La segunda industria de Baltimore es el negocio que genera la universidad Johns Hopkins. La primera obviamente, es el crimen. Ambos mundos nunca, o casi nunca, se mezclan, pero conviven de forma tan estrecha , que recuerdan a esos matrimonios que siguen durmiendo junto,s pero parecen haber renunciado a entenderse. Del poder económico de la universidad es buena muestra la existencia de dos líneas de autobús que circulan permanentemente por toda la ciudad de Baltimore para llevar y traer a los alumnos a los dos grandes campus que tiene la ciudad (Homewood y East Baltimore). Cuando uno toma ese bus (gratuito para todos los estudiantes y trabajadores de la universidad) llama la atención que los viajeros son mayoritariamente asiáticos., signo de la pujanza de aquel continente en los asuntos relacionados con el aprendizaje y la innovación. El campus “médico” de la universidad (que incluye la facultad de medicina y enfermería, el hospital y la Escuela de salud Pública, posiblemente la más grande y prestigiosa del mundo), se encuentra ubicada en el Middle East, una de las zonas más degradadas de la ciudad. En cada esquina del campus (que no está delimitado sino que se extiende a lo largo de varias cuadras) , un policía con fusil vigila desde una garita que no se ponga en peligro la seguridad de los habitantes de este mundo, situado en la lado soleado de la vida. Dos manzanas más allá , se extienden hileras de casas degradadas, con algún que otro grupo de adolescentes ociosos, y que en el reparto los tocó vivir en el lado oscuro.
Una buena muestra de la impermeabilidad de los dos mundos aparece en una escena de The Wire, en la que D’Angelo Barksdale, uno de los mandos intermedios del Holding de Stringer Bell, el capo del negocio de la droga local, le dice a uno de los jóvenes camellos de la red que es demasiado inteligente para ese mundo de trapicheo , y que debería acabar en Hopkins, cuyos edificios se ven a lo lejos. Ambos sin embargo, mueren acribillados algunos episodios después.
.Yo compartía apartamento con un estudiante del Máster de Salud Pública, un australiano delgado de casi dos metros, sumamente amable. El primer día que le invité a tomar una cerveza en el bar de al lado me miró con cara de pánico y me preguntó si estaba loco. Tenía razones para tener miedo. Había cambiado de apartamento a uno frente a la estación de tren porque en el anterior, situado a solo tres manzanas de distancia, le habían agredido en la puerta de su casa porque le identificaron como un miembro de una banda rival.
Nada de lo que describe The Wire es una exageración en Baltimore. El centro sigue siendo una zona relativamente segura de día ( de noche es otra historia) , pero en cuanto uno abandona la ciudad rumbo a Nueva York ve desde la ventana del autobús como se suceden hileras de casas bajas con tablones cruzados en las ventanas y solo alguna débil luz en una manzana de casas abandonadas donde aún vive alguna anciana. Kilómetros de degradación frente a los que cualquier intento de cambio parece insuficiente, aunque la alcaldesa de turno sea negra.
En la época que estuve allí , Peter Beilenson , que daba clase en Hopkins, presentaba un libro que acababa de escribir entonces (Tapping into The Wire. The real urban crisis), en el que utilizaba la serie para describir los problemas de educación y salud pública de la ciudad. Para que el taburete de la ciudad pudiera sostenerse en su opinión se necesitaban cuatro patas sólidas: buena educación, casas decentes, salarios dignos y un buen sistema de salud.
El libro es un excelente texto de salud pública, basado en una serie que es un magnífico análisis de los que son los determinantes de la salud en el mundo en que vivimos.
Determinantes que solo preocupan cuando la gente ya no aguanta más. Los incidentes de estos días en Baltimore son más un problema social que un problema racial. Al margen de que pongan en evidencia el eterno problema racial norteamericano, lo que demuestran es que sigue aumentando la fractura social entre ricos y pobres , como bien argumentaba el domingo alguien que conoce muy bien Hopkins y Baltimore, como es Vicens Navarro.
Lo que más sorprende no es que se produzcan disturbios, sino lo poco frecuentes que son dada la situación desesperada en que vive tanta gente. Apenas hay avances en esas cuatro patas ue mencionaba Beilenson. Pro lo peor es que no hay tampoco esperanzas de que el panorama cambie.
Como escribían en The Onion se recomienda a los habitantes de la ciudad que permanezcan en sus hogares mientras el progreso social sigue su: curso “dado lo que está pasando en la ciudad , pedimos a los ciudadanos que permanezcan en sus domicilios durante las diez o doce próximas décadas , mientras van erosionándose poco a poco las barreras para la igualdad y oportunidad para todas las personas . Como continuaremos progresando adecuadamente hacia una sociedad más justa y libre en los próximos 100 años , por favor no se aventuren en el exterior a menos de ser estrictamente necesario“.
Agradecimientos: a M. López del Pueyo por su retuiteo de la noticia de The Onion