Leopoldo
Contreras, catedrático de Derecho Romano en la época postfranquista, malvive de
traducciones que apenas le dan para vivir; vive sólo en un piso que, más que
hogar, parece la biblioteca de Alejandría; meticuloso, con la ayuda de un antiguo alumno
tiene perfectamente catalogados todos sus libros, a los que acude con la
precisión de un relojero en busca de citas, argumentos o jurisprudencia. Pero
un día ya no puede más y , para evitar la precariedad de una vida siempre en el
alambre, acude a un antiguo alumno, mediocre y arribista, para hacerle una
propuesta insólita: convertirse en su esclavo. Buen conocedor del Derecho
Romano, sabe que el de esclavo es un papel que supone múltiples obligaciones,
pero al mismo tiempo le garantiza una
seguridad mínima pero muy deseable: cobijo, comida y ropa.
Gonzalo
Bárcena , el alumno elegido como amo, se niega al principio con aspavientos; se siente ofendido, provocado, pero poco a poco va ganando en él la
curiosidad, la avaricia y el deseo de tener lo que nunca tuvo: inteligencia, la
que derrocha por el contrario su maestro. De forma que finalmente acepta
hacerse cargo de su nuevo esclavo siempre de acuerdo al Derecho Romano, aunque
la dignidad le impide aceptar la propuesta del catedrático de marcarle la piel
con el sello de su heredad; basta como alternativa el collar que el profesor
Contreras encargó para la ocasión y que lleva su nombre en latín: Stico.
Stico
es una vieja y lúcida película de Jaime de Armiñán de 1985 protagonizada por Fernando
Fernán Gómez (en el papel de Contreras), y Agustín González ( Bárcenas, brillante
premonición). En ella se presencian las vicisitudes del esclavo, objeto de
curiosidad y envidia por parte de las amistades del abogado mediocre. Y de la
más variopinta serie de peticiones por parte de su familia, desde la
posibilidad de sexo con su esposa a la exhibición de sus vergüenzas por parte de
los niños.
¿Es
posible hoy en día la esclavitud en España? Cualquiera diría que no, que los
tiempos de barcos negreros procedentes de África que arribaban a las costas españolas
son malos sueños de películas de época, definitivamente erradicados. Pero si
entendemos la condición de esclavo la de aquella persona privada de libertad,
quizá haya muchos más esclavos de los que creemos.Si recurrimos a la
Constitución, supuestamente el texto fundamental que regula nuestra convivencia
(tan reiteradamente utilizada y admirada
hasta por los que nunca creyeron en ella), libertad, igualdad , justicia y
pluralismo político son los valores supremos del ordenamiento jurídico (
artículo I); pero a la vez señala que la dignidad de la persona y el libre
desarrollo personal son fundamento del orden político y la paz social (artículo
10), sirviendo como referentes esenciales a la hora de enunciar los derechos
fundamentales. Esa garantía constitucionalmente explícita de la dignidad y el
libre desarrollo personal permiten juzgar hasta qué punto las intervenciones de
los poderes públicos permiten el ejercicio “real” de la libertad por parte de
personas o grupos sociales.
Si se
leen los documentos escritos o visuales de Uno cada Ocho Horas, del artículo sobre precariedad de Elena Serrano, o sin ir muy lejos,los
dos últimos post de este blog, en especial la síntesis de Juan Gervas sobre la
sesión celebrada en Granada sobre precariedad, resulta difícil defender que las
autoridades sanitarias españolas ( en sus variopintas manifestaciones) respeten
la dignidad de los profesionales sanitarios en Atención Primaria y faciliten el
libre desarrollo personal. Relataba una de las asistentes a aquella sesión: “Con
contratos tan breves, y tan pendiente para conseguir “un servicio”, me he
sentido prostituta y prostituida, dependiendo del teléfono incluso durante la
ducha pues te penalizan si suena más de tres veces y no contestas”. Cuesta
encontrar una declaración más descarnada de lo indigno que puede ser un trato,
tan cercano a la infamia como el relato de atención en urgencias en días
alternantes, o los profesionales capaces de presentar 200 contratos diferentes
en un año.
Leopoldo
Contreras sabía los fundamentos de la esclavitud y sus reglas del juego. Hoy
hay muchas personas en esta sociedad que cumplen las condiciones de esclavo
pero no lo saben. Los “masas” del mundo moderno viven en Bruselas, Madrid o
Barcelona. Como los terratenientes de las plantaciones algodoneras del sur
confederado, se muestran hostiles a cualquier cambio que amenace sus
privilegios: antaño se negaban a reconocer humanidad en el negro; hoy defienden
con uñas y dientes la reforma laboral, la movilidad laboral, los contratos
precarios, la reducción de salarios.
Basta
ya de caretas. Reconozcamos la realidad del esclavo o la esclava modernos. Hagamos
de una vez por todas visibles a nuestros amos, que se sientan orgullosos de su
poder, de su capacidad real de moldear la vida de sus esclavos, de que en sus
manos está la potestad de permitirles establecerse alguna vez, tener descendencia,
vivir.
Los que
pertenezcan a algún servicio de salud colóquense en lugar bien visible la
enseña de la plantación: el nombre de ésta, los datos del amo, la bandera que
ostenta. Los que aún no hayan entrado en el mercado identifíquense como
esclavos apetecibles: Stico, médico de familia con 4 años de experiencia se
ofrece como esclavo.
Feliz
año esclavos.
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