble sensación: por
un lado, confirmar el enorme vacío y silencio que dejan las personas brillantes
cuando por desgracia desaparecen. Por otra, confirmar ,por desgracia, que ni
profesionales, ni gestores ni políticos son capaces en este país de abordar en
serio los problemas que tiene planteados la sanidad.
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