Watson
no es sólo el entrañable colaborador de Sherlock Holmes. Es el nombre de un
poderoso sistema de inteligencia artificial desarrollado por IBM que ,según algunos,
revolucionará próximamente el mundo de la medicina convirtiendo en superfluos
los esfuerzos médicos para llegar a un diagnóstico: puede incorporar bancos de
datos con todo tipo de información sobre síntomas, enfermedades o tratamientos,
que jamás persona alguna será capaz de memorizar y asimilar; también puede incorporar
la información disponible sobre cada paciente, sus parámetros analíticos, tal
vez su genoma, incluso la de sus familiares. Como escribe Yuval Noah Harari “con
ese Watson por ahí, no habrá necesidad de ningún Sherlock”. En un estudio publicado
en Wired, un algoritmo fue capaz de diagnosticar el 90% de los casos de cáncer
de pulmón, mientras que clínicos expertos apenas llegaban al 50%. Cuando pueda
estar disponible, y por caro que sea, podrá atender 24 horas al día, 365 años,
a todo tipo de pacientes (si pagan lo suficiente claro), sin fatiga, turnos ni reivindicación
de salario. Parece ser que I si le introducimos algunos datos biométricos
incluso sea capaz de adaptar sus mensajes a nuestras necesidades.
Siddhartha Mukherjee, el autor de El emperador de todos los
males, y de quien ya hablamos aquí, publicó sus reflexiones sobre el duelo
entre médicos y máquinas hace unas semanas en The New Yorker. Describe con
detenimiento la complejidad de la identificación de una enfermedad, la
dificultad del diagnóstico en el trabajo diario de neurólogos, radiólogos o dermatólogos
expertos. Basándose en los trabajos del filósofo británico Gibert Ryle diferencia
dos tipos diferentes de conocimiento: el “saber qué” y el “saber cómo”. Es
posible explicar y describir detalladamente el proceso de conducir una
bicicleta ( el qué), pero para montar realmente en ella, deberemos aprender de
otra manera, balanceando el cuerpo entre los dos pedales, cayéndonos y
volviendo a empezar. Los dos conocimientos son interdependientes: el primero
nos permite avanzar en el segundo y viceversa. Pero ningún libro de normas,
ninguna receta nos enseñará realmente a montar en bicicleta o preparar un marmitako.
Solo practicando llegaremos a ser expertos.
Tradicionalmente los sistemas de inteligencia artificial se
han basado en reglas y algoritmos que enseñan a “saber qué”. Sin embargo, los
más recientes estudios realizados en Stanford están avanzando en la replicación
de los mecanismos que empleamos en “aprender el cómo” a través de la creación de
algo similar a redes neurales similares a las que usa el cerebro. Se trataría
de “enseñar” a la máquina a pensar como el humano, a reconocer los patrones
como éste los reconoce a partir de su experiencia.
Estos sistemas reciben el nombre de sistemas de inteligencia
artificial de aprendizaje profundo ( Deep Learning).Pretenden conocer lo que se
esconde en la “caja negra” de nuestros cerebros, qué sistemas de aprendizaje utilizamos
y cómo funcionan. Pero sin embargo, existe un tercer tipo de aprendizaje, aún
más importante y útil que el “saber qué” y el “saber cómo”. No son los hechos
ni el patrón que conforman. Consiste en el “saber por qué”, según Murkherjee.
Los sistemas de inteligencia artificial no tienen esa capacidad explicatoria de
lo que ocurre: sabrán identificar un cáncer de mama entre millones de muestras
pero no por qué sucede.Y probablemente tampoco a discriminar cuando ese tumor
pondrá en peligro la vida y cuando no.
Para Murkherjee el clínico y el investigador se asemejan al
jugador de baseball y al físico que calcula trayectorias: el primero sabrá con
gran precisión donde caerá la pelota tras haber realizado cientos de miles de
lanzamientos; el segundo quizá pueda calcular el lugar exacto conociendo
velocidad, fuerza y efecto. Ambos se complementan: necesitamos clínicos expertos
en identificar enfermedades e investigadores capaces de descubrir por qué éstas
ocurren.; el camino debería comenzar en el primero, a partir de cuya
información trabajará el segundo. Si progresivamente el trabajo del clínico
experto se va sustituyendo por máquinas
(opacos artificios de aprendizaje sin capacidad de explicación de lo que
hacen), el “saber qué”, “el saber cómo”
y “el saber por qué” se irán desvaneciendo en la niebla de la maquinación. Quizá
seamos mejores haciendo lo que hasta ahora hemos venido detectando, pero
también menos capaces de reflexionar sobre lo que deberíamos estar haciendo.
El término Diagnóstico etimológicamente señala la capacidad
de discernir, de diferenciar algo del resto. Watson, quizá sea capaz de hacerlo
mejor que el humano, pero éste siempre debería ser capaz de hacer algo demasiado
complicado para Watson: integrar y convertir los tres tipos de conocimiento en
uno solo. Es decir, hacer aquello que
tan bien hacía Sherlock en las novelas de Conan Doyle.
Si aún tenemos algún futuro éste vendrá de la mano de
integrar la información en conocimiento, algo muy difícil, en las antípodas de
los modernos modelos de medicina basados en estandarizaciones, protocolos, y
estratificaciones. Si solo nos interesa eso hay que reconocer que es mucho
mejor confiar en Watson
Excelente. Una pena que a los gestores de carteras, algoritmos, protocolos y estratificaciones SOLO les interese Watson, hasta el punto de cambiarte las medicaciones de tu universo de pacientes de una sola tacada o de llevarte a juicio (como única alternativa) porque decides pautar un producto
ResponderEliminarSi ..., pero yo , Nunca cambiaría a ningun "ser" con inteligencia artificial , por un abrazo , ni una mirada cómplice ante un diagnóstico incierto ....
ResponderEliminarUn abrazo ..
Muchas gracias a los dos y perdonad el retraso en subir los comentarios ( algo extraño está pasando en blogger últimamente que también le pasa a Vicente Baos).
ResponderEliminarSi, yo también sigo prefiriendo a los Sherlock pero,... cada vez se les aprecia y ayuda menos, y se presiona más para que entren a decidir los Watson
De nosotros depende
Abrazos