a otra la metieron en una maleta descuartizada,
hay comentarios que dicen que es pasional
No salgan de noche,
nunca contesten los piropos que te avientan de un coche
y si te golpean , tranquila, no hay pena es normal"
“Llueve sangre en la ciudad”. Coyo Licatzin
Desde que comenzaron a registrarse los casos de mujeres asesinadas por violencia machista en 2003 han muerto 950 mujeres en España: 950 en 15 años. Aunque no existe acuerdo respecto al número de personas que ETA asesinó, la cifra se acerca a los 900 ( 864 según la Audiencia Nacional): 864 en 58 años. Obviamente son realidades incomparables, ambas generadoras de muerte y dolor inconmensurables. Pero llama la atención la diferencia en la forma en que valoran uno y otro problema sectores cada vez más amplios de la sociedad y de algunos partidos políticos que dicen representarles.
Contra lo que era esperable en un partido que florece como respuesta a los objetivos de independencia desde Cataluña, reivindicando las esencias de un nacionalismo “español-español-español”, y que concurre a unas elecciones autonómicas como las andaluzas con el objetivo de acabar con el modelo autonómico ( curiosa esta forma tan del gusto del nacional-socialismo de acudir a procesos electorales para acabar más adelante con ellos), la condición innegociable de Vox no es ninguna de las anteriores: ni aplicar de inmediato el 155, ni invadir “Polonia”, ni tan siquiera devolver las competencias transferidas a la Junta de Andalucía al gobierno central de Madrid. El requisito más importante, el que está por delante de cualquier otro, es la derogación de la ley de violencia contra las mujeres, con el interesante argumento de que también hay violencia contra hombres, y de que buena parte de las denuncias interpuestas contra las mujeres son falsas. No importa que el número de hombres muertos no se conozca, ni tampoco que el porcentaje de denuncias consideradas como falsas por los tribunales sean mínimas.
Ese delirio de equiparación entre la violencia de hombres hacia las mujeres y de las mujeres hacia los hombres, se extiende más allá de los planteamientos de Vox y alcanza cotas hilarantes en las opiniones de destacados dirigentes de otro de los partidos de la derecha, el Partido Popular español; es difícil saber si son muestra de que siempre pensaron así, o a que desesperados ante la pérdida de votos creen que solo siendo más radicales podrán volver a recuperar a sus electores: así, el secretario general de este partido, Teodoro García Egea, afirma que “ esto no va de hombres contra mujeres sino de agresores contra víctimas”, argumento tan asombroso como si ante el holocausto alguien dijera que esto no va de nazis contra judíos sino de verdugos contra víctimas.
Investigando las diferencias entre las lenguas indoeuropeas y las de algunos indios pueblo americanos ( hopis y zuñis), Benjamin Whorf descubrió cómo el lenguaje modifica nuestra percepción de la realidad ( hipótesis de Shapir-Worf). Hace apenas un año nadie discutía la existencia de la violencia de género, aunque muchos siguieran considerándolo un problema “menor”. La argumentación de Vox, aunque sea falsa, ha cambiado en apenas unos meses el marco del debate, y va camino de alterar la percepción de la realidad: la discusión ya no se plantea en por qué hay tantas mujeres que mueren cada año a manos de hombres, sino en una difusa entelequia de violencia que afecta supuestamente de la misma manera a las mujeres que a los hombres, víctimas necesitadas de protección y compensación en la misma medida que aquellas.
En The New rethoric, Chaim Perelman y Lucie Olbretchs-Tyteca añaden a la triada clásica de la efectividad retórica de Aristóteles , es decir el logos (los hechos), el ethos (la credibilidad del orador) y el pathos ( la transmisión de emociones), una cuarta dimensión, el entendimiento del punto de partida de la audiencia.
Los demagogos que están alterando el debate desprecian los hechos porque saben que la partida se juega en el terreno del ethos y el pathos.Así, como señala James Ball en Post- truth, emplean la segmentación de la audiencia para propagar su mensaje infeccioso; saben que los que confían en los hechos no les tomarán en consideración, pero sí lo harán quienes se sienten incómodos ante un rol de la mujer no supeditado a sus órdenes y deseos. Por desgracia no es un sector minoritario. Los partidos de la derecha, de Vox a Ciudadanos pasando por el PP, tenían munición más que suficiente para poner de manifiesto el fracaso de la política socialista en Andalucía en materia de igualdad de género: el hecho de que tras casi 40 años en el gobierno una cuarta parte de los adolescentes andaluces crean que “ el hombre debe dirigir a la mujer con firmeza”, o que “ no es propio de los hombres realizar las tareas del hogar” o que hasta el 50% consideraba que la mujer aguanta la violencia de género.
Los “hechos”, los datos , no son suficientes, por tremendos que sean. Trisha Greenhalgh habla de la necesidad de construir una narrativa capaz de contrarrestar y combatir las mentiras y necedades de los que quieren modificar la realidad con su lenguaje. Una narrativa trasmitida a través de personas creíbles y confiables, capaces de apelar también a las emociones como ellos hacen; una narrativa basada en valores. Los valores que dan sentido a la humanidad, y que están en las antípodas de los que defienden quienes cuestionan o relativizan el hecho de que la violencia contra las mujeres es hoy por hoy una de las mayores amenazas contra nuestras sociedades.
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