miércoles, 9 de marzo de 2016

Cuando la respiración se convierte en aire



You that seek what life is in death
Now find it air that once was breath. 
New names unknown, old names gone: 
Till time end bodies, but souls none. 
Reader! then make time, while you be, 
But steps to your eternity.
Baron Brroke Fulke Greville, Caeilica 83"

"Flipé a través de las imágenes del escáner, el diagnostico obvio, el pulmón lleno de pequeños tumores diseminados, la médula deformada: Cáncer, ampliamente diseminado. Yo era un residente de neurocirugía comenzando su último año de residencia. En los últimos seis meses había examinado un montón de muestras, con la esperanza de que tales procedimientos podrían ayudar a los pacientes. Pero esta vez era diferente. Porque ese escáner era el mio".
Así comienza Cuando la respiración setransforma en aire, el abrumador relato de los últimos meses de vida de  Paul Kalanithi, contado por él mismo. Es difícil entender por qué alguien, consciente del devastador pronóstico de una enfermedad terminal, decida dedicar buena parte de sus últimos días a contar esa experiencia. Los escépticos aludirán al afán de protagonismo, algunos incluso hablarán de un exclusivo interés comercial del que podrían beneficiarse sus deudos. Pero él da algunas pistas: "la buena noticia es que ya he sobrevivido a dos Brontës, un Keats, y un Stephen Crane. La mala es que aún no he escrito nada".
Paul Kalanithi se debatió siempre entre su interés por la neurocirugía y su afición literaria. En esa tendencia que tenemos todos a diferir lo importante, pensó atender a esta última cuando acabara la residencia, o mejor aún cuando estuviera situado y tuviera algo de tiempo libre. Pero el tiempo, antes indefinido, se colapsó de repente.
El camino por delante parecía obvio, si supiera cuantos meses o años quedaban. Dime tres meses, y emplearé mi tiempo con mi familia; dime un año y escribiré un libro. Dime diez y volveré a atender pacientes. La verdad indiscutible de que vives un día único cada vez no ayuda: ¿qué se supone que tengo que hacer con ese día?
De forma que, con una frialdad que asusta ,Kalanithi establece sus prioridades: intentar tener una hija, acabar la residencia, escribir su libro. Cree que tiene algo importante que decir: quiere ayudar a la gente a entender la muerte, a enfrentar su mortalidad, o mejor a transmitir su angustia, su miedo, sus dudas. Y sabe que lo tiene que hacer contra el tiempo.
En el proceso atraviesa el mismo camino que atravesaron previamente muchos de sus pacientes. La manida secuencia que cuentan los libros (negación-miedo-regateo-depresión-aceptación) él la vive justamente al revés. Describe con precisión el día que opera por última vez, el momento que recoge su taquilla sabiendo que no necesitará más los libros. Relata la obligación de cumplir todos los estándares de actividad, calidad y aprendizaje para poder recibir el título de especialista, en una ceremonia a la que los vómitos no le dejan acudir; sufre la indiferencia del residente mayor de turno (“ podría ver en los ojos de Brad que yo no era un paciente, sino un problema, una casilla para ser rellenada”). Padece como cualquiera la falta de coordinación entre especialistas peleándose sobre qué hay que hacer con el trozo de carne que esta ahí, tirado en la cama esperando que alguien tome decisiones.
Obviamente la muerte está siempre presente en nuestras vidas, pero la vemos más bien como una nube lejana que es muy improbable que descargue. Hasta que un día lo hace, sin que estemos mínimamente preparados para ello.
“La formación médica está implacablemente orientada al futuro, siempre retrasando la gratificación: siempre andas pensando lo que estarás haciendo cinco años después. Pero ahora no se que haré en cinco años. Podría estar muerto. O quizá estar sano.Podría estar escribiendo, no los sé. No es nada útil perder el tiempo pensando en el futuro, es decir todo lo que ocurre más allá de la próxima comida”
El último capítulo del libro está escrito por su mujer, Lucy, cuando él ya había muerto. No es un texto lacrimoso y triste, más bien todo lo contrario. En él bromea sobre la vida en común con un paciente así (“el secreto para salvar una relación es que uno de los dos se convierta en terminal”), pero a la vez resalta que sólo a partir del amor a alguien es posible soportar todo ese  proceso.
Kalanithi no cuenta nada que no sepamos. Pero su experiencia sirve una vez más para recordarnos qué es lo importante, lo que perdemos esperando tener tiempo para atenderlo:
“Antes de que me diagnosticaran el cáncer, sabía que algún día moriría, pero no sabía cuándo. Después del diagnóstico, supe que algún día moriría, pero no sabía cuándo. Pero ahora se que será pronto. No es un problema científico. La presencia de la muerte es inquietante. Pero no hay otra forma de vivir”

2 comentarios:

  1. En el post recoges una pregunta interesante por parte de Kalanithi, alguien que ve la proximidad de la muerte cuando debiera percibirse, por su edad, lejana: “¿qué se supone que tengo que hacer con ese día?” Es una pregunta kantiana. Apunta, sin pretenderlo, a un deber. Después sí, establece una serie de prioridades atravesadas por un deseo de escribir pero centrado ya en un contenido, la propia muerte. Así, subsiste en cierto modo la pregunta kantiana por el deber cuya respuesta sería este libro (que no he leído, por lo que no puedo opinar sobre su contenido más allá de lo que tú muestras).
    Las preguntas kantianas siguen siendo interesantes al referirse al saber, al deber y a la esperanza. Pero hay una que no pareció importarle a Kant y que creo que es más esencial, propiamente existencial, especialmente cuando las circunstancias lo permiten: ¿qué quieres? Estoy convencido de que cualquier compañero exitoso en lo profesional, en lo social, en todos los órdenes que se quiera de la vida, puede entrar en una crisis o depresión si se le hace esa pregunta.

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    1. Que gran verdad. ¿que quieres? es la pregunta clave, que yo creo que no haacemos porque a menudo no sabemos que contestar. O peor aún, porque sabemos que la verdadera respuesta nos pondrá encima de la mesa todas nuestras contradicciones vitales, que arrastramos desde hace años

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