A
preguntas de un periodista de la cadena SER sobre la preocupación de los
ciudadanos por la infección con el coronavirus, la Ministra de Hacienda, María
Jesús Montero respondió que hay que estar tranquilos porque “tenemos el mejor sistema sanitario del mundo”. Coincide en sus apreciaciones con el Ministro de
Salud de Chile Jaime Mañalich, quien afirmó hace unos días que “el sistema desalud chileno es uno de los mejores del planeta Tierra”. Es lo que tiene ser
hooligan, uno siempre cree que su equipo es el mejor.
Afirmaciones
propias de la barra de un bar, de una fiesta loca de verano pasados de vueltas,
o viendo la final de la Champions. Sorprende en responsables políticos, pero
como se ve es independiente del contenido y la supuesta ideología política.
Los
sistemas sanitarios no son como los campeonatos de fútbol, no se les otorga
estrellas para colocar en la bata. Porque realmente ¿Cuál es el mejor sistema
sanitario del mundo? ¿Cómo pueden compararse sistemas incardinados en contextos
completamente diferentes? Medir la salud no es sencillo porque son muchas las
dimensiones que supone el término. Y aún si eso fuera posible, buena parte del
nivel de salud viene determinado por causas no atribuibles al sistema
sanitario, desde la genética de la población, al estilo de vida, las
condiciones ambientales, o la simple suerte. Si el criterio es económico,
gastar mucho no supone gastar bien (ahí el ejemplo de Estados Unidos, el país
que más gasta y que más despilfarra), ni gastar poco es ser eficiente (puesto
que por debajo de un cierto umbral no resulta posible garantizar servicios
sanitarios de calidad para todos sus ciudadanos). Si recurrimos a indicadores
de calidad, aparece el problema de cuáles de ellos elegir, qué dimensiones son realmente
sensibles y específicas del buen desempeño de un sistema sanitario. Prueba de
ello son las diferencias entre clasificaciones según cual sea la fuente y el
interés oculto de sus autores.
El
sistema sanitario español lleva más de una década reduciendo significativamente
su gasto sanitario público e incrementando el privado; los compromisos de España
con la Comisión europea establecían que nuestro gasto sanitario público se reduciría
al 5.74 para 2019; en el último Health at Glance de la OCDE el gasto sanitario
público se redujo a solo el 71%; sólo Portugal, Hungría, Grecia y Polonia lo
tienen más bajo (Chile apenas alcanza al 50%, 21 puntos menos de la media de la
OCDE). Pero aún hay un dato más relevante: En el periodo 2008 a 2018 el gasto
sanitario español se redujo un 1,4%, reducción del gasto que sólo sufrieron los
países de la esfera PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España). Ningún otro
cerdito (PIGS) va por ahí presumiendo de ser el mejor sistema sanitario del
mundo, bastante tienen con salir adelante, aunque de alguno de ellos (
Portugal) mucho tendría que aprender España. Pero el inmenso recorte en materia
sanitaria producido en España en una década y el rápido proceso de privatización
encubierta del sistema ( que pasó del 20 al 30% en solo una década) no ha sido
inconveniente alguno para la actual Ministra de Hacienda para afectar en modo
alguno a nuestro sistema, en un caso realmente milagroso en el escenario
sanitario mundial. Proceso en el que hay que reconocer la importante
contribución de la señora Montero durante todos esos años, primero como
Consejera de Salud en Andalucía (2004-2013), después como Consejera de Hacienda en
la misma comunidad (2013-18), y en los últimos años como Ministra de Hacienda. Según
señalaba El País la inversión en 2011 por ejemplo disminuyó en Andalucía un 15%
entre 2010 y 2014,a pesar de ser la comunidad autónoma que menos invertía por
habitante. En aquel periodo de ajuste más de 7700 puesto de trabajo se
perdieron en Andalucía, proceso compartido con la mayor parte de las
comunidades autónomas.
Seguir
empleando el argumento de que el nuestro es el mejor sistema sanitario del
mundo es tan insultante en Chile (véase el estallido social que no cesa, aunque
no salga en televisión) como en España. Es dar por sentado que los ciudadanos
son imbéciles. Solo hay que acercarse a un centro sanitario de cualquier comunidad
para comprobar que las listas de espera son desmesuradas (además de opacas),
que no existen reemplazos ante las ausencias, que los contratos son abusivos y
precarios, que el burnout y la desesperanza de los profesionales alcanzan niveles
nunca vistos, mientras se multiplica la demanda de servicios alimentada por las
promesas irresponsables de los políticos de turno.
De
momento el sistema responde como puede ante la incidencia imprevista de la
infección por coronavirus; gracias en gran medida a la responsabilidad de los
profesionales que multiplican turnos y jornadas de trabajo. Pero veremos qué
ocurre cuando aumenten los casos con necesidad de atención, falten reactivos
para las pruebas diagnósticas o empiecen a faltar profesionales por el propio
contagio del virus como ya está ocurriendo en Osakidetza.
No se
qué puesto ocupa en el ránnking mundial de sistemas que tanto excita a los
políticos el sistema español. Lo que sí creo es que el sistema precisa de
muchos más cuidados intensivos que la inmensa mayoría de los pacientes
infectados por el coronavirus. Aunque parezca tener un semblante espléndido.
Como me
contaba un buen amigo, el sistema sanitario español se parece cada vez más a
las Vírgenes de Semana Santa: todo florido y resplandecientes por fuera, pero
que cuando las desnudan debajo sólo queda un palo.
Gracias por el post Sergio, con cuyo contenido estoy de acuerdo. Creo que la imprescindible autocrítica sigue ausente en nuestros lares. Al tema de los recursos creo que es necesario añadir los problemas derivados de los incumplimientos legislativos en relación a la universalidad y equidad así como la ausencia de análisis sobre los cambios estratégicos y de orientación de un sistema sanitario diseñado hace 35 años.
ResponderEliminarlo podemos utilizar en nuetra pafina de Faccebok Marea Blanca de Valles?
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