Como es
bien sabido 2018 es el año del 40 aniversario de Alma Ata. Pero también del 70
aniversario de la creación del Servicio Nacional de Salud británico, el NHS,
joya de la corona de la sociedad británica del siglo XX, y modelo de referencia
para otros países de que es posible construir sistemas sanitarios basados en la
atención a sus ciudadanos en función de sus necesidades y no de su nivel de
renta o ingreso, sin coste añadido en el momento de la atención, y
perfectamente sostenible simplemente con un sistema progresivo de impuestos en
el que pague más quien más tiene.
La semana
pasada Iona Heath publicaba en el BMJ un ensayo analizando precisamente lo que
había sido (y dejado de ser) el NHS en esto 70 años , focalizándolo en el proceso de cambio. El cambio representa el nuevo tótem: todos debemos cambiar; la
cualidad más valorada por empresas, medios de comunicación, políticos y
electores es el cambio. “reinventarse a uno mismo”, “ el olvido como máximo
valor", tal y como señalaba Bauman en su descripción de la sociedad líquida.
Cambios que en algunos casos son simples fuegos de artificio: cambiamos de perfil
en nuestras redes sociales, de puesto de trabajo o de función en la empresa,
aunque en el fondo no sea más que simple apariencia, una manera de “cambiar
para que nada ecambie” como escribía Lampedusa en el Gatopardo.
La
historia del NHS es la historia de la reforma permanente del mismo; la de
nuestro sistema sanitario, un pálido reflejo del mismo proceso. Cada cambio de
gobierno, incluso aunque el partido de gobierno siga siendo el mismo, suele suponer
la introducción de un nuevo modelo, la aportación de una innovación que pasará
a la historia resolviendo definitivamente los problemas estructurales del sistema,
y tal vez convirtiéndose en referencia para el mundo. Es extraño encontrar
un responsable político que solo aspire a mantener y afianzar lo alcanzado, a
corregir los errores y pasar desapercibido como los buenos árbitros de fútbol.
Por el contrario, a menudo menosprecian lo que hicieron sus antecesores, se asombran
de la incapacidad que tuvieron para resolver los problemas y creen estar iluminados por una
clarividencia que les hará ser recordados durante generaciones.
Iona
Heath escribe sobre “la peligrosa tendencia de ver todo cambio como progreso,
sin considerar que todos los cambios suponen pérdidas y que cada ciclo de reformas
recorta un poco más del núcleo esencial del servicio, la expresión de sus
propios fundamentos”.
Gran
parte del análisis que ella realiza es extrapolable a España: la postverdad ( ¿por
qué no simplemente “la mentira”?) del turismo sanitario, la creación de un
ambiente hostil a los extranjeros, el menosprecio de la continuidad frente al
acceso a toda costa, la escandalosa aceptación de cualquier prestación de la
industria de la salud, el exceso de regulación a costa del deterioro de la
autonomía profesional, la excusa de la necesidad de rendir cuentas ante una
insaciable burocracia que después paradójicamente nunca las rinde ante la
ciudadanía. Por no hablar del problema creciente de dejar solos ante el peligro
a los que aún se encuentran formándose como una forma de “abaratar” los costes
, como vimos recientemente aquí.
Quizá uno
de los más graves problemas que comparten ambos sistemas es la sustitución de
la necesidad por la demanda como brújula que guíe el rumbo
del sistema: en cuanto cambió el viento y las cosas se pusieron difíciles, la
primera medida del gobierno Rajoy ( bien aplaudida por la Troika) fue expulsar
del sistema sanitario a los que más necesidad potencial de asistencia podrían tener:
los que huyen de la persecución, la muerte o el hambre y que suponen la amenaza
potencial de varios millones de
africanos, para el nuevo jabato de la derecha española . Como dice su mantra “no puede haber papeles para todos”, entre otras
razones porque la reducción de las inequidades no es un objetivo en la agenda
real, no lo ha sido y quizá nunca lo será. Por el contrario la demanda sí lo
es, la máxima expresión del funcionamiento del mercado, donde a nadie importa
si está justificada o no. La necesidad a menudo es invisible, y como bien dice
nuestro inconsciente popular “ojos que no ven corazón que no siente”. La ley de
cuidados inversos del admirado Tudor Hart adorna bien los discursos pero a la
hora de la verdad es una tranquilidad saber que toda esa gente que más necesita
atención seguirá preocupada de cosas más importantes que la salud, como
simplemente encontrar que comer.
Por el contrario, no satisfacer la demanda ,
aunque ésta sea innecesaria, superflua o abusiva, es inadmisible en el sistema.
De nuevo Iona: “ los sucesivos objetivos de tiempos de espera para tratamientos
electivos y para esperas en departamentos de urgencias han minado la capacidad
de los clínicos para priorizar en función de la necesidad. El efecto ha sido
privilegiar a los más demandantes y penalizar a los más necesitados”.
No todo
cambio supone un progreso. En especial cuando deterioran los cimientos de lo
que nos permitió alcanzar el mayor grado conocido de humanidad.
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