En un curioso
estudio de innovación culinaria, se comprobó que los amantes de la cocina
japonesa incrementaban sustancialmente sus ensayos simplemente cambiando el
tamaño y modelo de letra en que estaba escrita la receta.
Si simplemente
ampliar el tamaño de letra y convertir
lo difícil ( de leer) en fácil nos parece una medida lógica para poder preparar
un plato , quizá podríamos intentar algo parecido cuando lo que tenemos delante
no es arroz, algas y un corte de salmón, sino una persona que solicita
atención, pero presenta su cara más odiosa.
Detskyy Baerlocher se preguntaban hace uno años si los pacientes más “agradables”
reciben mejor atención, algo difícil de responder por la dificultad de precisar
que se entiende por “agradable” o que se entiende por “mejor”.
Dada la
dificultad de medir algo así, al menos intentar analizarlo en condiciones experimentales
nos puede ayudar a saber algo más sobre nuestro comportamiento ante los
pacientes que nos generan una impresión negativa, porque son sucios, o
desagradables, o gritones, o simplemente feos.
El
grupo de investigación de la Universidad Erasmus de Rotterdam de Silvia Mamede
y HG Schmidt realizaron recientemente dos interesantes experimentos con
situaciones clínicas simuladas: en uno de ellos se asignó aleatoriamente a 74
residentes de medicina interna a un escenario en que el paciente mantenía una
conducta normal o a uno en que mantenía una actitud negativa:era la única
diferencia entre las dos alternativas puesto que el caso era el mismo.Al final
cada residente debía resolver la mitad de sus casos en la versión negativa y la
mitad en la versión normal.
En el
otro experimento realizado con 63 residentes
de medicina familiar se les exponía a 6 casos simulados ( 3 simples y 3
complejos), siendo el comportamiento de los pacientes normal o difícil. En
ambos experimentos el tiempo empleado con los pacientes fue similar pero el
acierto diagnóstico fue menor tanto en los pacientes que se comportaban de
forma “difícil”, como en los que lo hacían de forma “negativa”.
Al
margen de otras consideraciones los autores consideran que una de las posibles
razones por las que se reduce la precisión diagnóstica, reside en el hecho de que los médicos deben
atender especialmente a aspectos de comunicación y gestión de la propia
relación antes que el propio proceso de decisión clínica.
En
cualquier caso el hecho de que el paciente sea desagradable le coloca en un
mayor riesgo de recibir peor atención. Es decir parece que la respuesta a la
pregunta de Detsky y Baerlocher sería que es cierto que los pacientes más
agradables reciben mejor atención, o mejor dicho, los más desagradables la
reciben peor.
Otra
cuestión es que podemos hacer para evitarlo. En el comentario a los experimentos
de Mamede y Schmidt por parte de Donald Redelmeier y Edward Etchells se revisan
las alternativas ( desde la matacognición a la inevitable sistematización de
intervenciones en el consabido protocolo) concluyendo que no existe, tampoco en
esto, soluciones mágicas.
Tal vez
deberíamos empezar por reconocer que estamos en un riesgo especial de
equivocarnos ante esas personas que
gritan, huelen mal, tienen conductas o ideas que nos repugnan o simplemente nos desagradan por alguna
extraña razón. Recordar que por ser así no están exentos de tener una
enfermedad, incluso grave. Con los que podría tener sentido buscar la opinión
lo más fría posible de algún compañero. Además de ser conscientes de nuestros
prejuicios.
Si
basta cambiar el tamaño de letra para acabar preparando una receta, el paciente
chungo también merece cambiarle el tipo de letra y valorarle como si, en lugar
de borde y desagradable fuera razonable y amable.
Cuántos sesgos puede haber en este tipo de estudios. Se me ocurre pensar, por experiencia, no por evidencia, que los pacientes más "desagradables" o difíciles lo son porque ellos mismos, en ocasiones, no desean recibir las atenciones prescritas o no se adaptan ellos al sistema establecido y ello también implica peor atención por "culpa" de los mismos pacientes. De esta forma, ya no serían nuestros prejuicios, sino la "falta de responsabilidad" del paciente inadaptado.
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