“Nuestro tiempo piensa en términos de “saber como hacerlo”
incluso donde no hay nada que deba ser hecho”
Karl Jaspers
Con esta cita del filósofo alemán comenzaba una disertación
de Iona Heath en el congreso de
WONCA sobre el “arte y la ciencia de la medicina general y la medicina de
familia” celebrado en Wenen en 2012. La presente era, de “hacer sin pensar”, nos obliga
a hacer continuamente cosas, sin pararnos a pensar en lo que hacemos, algo
que no podemos hacer porque no tenemos tiempo.
Heath cita a uno de loa padres de la física cuántica, Erwin Schroedinger
que señalaba: “ en una búsqueda honrada del conocimiento bastante a menudo
tienes que aceptar la ignorancia por un periodo indefinido. La constancia en
hacer frente a este requerimiento, más aún apreciarlo como un estímulo y un
indicador para futuras búsquedas, es una disposición natural e indispensable en
la mente de un científico”.
Para Iona la pausa es indispensable en algo tan repleto de
incertidumbre e ignorancia como es el ejercicio de la medicina general. Por
ello en medicina, el arte de no hacer nada es ( contra lo que pudiera parecer)
activo, considerado y deliberado. Un antídoto contra la presión por hacer, que
se fundamenta en la aplicación de ciertas artes que requieren juicio, sabiduría
e incluso belleza: escucha y atención,
reflexión, espera, capacidad de ser testigo y prevenir el daño.
El arte de escuchar y atender no se enseña en la
universidad, apenas se practica en la residencia y por supuesto no existe para
los modelos de incentivación y acreditación existentes. No es un arte fácil:
citando a la poeta escocesa Kathlee Jamie , Heath lo asimila al arte de
observar pájaros: “esto es lo que quiero aprender: prestar atención, pero no analizar.
Calmar a esa parte de mi cerebro que está vociferando por dios, ¿Qué es
esto?”. Es decir “no hacer nada, simplemente estar abierto al paciente,
prestarle atención, no empezar a diagnosticar demasiado pronto. “ Por desgracia
algo propio de otra época, en la que la necesidad de introducir rápidamente al
paciente en el corral de la estratificación de crónicos adecuada aún no existía..
Si escuchar es un arte del pasado para el que no hay tiempo,
para la reflexión ni tan siquiera hay espacio. La perversión de la Medicina
basada en pruebas , y sus múltiples protocolos, guías y algoritmos han conseguido que no necesitemos pensar,
porque aparentemente alguien ya hizo ese trabajo por nosotros. Pero si el pensamiento es "el diálogo del alma consigo
misma" (como decía Platón), necesitamos parar para pensar: para reflexionar
sobre si el paciente necesita realmente la etiqueta del diagnóstico ( como nos
fuerzan a hacer cualquiera de los modelos de organización vigentes), si esa
etiqueta supondrá una ayuda real, sobre
que clase de cuidado necesitarán , en que intensidad, en que momento y en que
lugar.
Esperar y ver es (como
escribía el poeta neozelandés Glen Colquhoun) el método más sofisticado de
diagnóstico para la Dra Heath. Pero se precisa mucho coraje para ir contracorriente,
en una sociedad en que exige soluciones inmediatas. Como exige coraje simplemente estar presente ante el
paciente, dar fe, ser testigo, acompañar, consolar, … todas ellas actitudes que
no figuran en ningún sistema de semáforos que se encienden según vamos
tecleando en el ordenador. Heath cita a uno de sus poetas favoritos , el polaco
Zbigniew Herbert, quien escribió:
“Nuestra propia libertad y en gran medida nuestra realidad
depende de la exactitud con la que somos capaces de percibir el sufrimiento a
nuestro alrededor, soportar ser testigo de ello, y ser capaces de revolverse
contra todo ello”. Porque la abogacía por los que sufren y son oprimidos,
engañados, humillados , forma parte también de las obligaciones del médico de
familia, aunque no figuren en ningún contrato programa.
Lo que el antropólogo americano Arthur Kleinman definía como
“empathic witnessing”: "el compromiso existencial para estar con la persona
enferma y facilitarle la construcción de una narrativa de su enfermedad, que le
permita dar sentido y valor a su experiencia. Lo que constituye el núcleo moral
del hecho de ser médico y de la experiencia de la enfermedad”
Prevenir el daño es la última cualidad del arte de no hacer
nada. Iona Heath recuerda las
palabras de Vladimir Nabokov : “una cosa hermosa de la humanidad es que , a
veces, uno no sabe hacer las cosas bien, pero sabe siempre cuando se ha
equivocado”.
Para ella, no hacer nada , en ese sentido, es preferible a
hacer algo que es inapropiado: como sacar conclusiones precipitadas, etiquetar
prematuramente a un paciente, medicalizar la adversidad consustancial a la vida
humana o prescribir tratamientos fútiles e inútiles.
No hacer nada es un arte, hoy olvidado y menospreciado. Un
arte en las antípodas de ser un simple espectador de la tragedia humana
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