lunes, 14 de noviembre de 2011

Internet, espacios privados y humor negro

¿Podría hoy escribirse una novela como la Casa de Dios? Posiblemente no. Ya en 1995 el escritor John Updike ( el creador de Conejo),  en su prólogo a la edición de entonces decía: “ La Casa de Dios  no podría escribirse hoy en día, probablemente no de una forma tan descarada, al menos; su pródigo uso de la caricatura libre y multiétnica, se vería hoy inhibido por términos actuales de descalificación  tales como racista, sexista y ancianista”.
Para el que no la haya leído aún, La Casa de Dios fue una novela de enorme éxito de Samuel Shem, cuyo verdadero nombre es Stephen J Bergman, psiquiatra americano de la Facultad de Harvard, y que tuvo una secuela , aún más brutal en 1997, Monte Miseria.
En esta última pasaba revista a las miseria de Freudilandia o Prozaquistán , y en ella se decía que "cuando un paciente parecía estar mejor  es que está peor." En la primera Shem describía pormenorizadamente las calamidades que pasa cualquier residente durante ese periodo iniciático. Es cierto que se le iba mucho la mano, y las andanzas de El Gordo y sus compañeros de residencia acababan pareciéndose más a las de John Belushi y Dan Aykroyd en Granujas a todo ritmo, pero con mucha más actividad sexual (algo bastante alejado de la residencia que yo conocí).Pero dejaron para la posteridad algunas descripciones de la práctica médica que escandalizarán hoy en día a las mentes políticamente correctas. Por ejemplo, la acepción de colador: “interno de la sala de urgencias que admite demasiados ingresos, que no ACICALA NI LARGA pacientes a la calle. Lo contrario de Muro” ( para el Gordo, el protagonista de la novela, “Acicalar y largar es la esencia de la asistencia médica: el concepto de la puerta giratoria”). Tampoco es manca la definición de “lamedores” ( "miembros del personal médico ávidos de lamer a sus superiores para ir ascendiendo, cucurucho arriba, en la jerarquía”) o la  categorización de las especialidades SCP ( Sin cuidados del paciente), enormemente apreciadas porque no es preciso cuidar a los pacientes, y entre las que se incluyen Dermatología, Radiología, Anestesia, Anatomía Patológica u Oftalmología. Sin olvidar su clásica definición de GOMER (Get out of my emergency room): “ ser humano que ha perdido –normalmente a causa de le edad- los elementos que le identificaban como tal”.
En los últimos meses ha aparecido en algunos medios británicos, un agrio debate ante la realización de comentarios chuscos y de franco humor negro ( cuando no de mal gusto), entre médicos  a través de Twitter. Para unos dichas expresiones no dejan de ser formas de escapar de la presión existente en un trabajo tan sumamente extenuante como es el de atender diariamente a pacientes. Otros, como la profesora de la Universidad de Cardiff y habitual tweetera, Anne Cunningham, además de considerarlos sumamente ofensivos e improcedentes, se planteaba si este tipo de humor cínico y despectivo es tolerable, y si no puede dañar considerablemente la confianza de los pacientes en sus médicos.
Margaret McCartney, la brillante médico general escocesa, y otra de las grandes comentaristas del BMJ , daba su versión personal del asunto ( Online is not a private space). Con su habitual sentido común, comenzaba reconociendo que sí, que es cierto que nos quejamos, criticamos y maldecimos diariamente nuestro trabajo, nuestros pacientes y nuestros gestores. Y los pacientes  saben que no es corrección todo lo que existe tras las puertas de las consultas o os quirófanos. La cuestión, para McCartney, es que eso nivel de conversación gruesa antes quedaba sellada en el espacio cerrado de los cuartos de guardia o las salas de quirófano. Pero ahora lo que “nocente y trivialmente comenta alguien en la red puede tener una repercusión que nunca sospechó. 
Por supuesto la confidencialidad de la información sobre sus pacientes es una de las precauciones imprescindibles que uno debe guardar. Pero la imagen pública de uno mismo, de lo que dice y publica, es ya una cuestión personal. Cada uno es responsable de lo que escribe. Pero es evidente,como dice McCartney, que internet no es un espacio privado.
Otra cuestión distinta es la creación literaria. A principios de año se informaba que la editorial NewSouth Books iba a sacar una edición de Huckleberry Finn, de Mark Twain ( una de las novelas más importantes de la literatura universal) desprovista de términos que pudieran considerarse racistas. Si seguimos la tendencia nos quedaremos sin Shakespeare, Cervantes o Tolstoi. Eso sí, con algunas obras impecablemente correctas, que no dicen nada.

4 comentarios:

  1. No se puede reprimir todo. Y lo que ocurre es que en general lo que se reprime retorna de otro modo. Ahora que está mal visto hablar de diferencias entre hombres y mujeres con estupideces como diferenciar el plural en masculino y femenino o usar la arroba y ahora que no hay negros ni extranjeros, estamos asistiendo curiosamente a segregaciones en función de una norma. El DSM y los excesos propiciados por la exageración de datos obtenidos con técnicas de imagen funcional muestran el retorno a la frenología y un nuevo racismo marcado por la posición en relación a una norma. No hay retrasados, pero sí un exceso de TDAH, por ejemplo y que, lógicamente, tienen un cerebro reducido como indican las morfometrías basadas en análisis de voxels.

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  2. Muy interesante la entrada, como siempre. Hace pensar. ¿Cuál es la diferencia entre el caso de la literatura y el de las redes sociales o internet? Probablemente más grande de lo que parece a primera vista. La idea de McCartney de que internet no es un espacio privado contiene parte de la respuesta. En las redes sociales se borran los límites que hasta ahora separaban la vida privada de la vida pública. Quizás esa sea su principal característica. Pero tienen otras implicaciones. El exponer abiertamente lo que antes quedaba en el ámbito privado pasa a ser una virtud y en muchos casos una obligación social. Quien no quiere “confesarse” poniendo en común sus confidencias privadas queda relegado del grupo. Y además esta es una actividad que no puede tener fin; es continua. Se interactúa en la red 24 horas al día 365 días al año. Quien entra en la red corre el riesgo de verse metido en una espiral peligrosa. Especialmente si es joven y no tiene todavía formada su personalidad o es crítico para su profesión guardar la máxima confidencialidad de ciertas cuestiones, como pasa con los profesionales sociosanitarios, por ejemplo.

    La literatura, por muy poco políticamente correcta que sea, no contiene ninguna de estas características. A no ser que una obra sea totalmente autobiográfica, no va a romper la barrera de la vida privada del autor; y aunque lo fuera y la rompiera lo haría en un momento concreto de su vida, no para siempre. Y por supuesto en literatura no es una obligación que el autor rompa esa barrera. Todo lo contrario. Probablemente tienen más mérito las obras en las que el autor es capaz de ponerse en la piel de personajes lejanos a su vida personal. Cuando además son políticamente incorrectas o contienen humor negro tienen la gracia de que no sabes realmente si el autor piensa así, o es la crítica de un genio, caso de los ejemplos que pones (Shakespeare, Cervantes, Tolstoi). Esto no pasa en las redes sociales. Allí vemos la intimidad cruda de las personas que muchas veces la vomitan por obligación social. Las redes tienen cosas muy buenas pero también este riesgo. Porque la separación moderna entre lo público y lo privado es la que ha permitido el progreso del pensamiento (incluida la creación literaria a gran escala) y sobre todo una libertad individual de las personas como nunca antes había existido en la historia. La suerte que tenemos los que vivimos en estos tiempos de cambio es que podremos conocer personalmente las dos etapas, acabe como acabe la que está empezando ahora.

    (Perdón por la extensión)

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  4. Muchas gracias a los dos. Guillermo, no te disculpes por la extensión. Con comentarios tan brillantes como los que haceis, creo que lo procedente sería incluir vuestros comentarios como post para que tuvieran la visibilidad que merecen.
    Creo que son evidentes, como comenta Guillermo, las diferencias entre las actividades creativas ( como es el caso de la literatura) y las redes sociales. Pero la tendencia a ser correcto en todo tiempo y lugar podría limitar la creatividad artística, bien por censura social o por la propia censura del autor. Sin embargo si uno repasa simplemente las temáticas y desarrollo narrativo de los principales novelistas americanos vivos ( Roth, Pynchon, McCarthy)comprueba que son en ocasiones de una sordidez y brutalidad pasmosa.Por desgracia la especie humana es capaz de lo mejor ( algunas de esas obras literarias por ejemplo) y también de lo peor ( lo que en ellas puede describirse, cuando es sabido que por desgracia en muchas ocasiones la realidad es aún peor que esa ficción).
    Cuestión distinta es lo que decimos y escribimos en las redes llamadas sociales. Vengo de tomar un café. He hablado con mis amigos. Hay comentarios de algunos de nosotros, absolutamente inadecuados fuera del contexto en que se formulan. Afortunadamente se los llevó el viento. Pero si eso mismo nos lo escribimos en Twitter queda una huella, una señal, dificilmente justificable quizá.De eso creo que hay que ser consciente. Lo que escribimos, las fotos que subimos a Fecebook, queda.
    Muy interesante también la reflexión de Javier sobre " segregaciones en función de norma". Algo en lo que en cambio pocos reparan
    De nuevo, muchas gracias. Es un lujo que participeis
    Un saludo cordial

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