The ashes of American flags
And all the falling leaves
Filling up shopping bags
Ashes of American Flags.
Yankee Hotel Foxtrot.Wilco 2002.
Adam Trosterman trabaja de internista en una escuela de medicina en Aurora ( Colorado). El 11 de septiembre de 2001 era uno los tres residentes de guardia en el mayor servicio de traumatología de la ciudad de Nueva York, el New York University Medical Center, una rotación que cualquier residente temía: muchas horas de trabajo, a menudo en un ambiente hostil. En definitiva, un trabajo más de infantería que de medicina.
Cuando se dirigía a la sala de trauma resignado a atender a otro traumatismo múltiple como la noche anterior, una llamada en el busca le reclamó para subir a la unidad de cuidados intensivos. La vista desde la UCI del hospital de Belleview ofrece una despejada vista del “downtown” de Manhattan. Esa vista, junto al apartamento de Queens donde pasó su infancia y el estudio del Bronx donde vivió durante la carrera definían para Adam la ciudad de Nueva York, de alguna forma su hogar. Algo que se derrumbaba para siempre.
Adam se avergonzaba del sentimiento de terror que le inundaba, de pensar que en aquellas torres posiblemente estuvieran en ese momento algunos amigos: solo había tres internos en el servicio, y él no debía perder el tiempo pensando en asuntos personales. Lo que tenía que hacer era trabajar ( no time to think, just work).
Durante las siguientes 85 horas (de las que durmió 3) se dedicó a hacer lo que un residente debe hacer: cumplir órdenes. Organizar la unidad de traumatología, retirar los pacientes ya valorados para dejar sitio a los nuevos, asegurarse de que hubiera suficientes bolsas de sangre, ajustar, monitorizar, chequear constantes…
Uno de los pacientes más leves, con una simple luxación de hombro seguía llorando y gritando tras reducirla. No lloraba de dolor sino por la culpa de haber dejado atrás en la huida a alguien herido, sepultado para siempre entre los escombros. Adam intentó consolarle en un principio, pero pronto lo dejó atrás: estaba vivo y no había tiempo de atender a los heridos. No pensaba en lo que estaba sucediendo o en lo que había sucedido. No tenía tiempo. Solo había que trabajar. Es lo que había que hacer.
Hasta dos días después no recibió una sola pregunta interesándose por como estaba, por como soportaba la carga.
Afortunadamente circunstancias como las de aquel día son excepcionales. Pero no lo es trabajar ininterrumpidamente durante muchas horas atendiendo pacientes o tener que dar a alguien noticias espantosas. Adam Trosterman se pregunta si es posible ser a la vez imparcial y empático. Si es posible cuidar si estamos siempre tan ocupados con nuestro trabajo.
The art of medicine “Just work “, escrita por Adam Trostermanes una de las “perspectivas” que incluye el número de esta semana del Lancet, casi monográficamente dedicado a analizar las consecuencias sanitarias de los atentados del 11 de septiembre de 2001, no solo en el corto plazo ( las tres mil personas que murieron aquel día), sino a lo largo de estos diez años, incluyendo las secuelas en los afectados y heridos, en las familias de los muertos, y especialmente las derivadas de dos devastadoras guerras, que pese a devorar más de un trillón de dólares americanos, está lejos de haber concluido, con dos países aún más inestables e inseguros de lo que estaban entonces, como señala el editorial de la propia revista. Un número casi de obligada lectura, porque obliga a reflexionar sobre las consecuencias de la locura humana, la inutilidad de la venganza, la importancia de los servicios públicos ( hoy en entredicho) y la razón de ser de la propia medicina.
Como concluye su reflexión Adam Trosterman: “ No necesitaba 85 horas en el servicio de Trauma el 9 de septiembre para darme cuenta de que la estructura bajo la que los médicos prestan cuidados nos limita en nuestra capacidad de atender a los pacientes de forma integral. ¿Cómo podemos cuidar a los pacientes si olvidamos incluso pensar sobre lo que sentimos? ¿Cómo podemos sentir si durante los momentos más estresantes e importantes el mejor enfoque es no sentir en absoluto?"
(Fotografía tomada del artículo The art of Medicine de The Lancet )Cuando se dirigía a la sala de trauma resignado a atender a otro traumatismo múltiple como la noche anterior, una llamada en el busca le reclamó para subir a la unidad de cuidados intensivos. La vista desde la UCI del hospital de Belleview ofrece una despejada vista del “downtown” de Manhattan. Esa vista, junto al apartamento de Queens donde pasó su infancia y el estudio del Bronx donde vivió durante la carrera definían para Adam la ciudad de Nueva York, de alguna forma su hogar. Algo que se derrumbaba para siempre.
Adam se avergonzaba del sentimiento de terror que le inundaba, de pensar que en aquellas torres posiblemente estuvieran en ese momento algunos amigos: solo había tres internos en el servicio, y él no debía perder el tiempo pensando en asuntos personales. Lo que tenía que hacer era trabajar ( no time to think, just work).
Durante las siguientes 85 horas (de las que durmió 3) se dedicó a hacer lo que un residente debe hacer: cumplir órdenes. Organizar la unidad de traumatología, retirar los pacientes ya valorados para dejar sitio a los nuevos, asegurarse de que hubiera suficientes bolsas de sangre, ajustar, monitorizar, chequear constantes…
Uno de los pacientes más leves, con una simple luxación de hombro seguía llorando y gritando tras reducirla. No lloraba de dolor sino por la culpa de haber dejado atrás en la huida a alguien herido, sepultado para siempre entre los escombros. Adam intentó consolarle en un principio, pero pronto lo dejó atrás: estaba vivo y no había tiempo de atender a los heridos. No pensaba en lo que estaba sucediendo o en lo que había sucedido. No tenía tiempo. Solo había que trabajar. Es lo que había que hacer.
Hasta dos días después no recibió una sola pregunta interesándose por como estaba, por como soportaba la carga.
Afortunadamente circunstancias como las de aquel día son excepcionales. Pero no lo es trabajar ininterrumpidamente durante muchas horas atendiendo pacientes o tener que dar a alguien noticias espantosas. Adam Trosterman se pregunta si es posible ser a la vez imparcial y empático. Si es posible cuidar si estamos siempre tan ocupados con nuestro trabajo.
The art of medicine “Just work “, escrita por Adam Trostermanes una de las “perspectivas” que incluye el número de esta semana del Lancet, casi monográficamente dedicado a analizar las consecuencias sanitarias de los atentados del 11 de septiembre de 2001, no solo en el corto plazo ( las tres mil personas que murieron aquel día), sino a lo largo de estos diez años, incluyendo las secuelas en los afectados y heridos, en las familias de los muertos, y especialmente las derivadas de dos devastadoras guerras, que pese a devorar más de un trillón de dólares americanos, está lejos de haber concluido, con dos países aún más inestables e inseguros de lo que estaban entonces, como señala el editorial de la propia revista. Un número casi de obligada lectura, porque obliga a reflexionar sobre las consecuencias de la locura humana, la inutilidad de la venganza, la importancia de los servicios públicos ( hoy en entredicho) y la razón de ser de la propia medicina.
Como concluye su reflexión Adam Trosterman: “ No necesitaba 85 horas en el servicio de Trauma el 9 de septiembre para darme cuenta de que la estructura bajo la que los médicos prestan cuidados nos limita en nuestra capacidad de atender a los pacientes de forma integral. ¿Cómo podemos cuidar a los pacientes si olvidamos incluso pensar sobre lo que sentimos? ¿Cómo podemos sentir si durante los momentos más estresantes e importantes el mejor enfoque es no sentir en absoluto?"
Parece ser que los horarios de los médicos están pensados para las épocas de guerra (me lo contaba un médico español afincado en EEUU desde hace años) creo que hay que plantearse si vuestros horarios (¿y vuestra mentalidad, tal vez también ....?) está preparada para asumir una sociedad en paz .... ¿vivimos en sociedades en paz? .... tal vez la pregunta nos la tengamos que hacer todos ....
ResponderEliminarRojas Marcos se paso un año contando su experiencia en el famoso día 11 de septiembre, en una de las conferencias alguien le preguntó ¿y usted cómo está? .... entró en crisis y se puso a llorar todo lo que no había llorado hasta ese día .... había ido tan deprisa y no "se había dado tiempo de sentir" .... algunos médicos de cierta edad están profundamente amargados, ¿se han dejado sentir? ....
Me ha hecho pensar mucho tu comentario Juana. Cuantas veces acabamos reventando en el momento más imprevisible de haber dejado pasar el momento adecuado de sentir y comunicar lo que sentimos. Nohace falta llorar, aunque a menudo ayuda.
ResponderEliminarNo, no creo que vivamos en paz. cada día es una lucha no se sabe bien contra quien o contra qué.
la duda que me queda ante algunos es si dejaron de sentir o nunca tuvieron la capacidad de ello.
Gracias como siempre