“For the secret of the care of the patient is caring the patient”
Francis W. Peabody.
Puede que el dilema del Dr. Schiff , del que hablábamos en el último post, se considere algo lejano, propio de un sistema sanitario muy diferente al nuestro, caracterizado por la existencia de unas desigualdades sociales impropias de un país civilizado.
Pero, por desgracia, nos acercamos al gigante americano a pasos agigantados. Según informaba El País hace dos días, Andalucía es hoy la comunidad autónoma más pobre: cerca de tres millones y medio de personas, un 40% de la población andaluza, vive en el umbral de la miseria. Uno de cada cuatro pobres en España vive en Andalucía, que ha pasado del quinto al primer puesto de este triste ranking, según el último informe de la Red Andaluza contra la Pobreza y la Exclusión Social. Su presidente, Manuel Sánchez, alerta de que “estamos encaminados hacia una quiebra social”. 600.000 andaluces viven ya, según Sánchez, sin ningún tipo de cobertura social.
No parece que el próximo año la situación mejore en modo alguno, cuando el recorte en las partidas sociales se intensifique aún más.
Los comentarios publicados en relación con el dilema de Schiff reflejan que, como dice el Dr. Melguizo, nos encontramos ante un conflicto ético de primera magnitud, de los que no se solucionan solamente con un brillante debate teórico. Señala Melguizo:
“ En el día de hoy me he encontrado frente a tres situaciones. Al salir del Centro de Salud compruebo que una paciente muy conocida por mí esta rebuscando en los contenedores de basura (contenedores de un barrio no precisamente boyante). A primera hora un señor de aproximadamente mi edad reconoce que desde hace 4 años no tiene ningún tipo de ingreso económico o ayuda y que en la actualidad pasa hambre. Al final de la mañana un joven padre de familia me pide que le recete a nombre de su madre un fármaco para el TDAH ( Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), porque le resulta imposible obtener 40 euros, lleva 2 meses sin poder retirarlo de la farmacia.
¿Que sentido tiene el resto de "actividad asistencial"?. ¿Hay que ponerse los límites de lo biomédico para sobrevivir?. ¿Hay que reconvertirse ideológicamente para convencerse de que en realidad cada uno tiene lo que merece?. ¿Hay que dejarse llevar por el victimismo y el egocentrismo y calmarnos recordando lo mucho que q nos han bajado el sueldo y la cantidad de horas que trabajamos?. ¿Hay que seguir justificando el derroche en farmacia y tecnología médica (la verdadera grasa del sistema) para no tener que mirar mas allá del agujerito de realidad que se ve etiquetando diagnósticos por el CIE 10?.”
Otra compañera escribe también : “El paciente es una persona completa como tal y sus cuidados no pueden restringirse a veces a la pura medicalización de su enfermedad. Y lo que es más, nosotros no solo somos profesionales, ni máquinas, sino que también somos personas, como ellos, las 24 horas del día. Invitar a café a quien no puede permitírselo después de una analítica, ayudar a costearse el dentista a quien se ve discriminado socialmente por las secuelas de una infección por VIH, hacer de intermediarios para que puedan optar a recibir algún suplemento nutricional cuando les ves que adelgazan y te confiesan los motivos, a veces simplemente escucharles más allá de los 10 minutos de cada consulta cuando les sabes solos... ¿De verdad son conductas punibles o es lo más básico e irrenunciable de nuestra condición humana? Quizás la frontera que no deberíamos permitirnos pasar nunca sea la de la indiferencia. ¿Cómo nos gustaría que nos trataran en su situación?, ¿cómo nos gustaría que trataran a nuestro padre, nuestro amigo, nuestro hijo...?”
El problema va más allá de tener en cuenta la ley de cuidados inversos que Julian Tudor Hart formuló en 1971 : el reto no es ya priorizar la atención sobre aquellos que más lo necesitan y menos la demandan. Tiene que ver con dar a la pobreza la importancia que tiene, con la consiguiente imposibilidad de acceder a la atención sanitaria de una parte cada vez más numerosa de la población.
Es cierto que el reto ético es de primera magnitud. Porque una alternativa es continuar mirando para otro lado, etiquetando diagnósticos, como dice Melguizo, o rellenando una vez más los interminables cuestionarios para renovar la acreditación de cada centro, volviendo con la sensación del deber cumplido.. La otra es empezar a hablar de un problema invisible, pero que sin duda alguna debería sustituir a tantas prioridades absurdas, si realmente queremos atender a nuestras obligaciones como médicos. Porque el secreto de la atención a los pacientes, como decía Peabody, no es otro que preocuparse por ellos.
(Agradezco especialmente al Dr. Ramiro López la cita del Dr Peabody)
Somos afortunados, aunque nos llene a veces la tristeza, porque podemos hacer algo para frenar tanta miseria. Aún tenemos cierto poder para eso, a pesar de todo. El evangélico ochavo de la viuda está en nuestras manos. No importa si uno es creyente o ateo, cristiano o budista. Ser médicos nos posiciona, nos coloca ante el dolor humano que ahora ya no sólo se debe a gérmenes o tumores, sino a hambre… de comida, de cariño, de dignidad.
ResponderEliminarLa pobreza cotidiana de tantos es la gran epidemia ante la que nos hallamos aquí y ahora. Aunque yo no sepa cómo, aunque no sepamos hacer recetas ante ella, creo que podemos hacer mucho para combatirla. Ésa es la auténtica grandeza de nuestra profesión. Ésa es también nuestra enorme responsabilidad. Al menos, como decía Blas de Otero, nos queda la palabra. Y no es poca cosa la palabra a la hora de transformar la realidad.