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domingo, 17 de septiembre de 2017

Investigadores del 1ª cuartil ( y 3): Julian Tudor Hart, su propio forense



Julian Tudor Hart nunca recibirá el premio Nobel, ni siquiera el del Príncipe o Princesa o Infanta de Asturias. Sus contribuciones al conocimiento son vulgares; nunca fue capaz de inventar el LIGO, como hicieron sus últimos ganadores, acrónimo del que uno sospecha inmediatamente. Tampoco fue obseso del apasionante mundo de la neurona espejo, ni tampoco es el padre de la célula madre.
Sin embargo Tudor Hart no sólo es un científico por su formación y trayectoria sino por sus contribuciones al conocimiento, no teórico, no experimental, no basado en ratas y roedores, sino en lo que acontece a personas de carne y hueso y las comunidades de las que forman parte.
Con su mujer, Mary, Tudor Hart formaba parte del equipo de otro genio, Archie Cochrane (el de la colaboración, y biblioteca y revisiones del mismo nombre) en la Unidad de Epidemiología del Sur de Gales. Pero algo le diferenciaba del resto de sus colegas: se sentía sumamente frustrado de que al observar los efectos de las enfermedades en los pacientes que estudiaba, no pudiera hacer nada para no interferir con el estudio. Para sus colaboradores el método científico y el acatamiento de sus normas era quien mandaba; para él no. Y así, cambió “unavida de datos por los datos de la vida”. Desde que tomó aquella decisión allá por 1950, dedicó su vida a atender una humilde población en un deprimido pueblo minero de nombre impronunciable, Glyncorrewg. Reunició a mirar sin intervenir, pero no a seguir mirando, apuntando, reflexionando y escribiendo.
Su más conocida contribución al conocimiento científico fue su famosa Ley de Cuidados Inversos, publicada en Lancet en 1971, donde demostraba que aquellos que más necesitan la atención y el cuidado sanitario son los que menos la reciben. Pero esa fue una cuenta en la ristra de aportaciones al conocimiento científico real, basado en lo que vivían y padecían sus propios pacientes.
En otro estudio, para el que sólo contó apenas con cuadernos y lápices, fue registrando pacientemente lo que ocurría a su población hipertensa, de edad entre 20 y 40 años, desde el año 1968 al año 1989, 21 años ininterrumpidos. Y lo comparó con lo que ocurría a un número de controles semejante, no hipertensos, de características similares. Lo publicó en el BMJ en 1993 con conclusiones claras y precisas: “la hipertensión bajo los 40 es peligrosa (por los eventos que produce, en ocasiones mortales), más común en hombre, rara vez producida por causas secundarias y controlable en medicina general con un enfoque poblacional”.
Como se mantuvo siempre en el mismo lugar y le preocupaba la situación de su comunidad a la que se sentía vinculado y responsable, realizó otro gran estudio, también publicado en el BMJ, en el que comparó el efecto de un enfoque poblacional basado en el audit y el hallazgo y seguimiento de casos de una población frente a otra de características similares, en la que no se realizó la intervención mantenida a lo largo de…¡25 años¡ ( de 1964 a 1987). Y demostró el efecto a pesar de que todas las condiciones para realizar una intervención de este tipo eran adversas (falta de personal, de medios, de prioridades políticas).
Sería interminable y quizá tedioso relatar todas y cada una de las publicaciones de este hombre entrañable amante del baile y defensor a ultranza del sistema sanitario público, cuyo conocimiento y  clarividencia le llevó a anticipar las consecuencias de la crisis económica antes de que ésta comenzara ( en su imprescindible libro  The political economyof healthcare). Pero señalaré solo uno más. 
Durante 21 años, desde 1964 a 1985, analizó todas y cada una de las muertes de su cupo, 500 en total, comparando las ocurridas en los primeros diez años ( 1964-1973) con las del segundo ( 1974-1985). Descubrió que el 45% de ellas eran evitables, bien por factores relacionados con el paciente (59%), el propio generalista (20%) el hospital (4%) ; descubrió que dos tercios de las muertes de sus pacientes ocurrían en casa, y que en los últimos años había aumentado el porcentaje de mujeres en situación de dependencia previa a la muerte permaneciendo estable el de los hombres. Tituló aquel trabajo “se tu propio forense”. Una muestra de rendición de cuentas real (no del acreditable por agencias de acreditación burocráticas). Una recomendación, sugerencia o mandato que probablemente nadie siga y a nadie interese.
La investigación que importa en Atención primaria es ésta, como la de Howie o Bridges-Webb. La que integra la atención con la medición del efecto de esa atención. No la del efecto del último hipolipemiante, la del número de pacientes estratificados o del cumplimiento de estándares de una agencia que lo mismo acredita profesionales que mangueras de campo.
Ahora que comienza a producirse la jubilación (y el correspondiente relevo generacional) de los que comenzaron la tan afamada reforma de la Atención Primaria en aquellos años 80, cabría preguntarse cuantos de ellos serían capaces de aportar,sobre sus propios cupos, información similar a la que aportó Tudor Hart. Y para realizar la cual no se necesitan de forma imprescindible ni proyectos FIS, ni becarios entrenados, ni otras condiciones que  a menudo no son más que excusas para justificar  el no hacer lo que debemos y podemos hacer.
Aunque no nos lo manden, ni los lo permitan

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