miércoles, 22 de febrero de 2017

Un día en el Ateneo



“How little we know, how much to discover…”

( Leigh, Springer, incluida en Sinatras’s Sinatra, 1963)

Según se entra en la vetusta sala del último piso del Ateneo de Madrid se ve un escenario del siglo XIX lleno de gente del siglo XXI: no hay asientos libres y al fondo, en el gallinero al que asfixia la calefacción, el personal sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, demanda hablar más alto, que allá atrás no se escucha. Se distinguen ronroneos de niño chico, y una precoz asistente de unos meses atiende con aparente interés a lo que allí se expone.
Los asistentes se han emplazado para hablar de algo llamado Longitudinalidad, una palabra con la que es casi imposible no trastabillarse, pero que todo el mundo se empeña en formular sin descanso. El término designa uno de los atributos clásicos que dan sentido y hacen fuerte a la Atención Primaria, según demostró en su momento Doña Barbara Starfield, la gigante cuya figura sigue dando sombra a los convencidos ( ¿menguantes? ¿Crecientes?) de que la Atención primaria es importante.
Uno acude al evento pertrechado de estudios que parecen demostrar las múltiples ventajas de “la característica”, sus efectos beneficiosos en pacientes, ciudadanos, contribuyentes e incluso profesionales. Pero cuando solo se lleva media hora en la rancia sala del Ateneo ya se ha dado cuenta de que es un ignorante, y de que sobre el asunto hay mucha más sabiduría de la que encierran papeles, ensayos y citas. Y así , a lo largo de 14 horas (con los imprescindibles descansos obligados para tomar café, comer, orinar, dormir algo y tomarse un bebedizo en el imprescindible Dos Gardenias acompañado de música de viejo vinilo), se van desplegando como una interminable alfombra llena de colores, entre pequeñas escenas de teatro y espectáculos de danza,  múltiples formas de longitudinalidad en las que uno no había reparado con la atención que merecen porque no forman parte de la realidad a la que estamos  acostumbrados, pero que están ahí cada día: la longitudinalidad del asilo, del estudiante de Erasmus que no conoce el idioma ( como le ocurrió a Pío Baroja cuando llegó a Motril a principios del siglo pasado), el paciente terminal o el que vive en la calle, a la intemperie; la que necesita el paciente con problemas mentales o la familia gitana rumana en situación irregular; la que precisa la muchacha de 17 años que quiere abortar o la que se presta en una farmacia de pueblo, donde la mayor amenaza para asegurar una adecuada longitudinalidad es paradójicamente saber demasiado de las personas a las que se atiende, suficiente razón por seguir manteniéndose lejos de la historia clínica de esa paciente.
Y poco a poco la cara soleada del atributo (como cantaba Van Morrison) se va oscureciendo con las sombras de su cara oculta ( como cantaba Pink Floyd): y una paciente nos coloca frente a nuestras miserias cuando nos pregunta con la mayor delicadeza “¿medís el tono que utilizáis con los pacientes? o ¿Qué hacéis si tenéis un mal día?.
Y medio cuenta de que quizá esa L larga no sea tan necesaria para todo el mundo, quizá obligue a ser atendido, aconsejado o vigilado por alguien con la que no compartimos nuestra visión del mundo y de la vida, quizá minusvalore nuestras angustias, se confíe demasiado con nuestros pequeños o grandes problemas, o supongo un confidente de una familia que preferimos permanezca ignorante de lo que nos sucede.
El pasado fin de semana se celebró en Madrid un nuevo Seminario de Innovación en Atención Primaria, la insólita iniciativa de Juan Gervas y Mercedes Pérez-Fernández que lleva celebrándose desde 2005, hace ya 12 años. Se inscribieron 275 personas, de las cuales cerca de 210 acudieron a los encuentros presenciales en las tres sesiones. Hubo 208 intervenciones, de ellas 15 de estudiantes y 60 de residentes. El tiempo para debate fue sustancialmente mayor que el dedicado a exposiciones y ponencias (casi 8 horas frente a 5).
En un momento especialmente brillante Daniel García Blanco, médico de familia que ha trabajado junto a Beatriz Aragón ( esa mujer que “hace la calle” en la Cañada Real en el más admirable sentido de la palabra)  se planteaba un dilema clave: "o estás con el sistema , o estás con la gente”, una buena muestra de hasta donde éste se ha alejado de lo que de verdad importa, y que matizó Mariano Hernández Monsalve recordando la necesidad de formar parte del sistema para conseguir cambiar las cosas.
Gervas señala que “los Seminarios pretenden localizar y potenciar líderes clínicos y difundir/generar ideas y conocimiento (teniendo en cuenta que las palabras y las nuevas y renovadas ideas generan cambios”. Personalmente salí mucho más confuso de lo que llegué, convencido de que apenas se algo de longitudinalidad y que me queda mucho por aprender.
Allí nadie acudió pagado por nadie, ya fuera ponente, asistente o acompañante. Cedieron gratuitamente sus instalaciones El Ateneo y la OMC. No hubo pichiwillis a la salida, cóctel de recepción, comida con blanco para el pescado ni actuación de cómicos famosos ( ya estaban dentro).
Dentro de un mes en Granada se celebrará el I Congreso de la Cabecera, con diferente enfoque pero similares reglas del juego. Las inscripciones se acabaron en dos horas como si se tratara de la gira de despedida del Boss, con el consiguiente barullo y mosqueo del respetable por quedarse fuera.
Seguirá habiendo congresos de 500 euros la inscripción, con visitas a los stand del laboratorio que paga la asistencia y mesas cortesía del laboratorio donde nunca quedará tiempo para el debate porque se lo habrán comido los ponentes.
Donde difícilmente se saldrá con la impresión de lo poco que sabemos, y todo lo que queda por descubrir

2 comentarios:

  1. Si no lo hubiera visto, creo que no lo creería. ¡¡ Que dure !

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  2. Gracias por poner las palabras adecuadas, como en el Seminario :)

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