Uno de los fenómenos sociales menos analizados de las organizaciones sanitarias modernas son las inauguraciones oficiales de los congresos científicos. El proceso ha adquirido tal nivel de complejidad que bien merecería la creación de un nuevo grado universitario: por ejemplo , un DEgree on COnferences and Reception of Authorities ( DECORA).
Habitualmente el trabajo suele comenzar semanas e incluso meses antes del evento, a través de un laborioso proceso de negociación que no desmerece en nada de las conversaciones de paz o de desarme nuclear. Porque tras recibir la invitación a inaugurar un “pantano sanitario” en forma de congreso, los máximos responsables ( ministros, consejeros, gerentes) y sus innumerables asesores ,sopesan cuidadosamente múltiples elementos antes de tomar la decisión: afinidad ideológica de la sociedad, riesgo de desórdenes en el acto, visibilidad mediática, economías de escala (otros eventos a realizar en el mismo día), o balance contable ( debe y haber existente entre la sociedad correspondiente y el servicio sanitario de turno). Pasado el trámite y llegado el momento de la inauguración, comienza un día de pesadilla para los cándidos que un día propusieron a la autoridad resultar honrados con el privilegio de su presenciia. Porque las peticiones de los políticos se aproximan cada vez más a las peticiones de camerino de los grupos de rock’n roll más caprichosos: por ejemplo, ser recibidos a la puerta del palacio de congresos correspondiente por una representación de la sociedad convocante, no esperar más de 150 segundos antes de entrar en la sala, cerrar el acto sin posibilidades de réplica o preguntas, garantía de un mínimo aforo para aceptar el ofrecimiento…
Otro momento clave es el espectáculo que suelen brindar los respectivos jefes de prensa o gabinete, enfrascados en un complejo proceso matemático para establecer el número de artistas que se subirán al escenario: dicen los expertos que es imprescindible que sea impar para que el responsable político de turno ocupe el lugar de honor y tenga el mismo número de súbditos a derecha que a izquierda. Si la mesa la componen varios políticos de relumbrón (por ejemplo, un alcalde, un ministro y el presidente de un congreso de médicos) la situación adquiere tintes hilarantes, discutiendo contra reloj la mejor situación para sus señoritos (he llegado a presenciar eventos con hasta 5 jefes de prensa en juego).
El momento de la verdad llega cuando se aproxima la autoridad en su coche oficial, intensificándose las instrucciones respecto al cumplimento estricto del protocolo pactado: identificación de personas a la puerta del centro, últimas estimaciones de asistentes, llamadas de aviso para que los conferenciantes que pudieran estar interviniendo, acaben inmediatamente. Poco importa si éste fuera alguien con tanto talento como Barbara Starfield, Iona Heath, Albert Jovell o Julian Tudor Hart. Lo importante es que la autoridad no espere.
Por supuesto siempre hay excepciones honrosas: he tenido el privilegio de participar en las XIV Jornadas de la Sociedad Balear de Medicina Familiar y Comunitaria: 30 a 50 euros de inscripción ( residentes gratis), y con un solo representante de la administración, que llegó andando. Y por supuesto nunca olvidaré a Rafael Bengoa en las jornadas de OSATZEN de 2011, tomando notas de la conferencia de inauguración sin séquito alguno alrededor.
Dadas las angustias que supone contar con personas tan complejas en las inauguraciones de actos que se suponen científicos, cabría plantearse cual es el coste –efectividad de estas intervenciones, más en estos tiempos en que conviene mirar con lupa el uso que hacemos de nuestro tiempo y dinero. El beneficio parece parco, puesto que en el mejor de los casos ( autoridades elocuentes) su intervención se reduce a hacer propaganda de sus éxitos y recordar lo importante que es la sociedad o especialidad en cuestión. El coste, por otro lado, no es pequeño: al margen de los quebraderos de cabeza para la sociedad en cuestión, existe el peligro de tener que optar por convertir el acto en un ejercicio de denuncia y reivindicación ante la autoridad correspondiente, o hacerse cómplice de las políticas de ésta ( aunque perjudiquen gravemente al gremio de turno).
Los indios americanos celebran cada año , para cada tribu, en cada territorio, sus ceremonias de powwow, término de origen Narraganssett que significa reunión: durante horas o días hablan, deliberan, acuerdan, bailan y cantan, buscando cohesionar al grupo. A menudo coinciden en un powwow varias confederaciones tribales, pero a nadie se le ocurriría invitar a las autoridades americanas. De la misma forma que proliferan los actos científicos “ libres de humos industriales”, quizá debería pensarse en ir organizando congresos “libres de humos administrativos” ( a veces igual de tóxicos). Salvo que acudan a someterse al escrutinio de los profesionales , discutiendo en igualdad de condiciones sus propuestas y resultados.
(Fotografía. Pow wow Yankton Sioux. United tribes international powwow)
Curiosidad. Antes la IF patrocinaba a asistentes precios excesivos de innscripciones, comidas, traslados, estancias a asistentes. Y con estos precios de robo se financiaban las sociedades. Ahora esa misma industria patrocina los eventos de crónicos, de Colaboracion público privada de la misma Administración Sanitaria que nos dice que no debemos poner marca, que hay que recetar principios activos o genéricos sin apellido.. A mi me da que algunos han sido incongruentes desde siempre, y otros son tontos o no...(la industria)
ResponderEliminarAmén.
ResponderEliminarEs llamativo el afán de los organizadores de un congreso médico por reunir un comité de honor en el que figuren políticos, en general poco interesados por el hipotético beneficio científico que tal encuentro suponga. La docilidad y la adulación siguen siendo grandes pecados en nuestro colectivo. Así nos va.
ResponderEliminarPor mi parte, destacaría algunos aspectos:
1. La ingente cantidad de encuentros médicos no parece sostenerse por un avance en conocimiento debido a ellos. Asistimos a una hiperinflación de publicaciones, la mayoría de las cuales no leerá nadie. A la vez, hay magníficas revisiones y una accesibilidad a ellas y a las publicaciones que se precise muy facilitada por internet, de forma directa o a través de bibliotecas hospitalarias. ¿Cuál sería el porcentaje de comunicaciones realmente interesantes, publicables al menos, como para justificar tanto congreso como hay? Dicho de otro modo y exagerando al límite: ¿Son necesarios hoy en día los congresos? Téngase en cuenta al respecto además, como ya comenté en otra ocasión, que el afán por “comunicar” perturba la propia formación a través del MIR, que pasa a ser una etapa curricular en el peor sentido.
2. Es un hecho que, si hay congresos, los hay, salvo honrosas excepciones, porque son el marco adecuado para quienes los pagan: proveedores farmacéuticos, de material quirúrgico, instrumental diagnóstico e incluso industria alimentaria. Es difícil realizar un congreso sin mecenazgo, aunque éste no cubra (como se hace o hacía habitualmente) tantos desplazamientos y estancias de participantes; dicho de otro modo, sin conflicto de interés colectivo, no habría congresos (con excepciones, claro está). Esto me parece relevante porque así como escandalizan obsequios individuales, no escandaliza tanto que se financie el desplazamiento y estancia de un grupo (parte de un servicio, por ejemplo), aceptándose generalmente como mal menor. Todo esto sería mejorable con un posible mecenazgo altruista, del que hay ejemplos. Quizá el más célebre, por sus repercusiones, lo proporcionan las conferencias que propició Solvay y que facilitaron la reunión de figuras como Einstein, Curie o Planck en una época en la que no se disponía de los medios actuales de comunicación. El premio para Solvay no consistió en vender nada, sino en que lo dejaran asistir a discusiones tan sesudas.
3. Hay un aspecto en el que incide FernandoG y que me parece de gran interés. Si los médicos dejan de jugar un papel relevante en las decisiones de compra, parece lógico que los vendedores apunten a quien tiene ese poder, lo que supone desplazar potenciales conflictos de interés a gestores. Y esto me sugiere algunas cuestiones que considero un tanto inquietantes: ¿A quién benefician los genéricos? ¿Sólo a los pacientes, como se insiste desde la Administración? ¿Son siempre exactamente lo mismo que un producto de marca en cantidad de principio activo por unidad? ¿Por qué hay tantos? Por ejemplo, en un “Medimecum” de 2011 he contado 48 omeprazoles EFG.
Creo que das en la diana. Los congresos son cada vez menos un lugar donde aprender y cada vez más un lugar en donde conseguir otro tipo de fines, desde conocer una ciudad a "conocer" en sentido bíblico ( como dice Gervas). Muchos compañeros consideran que es la manera en que los residentes se van fogueando en la publicación , lo que obliga a aceptar comunicaciones para cumplir este objetivo. La otra razón es más perversa, aprobar comunicaciones mediocres es la forma de asegurar inscrpciones y por lo tanto ingresos.
EliminarComo bien dices es duduso el beneficio de acudir a congresos en cuanto a lugar de adquisición de conocimientos. Mucho mas rentable y barato es acceder a la biblioteca virtual de turno.Es cierto que el congreso puede servir como lugar de encuentro con colegas de una forma imposible de realizar de otra forma. Pero de eso a las ferias de las vanidades en las que se han convertido va un trecho.
Los comités de honor son más propios de la época de Isabel II que del siglo XXI. Pero la sumisión y adulación gozan de buena salud
Muchas gracias a los dos. Las coeidades precisan de un rediseño completo si no quieren acabar deslegitimandose. saludos
ResponderEliminarY que me dices de los precios de inscripción?....pura mafia mercantilista. Lo peor que hay ciertos gurús que se rajan las vestiduras y van a todo. Una pena.
ResponderEliminarEl congreso de la Scoiedad balear de medicina de familia tenia precios de inscrpción de 30 euros para socios. Lo que gastamos en una cena en un lugar normal. Pero nos sigue pareceidno caro porque estamos acostumbrados a pagar 500 a través de un laboratorio. No somos tan inocentes como creemos. Y seguimos aceptando inscrpciones de 500 en lugar de buscar otras fórmulas
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