domingo, 17 de mayo de 2009

Puertas abiertas


Puerta abiertas a un año más
Una ventana en el tiempo

una ocasión, otra ilusión

te esperan solo a ti.

Puertas abiertas. Antonio Vega. 1987

Es de sobra conocida la expresión "quemar las naves" cuando se habla de cerrar los punto de contacto con el pasado ( la seguridad) para afrontar el futuro. Como tantas expresiones célebres tiene múltiples orígenes, y no menos inventores. Uno de los supuestos autores de la expresión fue Hernán Cortés quien despuerta admiraciones y odios, casi a partes iguales ( a este respecto una de las mejores manifestaciones es la antigua canción de Neil Young Cortez the killer, incluido en el mítico Zuma ). Otra leyenda es la del general chino Xiang Yu , quien alrededor del 200 ac atravesó el Yangtzé para atacar el ejército de la dinastía Qin. Al amanacer los soldados encontraron las naves quemadas, las cazuelas rotas. Xiang Yu explicó ( aunque es dificil imaginar cómo ante unas tropas tan enfurecidas) que sin cazuelas ni barcos no tenían otra opción que la de vencer o morir. La historia la utiliza Dan Ariely, el brillante profesor de Psicología del Consumo del prestigioso MIT ( Massachussets Institute of Technology), y habitual colaborador del Wall Street Journal o del New York Times, como ejemplo de lo que es la antítesis del comportamiento humano normal. Y lo es porque habitualmente no podemos soportar la idea de cerrar puertas, de limitar alternativas. Lo queremos todo. Y renunciar nos produce una enorme frustración. Nos afanamos por atender a todo lo que "podría " ser importante, olvidando que eso implica reducir el tiempo dedicado a lo que verdaderamente "es" importante. Un ejemplo de institución desarrollada socialmente para eliminar alternativas, según Ariely es el matrimonio... pero tampoco es siempre efectiva en cumplir ese objetivo.
Ariely desarrolló un imaginativo experimento que publicó en Management Science en 2004: utilizando como cobayas a estudiantes del propio MIT idearon un juego de ordenador denomiado el juego de las puertas: al abrirlo, aparecían tres : roja, azul o verde. Cada vez que clicabas en una de ellas podías conseguir una cantidad variable de dinero. La máxima cantidad se obtenía clicando el mayor número posible de veces en una de las tres habitaciones. Cada vez que cambiabas de habitación perdías oportunidades ( los clic que llevaba sali de una y entrar en otra no contabilizaban ingresos). El comportamiento habitual de los observados era, pese a eso, el de cambiar continuamente de puerta, para volver a menudo a la primera ( como cambiar de novia o novio para volver al primero, o probarse veinte pantalones para comprar el primero).
Visto lo visto, Ariely y Shin cambiaron las reglas: si no visitabas una puerta en doce clics seguidos la puerta desaparecía. Los investigados se volvían locos intentando mantener las puertas abiertas, y no tanto intentando conseguir la máxima cantidad de dinero posible. Consecuencia: redujeron un 15% sus ingresos respecto al primer experimento. Todas las adaptaciones que realizaron para penalizar el ir de un lado para otro, fueron inútiles: de forma poco racional los investigados preferían picotear como gallinas para no cerrar ninguna puerta, aunque ganaran mucho menos dinero.
Por tanto, aunque debamos protestar por jornadas interminables, múltiples encargos inabarcables, y continuas peticiones "para ayer" la pelota también está en nuestro tejado. Por ejemplo, Ariely propone cerrar conscientemente algunas puertas, incluso las más grandes. O no dejar que se cierren las que lo están haciendo sin darnos cuenta ( como disfrutar la infancia de nuestros hijos). Como en el post anterior, parece que elegir es más importante de lo que demostramos; y mucho menos habitual de lo que creemos.
( fotografía cortesía de JF. García Gutiérrez . Costa Rica, 2007)

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