El sentido
pierde a menudo actualidad: El sin sentido nunca”
Stanislav Jerzy Lee
El final del artículo del periodista Dave Scilling en The Guardian no deja lugar a dudas: “Puede
que no seamos capaces de hacer más saludable la comida basura o desalentar la
glotonería que nuestra cultura tanto venera, pero quizá podamos hacer menos
desagradable el caminar. Es muy
posible que nunca encuentres interesante los trinos del pájaro real, pero al
menos podrás encontrar el placer en el canto de sirena de un Togepi salvaje o
Fearrow. Solo trata de no ser atropellado por un autobús mientras estás en ello”.
La sociedad moderna acaba de encontrar el remedio ideal para
reducir la epidemia de obesidad, la carga de la diabetes o la tendencia al
muermo interior que será catalogado de enfermedad mental en alguna próxima edición del DSM. Por no hablar
de la solución al déficit de vitamina D en países con pocas horas de sol.La
solución se llama Pokemon Go, ese juego tan inteligente que consiste en buscar
, capturar o eliminar a criaturas generadas por el dispositivo móvil que se
tenga a mano en entornos del mundo real. Los seres pokemitas salen a la calle
de su localidad dotados del artilugio ,dispuestos a toparse con los engendros ,
ya sean en formato virtual o real ( sus congéneres aficionados al mismo
delirio), y tanta pasión ponen en el juego que atropellan o son atropellados, y
caen a ríos o alcantarillas en su ansia de convertirse en líderes del pokemismo.
En el paroxismo de la alucinación, los promotores del juego ofrecen las
llamadas PokesStops, paradas en las que se pone a disposición del jugador
recursos relacionados con el arte , la cultura o los lugares históricos de la
ciudad, como si semejantes asuntos fueran de algún interés para el habitante
del planeta Pokemon.
Aficiones hay muchas y entretenimientos aún más, y la
cuestión no tendría mayor importancia si no fuera porque han entrado en juego
una especie mucho más peligrosa que el habitante Pokemon, los salubristas,
entendiendo como tal a los interesados en mejorar la salud de sus conciudadanos a
toda costa. Éstos últimos han
descubierto que , a diferencia de otros juegos de ordenador, el Pokemon Go
impele a los sedentarios aficionados a salir de casa y caminar de forma
errática sin ningún fin hasta ahora conocido.
Hasta alguien tan respetada como Margaret McCartney , según cuenta en su sección del
BMJ, acompaña durante millas y millas a su hijo pequeño , caminando como
borracho de vuelta a casa, a la búsqueda de estos seriecillos. Como no podría
ser de otra forma, serias y respetables instituciones se han afanado en
publicar panfletos y dípticos para que los padres enseñen a sus hijos como interactuar
con los diablillos de forma segura. Pronto aparecerá un check list para
comprobar que todas las precauciones han sido tomadas para regresar sano y
salvo después del vagabundeo.
No tendremos que esperar mucho para que los servicios
sanitarios de medio mundo incorporen la recomendación de practicar el Pokemon
Go en su bonito catálogo de actividades preventivas. Los profesionales
sanitarios enseñarán a sus pacientes como colocar el app en su móvil, les
regañarán si no han salido en su búsqueda en la última semana, y recibirán los
correspondientes incentivos por clicar la casilla de “incluido en programa
Pokemon” que reflejará su historia clínica electrónica.
La actividad física ha dejado de ser un medio para hacer
algo ( cortar leña, ir al colegio o disfrutar del cánto de los pájaros) para
convertirse en un fin en sí mismo.
De esta forma alcanzaremos una mayor longevidad, años
suplementarios de vida rica y productiva que no emplearemos en cosas tan
trasnochadas como charlar, beber vino con los amigos, practicar sexo , ver como
baja la marea o se pone el sol por el oeste, sino algo mucho más interesante:
conseguir tiempo extra para perseguir seres imaginarios. Lo que antes hacían
los esquizofrénicos.