“Ya no me molesto en discutir si la paciente doña
Atención Primaria de Salud, soltera, de 41 años, nacida soviética pero
nacionalizada español, está oficialmente sana o padece de migraña crónica
clásica común intrínseca de tipo organoléptica, o está en la UCI, o yace
agonizando a grito pelado, solitaria y sin paliativos, o sobrevivirá-como
tantas otras veces-, o ya es tarde y está clínicamente muerta”.
Durante
décadas, no ha habido ministro o ministra, consejero o consejera, que no haya resaltado
la importancia de la AP, “eje, centro, puerta o núcleo del sistema sanitario”,
ante la mirada embelesada de presidentes de sociedades científicas y colegios
profesionales, aunque a la hora de la verdad ninguno de esas declaraciones se
convertía en hechos.
Durante
años nos hemos “sacado en procesión” a nosotros mismos, presumiendo de una
atención primaria envidia del mundo mundial, capaz de dar lecciones a cualquier
país del universo, cuyos responsables deberían pasarse por aquí unos días a
conocer lo que es una Atención Primaria de “la buena”: altas posiciones en
clasificaciones construidas en base a opiniones, premios cinco estrellas,
supuesta eficiencia del sistema (obtenida a partir de salarios bajos), nos
llevó a convencernos de la brillantez deslumbrante de nuestra atención
primaria.
Aunque
cuando un colega de otro país profundizaba en las características de nuestro
sistema se extrañara de que estuviéramos tan satisfechos con un modelo en que
apenas existe control y autonomía sobre el propio trabajo ( en manos de
call-centre institucionales), donde no existe límite de pacientes a atender en
un día, donde el tiempo por consulta es de apenas 5 minutos, donde la precariedad
y la explotación es moneda habitual de administraciones de todo signo político,
donde la longitudinalidad no es una prioridad ni para el estado ni para los
profesionales, y donde no es obligatoria la recertificación profesional
pudiendo recorrer toda tu carrera profesional sin un solo proceso de
actualización.
Enrique
Gavilán, ha desenmascarado al emperador desnudo de la AP española en un libro
demoledor, Cuando ya no puedes más. Su testimonio es aún más impresionante
porque lo hace no mirando lo que hay fuera, sino desde dentro, a ras de suelo, describiendo
su propio proceso personal de ilusión, decepción, hundimiento y recuperación.
No es nada fácil escribir un libro así: supone quedarse también desnudo,
confesar las propias debilidades, errores, miserias o dudas, dejando muchas
heridas al pasar bajo la alambrada. Pero a la vez supone una denuncia valiente de un sistema que se pudre, con la connivencia de políticos ignorantes, gestores mediocres, compañeros corruptos, y ciudadanos que exigen lo que no tiene sentido.
Su
viaja como médico de familia de a pie, pone en evidencia la mugre que se
esconde en las costuras de esa Atención primaria de las mejores del mundo. “La
atención primaria está situada (o ha quedado relegada) a lo más bajo del
escalafón sanitario”., escribe Gavilán, quien identifica con claridad cuáles
son las cosas que de verdad deberían importar en la Atención Primaria y que no
son el REGICOR, ni el Chadvasc ni la estratificación de pacientes en pirámides
de crónicos: “el motivo de consulta médica más frecuente no es ni el lumbago,
ni el dolor de cabeza ni la fiebre, sino el temor a la muerte, en sus mil y una
versiones y manifestaciones diferentes”. Y donde el objetivo debería ser “estar
vivo cuando muera” como escribía Winicott.
Frente
a las ideas románticas sobre la medicina de familia que tanto hemos estimulado
Enrique Gavilán emplea la sinceridad más brutal: “Amo las cosas que pregonáis,
son preciosas, pero no puedo seguiros. Quiero dejar de sentir nostalgia de
tiempos que no he vivido. Soy humano, no un supermédico”.
Tampoco
es optimista respecto a la medicina rural, olvidada como todo lo que representa
ese mundo por políticos, medios de comunicación y redes sociales. ”Aunque cada
vez tengo más claro que la medicina rural está en peligro de extinción. La entera
España profunda, la despoblada, la vacía, la vaciada o la expoliada, está
herida de muerte. En diez, quince años a lo sumo habrá otra cosa, que se yo. Camionetas
que irán de pueblo en pueblo con una unidad hospitalaria para atender a los
enfermos a domicilio, mientras un sabalterno va detrás para tratar los catarros
o los mocos, y hacer todo el papeleo y el trabajo sucio que los primeros dejen
de hacer. O tal vez crearán médicos virtuales que diagnosticarán a distancia y
mandarán las recetas directamente a un dispositivo móvil”.
Un
libro difícil, descarnado, incómodo. Que se convertirá en un clásico sobre los
que fue y es una Atención primaria que la única oportunidad de futuro que tiene
es reconocer su mugre para empezar a limpiarla. Y a cuyo autor debemos agradececimiento eterno por haberlo escrito.
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