miércoles, 19 de mayo de 2021

SARS CoV-2: ¿Made in China?

 


El 7 de marzo,cuando aún no se había decretado el estado de alarma en España, un grupo de 27 investigadores, fundamentalmente virólogos, publicó un manifiesto en Lancet de apenas 350 palabras “ en apoyo de los científicos, profesionales de la salud pública y médicos de China". Apenas habían pasado dos meses desde la declaración del primer caso de covid-19 y ya afirmaban estos distinguidos expertos que “ condenamos con total rotundidad las teorías de la conspiración que sugieren que la Covid-19 podría no tener un origen natural” asegurando que las pruebas existentes son abrumadoras respecto a su origen en la vida salvaje. Curioso que en apenas dos meses la evidencia fuera ya abrumadora  mientras que a la vez instaban a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a basar sus decisiones en la mejor evidencia disponible. El manifiesto concluye con una llamada a unirse a la cruzada inaugurando así el “hooliganismo” científico en la era Covid-19. Uno de los autores del citado escrito era Peter Daszak, presidente de EcoHealth Alliance of New York, financiadora de la investigación sobre coronavirus en el Instituto de Wuhan. Por supuesto no reflejó ningún conflicto de interés,  estableciendo también la senda que posteriormente siguió nuestro Fernando Simón en su carta en el Lancet presentando los éxitos de su gestión.

Desde aquella carta una pandemia paralela de silencio se extendió por el mundo, siendo inmediatamente tildados de conspiranoico y terraplanistas los que osaran cuestionar, siquiera levemente el axioma. Ningún periódico, contertulio, virólogo de postín o epidemiólogo de relumbrón dudó de la hipótesis. A ello contribuyó que una de las 20.000 bravatas que lanzó Trump fuera la de que el SARS-CoV-2 se originó en un laboratorio chino como señala Peter Gotzsche.

Casi un año después una delegación de la OMS pudo por fin visitar Wuhan para investigar la respuesta inicial china y el origen de la pandemia. A principios de enero su Director General había manifestado su decepción por el retraso en la autorización del gobierno chino de la misión. Hace cinco días, el 14 de mayo, otro grupo de investigadores publicó en Science una carta en la que aseguran que las muestras, datos e información de la citada delegación fue recogida y resumida por la mitad del equipo designada por el gobierno chino, mientras la otra mitad, designada por la OMS “armaba el informe”. De esa delegación formaba parte (¡como no¡) Peter Daszak, que tampoco en este caso presentaba ningún conflicto de interés. Es conocido el resultado del informe: se concluye que es probable o muy probable la hipótesis de que el SARS-CoV-2 infectó a la especie humana desde un huésped intermedio aún no encontrado ( aunque se han revisado más de 80.000 animales), mientras que la hipótesis de que su origen estuviera en un “incidente de laboratorio” se considera como "extremadamente improbable”. Los autores de la carta a Science señalan que paradójicamente esta conclusión se alcanza dedicando solamente 4 de las 313 páginas del informe, hasta el punto que el propio Director General de la OMS consideró poco después que la evidencia que sustentaba la declaración de que la hipótesis de la generación en laboratorio era insuficiente, ofreciendo fondos adicionales para realizar una investigación en profundidad.

Desde principios de este mes de mayo se han ido sucediendo informaciones sobre este aspecto crucial de la pandemia que apenas han tenido eco alguno en medios de comunicación, manteniendo el silencio sepulcral los virólogos mediáticos que asolan éstos. Primero fue Nicholas Wade, divulgador científico en Nature, Science y The New York Times en el que en un exhaustivo artículo desgrana los argumentos a favor y en contra de las dos hipótesis principales sobre el origen de la pandemia. Hoy es Petr Goezsche el que desde el Institute for Scientific Freedom llega a afirmar con rotundidad que el virus tiene su origen en un laboratorio chino (“ Made in China: the coronavirus that killed millions of people”). Lo mejor es que lean el artículo de Wade y con los datos de cada una de las hipótesis en la mano decidan por si mismos.

Los conflictos de interés subyacentes son de una envergadura descomunal: muy someramente , es un hecho ( no una suposición) que un virus puede“escapar “ de un laboratorio y producir casos fuera de él  ( ocurrió con la viruela en los años 60, la gripe H1N1 en 1977 y el SARS-1 también en China en 2003).

Es también un hecho que desde hace más de 20 años, laboratorios de diversas partes del mundo vienen trabajando en la creación de virus más peligrosos que los existentes en la naturaleza con el fin último de buscar formas de protegernos de ellos. Los experimentos llamados Gain in Function (Ganancia de Función) van dirigidos a ello y han recibido cuantiosos fondos de las agencia de investigación norteamericanas: Dados sus riesgos potenciales la administración Obama estableció una moratoria en el periodo 2014 a 2017, que afectó a los proyectos de Daszak financiados por el National Institute of Allergy and Infectious Disease (NIAID). Y fue Anthony Fauci director entonces de dicho instituto quien permitió que la moratoria se desvaneciera y los fondos llegaran al laboratorio de Shi en Wuhan. El propio Daszak presumió en una entrevista el 9 de diciembre de 2019 que habían creado en el Instituo de Wuhan más de 100 nuevos SARS coronavirus, algunos de los cuales habían crecido en cultivos de células humanas y que podrían causar enfermedades intratables en ratones “humanizados”.

También es un hecho que durante todo este tiempo el gobierno chino ha estado dificultando cualquier investigación objetiva sobre lo sucedido, según señala Peter Gotzsche:elimnando los registros y cerrando las bases de datos, bloqueando carreteras y cerrando el acceso a información de las cavas de Yunnan de donde proceden los murciélagos empleados en sus experimentaciones, o amenazando a la comunidad internacional con sanciones  a los intentos internacionales de promocionar investigaciones sobre el origen del virus.

Y es un hecho de que aunque esté considerado un instituto que mantiene un nivel de seguridad alto (BSL4) muchos de los experimentos con coronavirus se realizaron en condiciones de seguridad bajas (BSL2).

Los autores de la carta en Science no son conspiranoicos seguidores de Trump: Marc Lipsitch, del departamento de Epidemiología de Harvard es uno de los epidemiólogos más respetados de Estados Unidos, habiendo debatido extensamente con John Ioannidis defendiendo la necesidad de los confinamiento. Ralph Baric es uno de los mayores expertos en coronavirus habiendo colaborado con la Dra. Shi del Wuhan Institute. Y Yujia Chan es investigadora en el MIT y Harvard y trabaja monográficamente en esta línea.

Los autores de Science no afirman ( como sí hace Gotzsche), que el SARS-CoV-2 se creara en el laboratorio del Instituto de Wuhan. Creen que es una hipótesis posible, como también lo es la de que sea una zoonosis. Pero piden una investigación “ transparente, objetiva, basada en datos,incluyendo a un amplio espectro de expertos, sujeto a una evaluación independiente y gestionada para minimizar los conflictos de interés”.

Lo que está en juego no sólo es saber la causa y la responsabilidad subyacente de las más de 3 millones de muertes por Covid-19 sino sobre todo como prevenir que investigaciones tan peligrosas puedan llevarse a cabo en el futuro, sea en China, Estados Unidos o Europa. Y precisamente por ello llama más la atención el desolador silencio de medios de comunicación y sus patéticos expertos.

domingo, 16 de mayo de 2021

La soberbia del gorrón

 


 I am very proud, revengeful, ambitious, with more offences at my beck than I have thoughts to put them in, imagination to give them shape, or time to act them in.

(“Soy muy soberbio, vengativo, ambicioso, con más pecados sobre mi cabeza que pensamientos para concebirlos, fantasía para darles forma o tiempo para llevarlos a ejecución.”)

Hamlet. Shakespeare. Act 3, scene 1.

En los imprescindibles webinar que conmemoran los 25 años de la unidad docente de Atención Familiar y Comunitaria Tenerife Norte-La Laguna liderados por José Ramón Vázquez Díaz (La Atención Primaria en la senda de los valores) , Vicente Ortín denominó “escarnio” a la decisión del gobierno español de no asignar directamente fondos a la Atención Primaria dentro del programa Next Generation, a pesar de señalar su importancia: “más que ninguneo parece escarnio”. Lo es.

Como escribía en el último post, el pomposamente llamado “Plan de Recuperación, Transformación y Resilienciadestina 1069 de los cerca de 70.000 millones euros de la Unión Europea a la mejora y ampliación del sistema nacional de  salud, apenas el 1,56% de los fondos. Aunque se señala entre las prioridades de intervención “el fortalecimiento de la atención primaria”, casi el 75% de esos fondos (791 de los 1069 millones) irán destinados a la renovación y ampliación de los equipos de alta tecnología tales como equipos de oncología radioterápica, resonancia magnética, TAC, angiógrafos y medicina nuclear. La tecnología que utiliza la Atención Primaria son sus profesionales, ninguna otra es más útil ni efectiva. Se necesitan profesionales de múltiples perfiles, bien capacitados, motivados y tratados, con estabilidad en el empleo y contrato digno, aspectos que brillan por su ausencia desde hace décadas pero que ahora llegan al más absoluto desprecio.La Atención Primaria es prioridad en el pomposo Plan del gobierno, pero es la única a la que no se asigna cantidad alguna, probablemente porque se entiende que ya tiene bastante con el elogio que supone mencionarla, a la manera de esa sueva caricia en el pelo que te hacía tu padre a los 6 años cuando le pedías cualquier chuchería absurda. Ya se sabe que la Atención Primaria, en su eterna sumisión, acepta todo.

Poco pueden presumir los diversos gobiernos de España de los resultados obtenidos de la gestión de la pandemia, reiteradamente calificada como una de las peores del mundo en cifras de muertos e impacto económico (que lleva también de manera indirecta a más pobreza, sufrimiento, enfermedad y muerte). Quizá por ello el gobierno del presidente Sánchez se ha negado reiteradamente a realizar una evaluación externa e independiente de la misma. Encantado de haberse conocido, ni él ni sus asesores aceptarían un informe crítico como el que acaba de hacer sobre la gestión de la pandemia el grupo de expertos liderados por las expresidentas de Nueva Zelanda y Liberia Hellen Clark  y Ellen Johnson Sirleaf

La soberbia del presidente no permitiría admitir que el espejito le dijera que no es el más guapo del reino. De no ser por el compromiso de los profesionales sanitarios de todo el país la debacle que se hubiera producido en este país sería aún más monstruosa. Y sin embargo debe pensar en su soberbia infinita que con aplausos desde los balcones es más que suficiente para mantener la farsa.

Era muy difícil superar el listón que marcaron en su momento Ministros de Sanidad tan escasamente cualificados como Celia Villalobos, Trinidad Jiménez, Leire Pajín o Ana Mato. Illa lo superó a pesar de su apariencia de hombre serio pero absoluto ignorante de lo que se traía entre manos en el momento de mayor exigencia de la historia para un ministro de Sanidad. Pero lejos de corregirlo el gran soberbio perseveró en la idea y nombró a la señora Carolina Darias, cuya ignorancia es igual o más atrevida que la de sus ilustres antecesores( y antecesoras).

Despreciando sugerencias, recomendaciones y peticiones, persevera en su soberbia de mantener la adjudicación de plazas de formación deresidentes de forma virtual, cuando ni siquiera en el año crítico de la pandemia se hizo así. Ello supone que cada candidato deberá hacerse un listado de sus prioridades que llevará al número 7000 a tener que elaborar una relación de 7000 plazas. Ello supone que un cierto número de plazas se quedaran sin cubrir cuando más necesitado está de ellas el sistema sanitario. Ello supone generar la sombra de la sospecha sobre la transparencia que durante décadas fue ejemplar. Ello supone considerar que los futuros profesionales de salud son chusma, carne de cañón, carnaza que bastante agradecidos deben de estar por haber alcanzado una plaza cuyo mérito real solo se debe a su propio esfuerzo.

En sus trabajos sobre el altruismo recíproco Ernst Fehr demostró que la propensión humana a castigar está en la clave de la cooperación a gran escala. En uno de sus juegos clásicos se les daba 20 fichas a los jugadores en cada ronda: podían conservarlas o invertirlas en un bote común; al final de cada ronda la cantidad de este último se multiplicaba por 1,6 y se distribuía equitativamente entre los participantes en el juego. Cada jugador ganaba más si mantiene una estrategia egoísta: no poner nada y beneficiarse del reparto del fondo común. Y sin embargo la mayor parte contribuyó, aunque conforme se sucedían las rondas dejaron de hacerlo al ver que los demás no lo hacían. Sin embargo a partir de la 6ª ronda los jugadores tenían la oportunidad de “pagar por castigar”: perder algo de dinero a cambio de “castigar a los gorrones”. El 84% lo hicieron aunque perdieran dinero.

En el abordaje de la pandemia los responsables políticos se han aprovechado de la generosidad de la sociedad a la que representan, en especial la de sus profesionales sanitarios. Pero cuando llega su oportunidad de corresponder no lo hace. Es tanta la soberbia del gorrón que cree que podrá seguir aprovechándose de la generosidad de los demás. Hasta que ésta se agota

sábado, 8 de mayo de 2021

El futuro de los sistemas sanitarios públicos: valor y precio


 ‘The NHS will last as long as there’s folk with faith left to fight for it’

(Frase atribuida a Nye Bevan)

Dicen que los que tumbaron la Superliga de fútbol de los equipos ricos fueron los hinchas de los equipos ingleses, quienes consideraron que la esencia de este deporte es el esfuerzo: alcanzar algo siempre tiene un precio (aunque sea tan prosiaco como acudir al campo del Stokes una fría noche de invierno). Si el fútbol es una de las contribuciones británicas a la historia de la humanidad, otra no menor es la creación de un servicio nacional de salud, el NHS (National Health Service). Y también desde su fundación en 1948, los británicos saben que la única forma de mantenerlo es mediante la contribución de todos y cada uno de ellos. Disponer de un sistema sanitario donde lo que determina la atención es la necesidad y no la riqueza, gratuito en el momento que se recibe, no cae del cielo, tiene también su precio, aún cuando su valor sea incalculable.

Ayer se presentó el informe elaborado por The Lancet y la London School of Economics sobre el Futuro del NHS británico: un informe de 64 páginas con diversos apéndices y documentos complementarios que comenzó a elaborarse en 2017 y se proyecta hasta más allá de 2030. Una iniciativa de una de las revistas más influyentes del mundo en colaboración una de las escuelas de economía más importantes, y que incorpora las enseñanzas obtenidas tras un año de pandemia. Dos académicos de prestigio ( Elías Mossialos y Alister McGuire) fueron elegidos por ambas instituciones para conformar un grupo de panelistas de múltiples ámbitos ( de la sociología a la medicina, de la enfermería a la economía, la farmacia o la salud mental) pertenecientes a los cuatro servicios británicos ( Gales, Inglaterra, escocia e Irlanda del Norte) y con el apoyo técnico remunerado de expertos en la materia. Ni Lancet ni la LSE solicitaron ni rogaron al Ministerio de Salud británico la realización de una evaluación externa. Se bastan y sobran, y además la publican en la propia revista.

Mientras tanto en España, un grupo de ingenuos entre los que me incluyo expresaron en sendas cartas en Lancet y Lancet Public Health la necesidad urgente de realizar una evaluación externa de lo ocurrido en España entre la primera y segunda ola de covid-19, hace más de nueve meses. Si la situación entonces era muy preocupante, ahora, a punto de abandonar un estado de alarma, presenta un balance sencillamente desolador: noveno país del mundo en número de casos, décimo en número de muertos , entre los veinte primeros en muertos por millón (los cuartos en Europa Occidental) y con unos profesionales sanitarios claramente agotados. Sin contar con el brutal impacto económico ( el mayor en la zona euro), y que nos convirtió en el país de OCDE que peor gestionó la pandemia según la universidad de Cambridge. Sin embargo, y a diferencia de Reino Unido, seguimos sin disponer de un análisis mínimamente riguroso de lo ocurrido: por qué pasó y sobre todo cómo podríamos evitar que vuelva a ocurrir. A las solicitudes de evaluación externa el Ministerio de Sanidad español, dirigido por Salvador Illa, éste manifestó primero irritación y después desprecio, comprometiéndose a regañadientes a llevar a cabo algo parecido cuando lo considerase oportuno: oportunidad que nunca llegó.

El documento publicado anoche en Lancet pone de manifiesto que las sociedades civilizadas no precisan de autorización alguna de los políticos para evaluar su gestión: disponen de suficiente entramado social, académico y profesional, para poder hacerlo. España no es Reino Unido. No publica el Lancet ni el British Medical Journal. Pero también dispone de investigadores, académicos y clínicos con conocimiento, experiencia y talento suficiente para poder analizar que ocurre en nuestro sistema sanitario, y cómo podríamos paliar una desgracia de la magnitud de la sufrida. Pero todos esos expertos y sabios prefieren el deslumbramiento de las cuentas de colores de televisiones, radios y periódicos en lugar de realizar una contribución a su sociedad, con el nivel de seriedad y trascendencia que se ha realizado en Reino Unido. Esperan pacientemente la bendición de los políticos, matizando sus opiniones en función de su ideología, pensando más en a quien beneficiarán las conclusiones que en la utilidad que podría tener para su sociedad.

El Informe de la comisión LSE-Lancet sobre el futuro del NHS merece comentario y análisis aparte. Pero conviene adelantar algunas apreciaciones realizadas, cuya relevancia pueden servir no solo para los británicos sino para cualquier país que quiera evitar una tragedia como la que aún padecemos. En primer lugar su título deja pocas dudas de su intención: “Sentando los cimientos para un servicio de salud y cuidado eficiente y equitativo después de la Covid-19”. No es una simple evaluación, es una serie de siete recomendaciones y subrecomendaciones asociadas para su aplicación en un escenario a diez años vista.

En segundo lugar, y especialmente importante procediendo de una de las Escuelas de Economía más prestigiosas del mundo, se reafirma el compromiso de que “aunque las ideologías basadas en el mercado han prevalecido en previas reformas del NHS sin pruebas evidentes de su beneficio, la Comisión apoya el mantenimiento de un NHS financiado públicamente para todos”.

Y en tercer lugar, la absoluta urgencia de realizar una inversión descomunal para poder llevarlo a cabo: un aumento anual del 4% para el NHS y otro tanto para servicios sociales, con un gasto cercano a 102.000 millones de libras (el 3.1% del PIB de 2030). Dinero que procederá un su mayor parte de impuestos, no de fondos europeos, ni de ayudas ajenas. En la encuesta que hizo ayer la LSE sobre si estarían dispuestos los ingleses a pagar por tener un mejor NHS más de la mitad contestaron afirmativamente. Como señalaba Julian Legrand (al cerrar el webinar de ayer en que se presentaba el informe)  mantener el NHS requiere sobre todo renovar el contrato social establecido en 1948.

España mientras tanto sigue haciéndose trampas al solitario. En la información disponible sobre el destino del Plan de Recuperación,Transformación y Resilencia del Gobierno de España sólo se destina de los 70.000 millones que se recibirán en una primera entrega, 1069 millones al sistema sanitario (el 1,5%). Atención Primaria ni siquiera se menciona y se supone que sus ajustes se realizarán a coste cero.

Mientras los británicos asumen que solo pagando por ello se podrá disponer de un sistema de salud capaz de enfrentarse a pandemias, en España mencionar subidas de impuesto es tabú, cuando ya hasta el FMI lo considera inevitable.
El coste cero no sólo es una repugnante medida gestora explotada hasta la náusea en el sistema sanitario español mientras éste se descapitalizaba. Es una forma de vida. La de creer que las cosas no cuestan,. que mantener un sistema sanitario competente es como la lluvia,que cae del cielo. Hasta que llega un día en que no cae.

Un buen sistema sanitario tiene un valor incalculable para una sociedad que excede con mucho el de la salud de su población. Pero tiene siempre un precio. 

(Fotografía, cortesía de D. Heath)