lunes, 25 de agosto de 2014

Pollos sin cabeza


- ¿Es que estoy loco o es que solo hay dos camas aquí?
- ¿A cual de las dos preguntas quiere usted que le conteste primero?

Una noche en la ópera. Hermanos Marx. 1935

Imaginemos un lejano país en el que los servicios sanitarios funcionaran razonablemente, hasta que un día decidió vivir por encima de sus posibilidades ( o más bien hasta que alguien decidió que había estado viviendo por encima de sus posibilidades). Entre esas excentricidades a las que se había dedicado el reino, estaba la de mantener servicios de enfermedades infecciosas y unidades de enfermedades tropicales. Desatino completo habida cuenta de que el país en cuestión no estaba en el trópico: ¿ a quien se le ocurriría semejante idea? .
Los “ iluminados” que defendían el delirio argumentaban que aunque no estuviera en el trópico el país recibía un número importante de personas procedentes de esas latitudes, y sería aconsejable estar entrenados ante las enfermedades que podrían padecer, no solo por ellos,  sino también por el riesgo existente para los nativos no tropicales.
Las autoridades sonreían con suficiencia: ¿pero no veis que son indocumentados? ¿ a quien importa ese tipo de  gente?
De tal forma que, con tanto criterio como la barracuda de una piscina, decidieron desmantelar un hospital con treinta años de experiencia en la atención a este tipo de problemas. A lo largo de los años éste había atendido extrañas enfermedades producidas por “bichitos que se rompían la crisma” ( intoxicación por aceite de colza), casos de cólera o paludismo, además de ser centro de referencia nacional para la gripe aviar, el SRAS, o cualquier otro tipo de enfermedades exóticas que solo preocupan cuando aparecen por debajo de la puerta. Pero todas esas plagas ya habían pasado, y de lo que se trataba ahora era combatir con eficiencia y sin complejos a la verdadera plaga del siglo XXI: la crisis económica por el desaprensivo endeudamiento de los súbditos y la indolencia escandalosa de los profesionales sanitarios. Sin apenas información, con continuos cambios de opinión y criterio, ese antiguo hospital llamado Carlos III, se convirtió así en una especie de almoneda de la que entraban y salían enfermos y médicos, enfermeras y camas, con la idea de destinarlo a ese cajón de sastre de la media y larga estancia donde todo cabe ( según las circunstancias). Porque ese vetusto hospital había sido además acusado de “disarmónico” nada menos que por una de las virreinas de palacio. Un funesto término que ( como todo el mundo sabe) esconde  todo tipo de espantosas ineficiencias.
Pero un buen día aquel lejano país despertó con la terrible noticia de que uno de los suyos, un hombre honrado y respetable que se había dedicado a cuidar a otros, había contraído una extraña enfermedad de exótico nombre tropical,  contra la que no había tratamiento efectivo, y que amenazaba no solo a los pobres y negros sino también a los ricos y blancos.
De forma que los pollos sin cabeza se reunieron de nuevo y decidieron montar un dispositivo propio del Milagro de P Tinto para repatriar al compatriota, sin reparar en gasto alguno: como señala Bruno Abarca en su blog, cuando el drama de la enfermedad pasa de anónimo a personal nuestra sensibilidad cambia sustancialmente, y las exigencias de ahorro y recorte quedan para los invisibles sin nombre que nos molestan por la calle vendiendo cedés.
Ese país imaginario que justificaba su política de empobrecimiento progresivo y generalizado de la población en su inveterado despilfarro de base genética, tomó una económica decisión: desalojar el viejo hospital convertido en almoneda de pacientes anónimos, cerrarlo a cal y canto, y preparar las instalaciones para que el compatriota enfermo fuera atendido por los propios profesionales que habían sido trasladados del mismo al convertirse su unidad en superflua.
Por desgracia el compatriota murió, la reina de los pollos sin cabeza pronunció una de sus frases geniales inspirada en su admirado Yogi Berra( “Lo importante no es el protagonismo de un ministro por las gestiones, sino la gestión en sí ”)  y sus sirvientes salieron corriendo por la capital del reino para poner en práctica la última ocurrencia: desmantelar el tenderete de presión negativa, y volver a trasladar al viejo hospital pacientes, enfermeras, médicos y camas con una planificación similar a la de los Hermanos Marx en Una noche en la ópera.
Ese país imaginario se llamaba España.

6 comentarios:

  1. De acuerdo con tu diagnóstico. En mi opinión nunca se tenía que haber repatriado al misionero como se hizo. Por tres motivos: primero el coste económico de intentar salvar una vida cuando los recortes que se están haciendo en paralelo ponen en riesgo miles de vidas (también de blancos y ricos); en segundo lugar por el “efecto llamada” que se podría producir ¿podríamos repatriar a los miles de misioneros que hay en Africa si la enfermedad se extendiera mucho más? Seguro que no, no tendríamos ni medios económicos ni logísticos para hacerlo. Pero el resto de misioneros tendrían el mismo derecho que este a que les mandaran un avión y les trajeran de vuelta. Y por último por el riesgo de contagio y de extensión de la enfermedad. Ojalá nos gobernara Groucho Marx. Por lo menos nos reiríamos.

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    1. Siento discrepar de su opinión. Creo que cualquier español, sea o no misionero, tiene el mismo derecho a ser tratado en su pais cuando esta en peligro su vida, si existe esperanza -como asi era- , al igual que han hecho otros paises de nuestro entorno: como los dos norteamericanos, que parece si han respondido al tratamiento.
      No se entiende esta discriminación negativa hacia aquellos que ponen en juego su vida al servicio de los mas desfavorecidos de la tierra, solo por poseer unas creencias, en este caso cristianas.
      Sobre todo cuando sabemos que se pagan rescates milmillonarios para liberar a españoles (que antes no se sentian españoles) secuestrados en otros paises haciendo "yupiturismo humanitario" o trabajando y en ocasiones esquilmando caladeros pesqueros de paises, cuyos habitantes se mueren de hambre.
      Tampoco se entienden los gastos milmillonarios que se hacen para rescatar a jovenes que para divertirse los fines de semana, juegan a jugarse la vida y la de los demas, encaramandose en cimas o perdiendose en la nieve.
      Hace pocos dias precisamente, dos guardias civiles perdieron la vida en esta tareas de rescate, por el accidente de un helicoptero.
      Probablemente si el enfermo fuera usted o algun familar suyo, que se encontrara en alguno de eso paises, tal vez lo veria de otra manera.

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    2. Si el enfermo fuera un familiar mío quizás lo viera de otra manera, no me he encontrado en la situación y no puedo saberlo. Pero si fuera yo le aseguro que no. Creo firmemente que si alguien toma una decisión personal de manera libre que conlleva un riesgo alto (como irme de misionero a Africa o hacer "yupiturismo humanitario") debo asumir yo mismo ese riesgo y no exigir a mis conciudadanos que luego se hagan cargo del coste de mi decisión personal. Otra cosa es que me mande mi país a hacer un trabajo allí, en cuyo caso sí entendería que respondiera por mí. El coste de repatriación de los misioneros debería ser asumido por quienes les han enviado a la situación de riesgo, no por toda la sociedad; igual que el coste de rescate de los que se pierden en la nieve debe ser asumido por quienes se pierden en la nieve (como de hecho ocurre). La cuestión de fondo es si un estado es responsable de todos sus ciudadanos, cueste lo que cueste, estén donde estén y asuman los riesgos que asuman libremente. Mi respuesta es que no. No quiero obligar a que lo sea conmigo pero tampoco quiero que me obliguen a participar con mis impuestos en pagar la fiesta (asumida libremente) de otros.

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    3. Muchas gracias a los dos por los comentarios. Creo que nadie discute la obligación moral que existe de tratar al misionero enfermo, aunque por desgracia los esfuerzos sirvieron para poco. Nadie discute el enorme mérito de su trabajo ni la dedicacióna los pacientes, al margen de su confesión religiosa. De la misma forma que sería injustomenospreciar su esfuerzo por el hecho de ser cristiano, creoque también es muy injusto catalogar el trabajo de los cooperantes españoles no confesionales de "yupiturismo humanitario". Alguno de ellos pagaron con su vida ese supuesto "capricho".
      Compara el trabajo de unos y otros con la imprudencia temeraria de algunos ciudadanos que no paran en barras con tal de dar rienda suelta a sus aficiones creo que no es lo más idóneo. En ese sentido puedo coincidir con Juan Fernandez en su valoraciónde algunos ( no todos ni mucho menos) de sos casos de rescate.
      Pero el problema fundamental es otro. Si admitimos como cierta la afirmación de que "cualquier español, sea o no misionero, tiene el mismo derecho a ser tratado en su pais cuando esta en peligro su vida", tendriamos que analizar como hacemos eso compatible con la pol´tica de recortes del gobierno, porque como muy bien señala Guillermo Bell , no sabemos si sería posible atender a todos y cada uno de los que pueden necesitar la asistencia ( de hcho las normas del gobierno lo impiden)
      Ricard Meneu analizaba muy bien el problema desde un punto de vista global el El pais (http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/08/08/actualidad/1407513143_045955.html). Solo cuando el problema deja de ser anónimo pasa a ser relevante para la opinión pública. saludos

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  2. Sergio, muy ocurrente, y refleja muy bien lo ocurrido.

    Sólo quisiera hacer una aportación. Cuando hablas de "cuando el drama de la enfermedad pasa de anónimo a personal nuestra sensibilidad cambia sustancialmente", no estás haciendo sino tomar en consideración lo que se conoce como ética del cuidado, que parte de la sensibilidad especial que se tiene a los problemas concretos de la gente cercana, en los que el simple equilibrio entre los principios de beneficencia y justicia, habitualmente utilizado, no nos es suficiente. Es una ética que explica muchas cosas, como que ese equilibrio no valga cuando tenemos enfermo a nuestro hijo, nuestro padre o a nuestro mejor amigo. Nace de la realidad de los vínculos y de lo que eso influye en nuestra percepción de lo que ocurre, y creo que explica una realidad humana, muy huamana, que es la preferencia por "los nuestros", la especialidad sensibilidad hacia lo que les ocurre...

    Creo que más que rechazarla, lo que habría que hacer es incluirla en nuestras valoraciones, pero bien gestionada. ¿Por qué no extender lo que nos produce ese vínculo hacia el resto de los seres humanos, tan humanos como "los nuestros"? No despreciemos el cuidado, no lo absoluticemos tampoco, tengámoslo en cuenta en nuestros planteamientos y discursos.

    Un abrazo

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    1. Impecable argumentación Miguel Angel . Mil gracias. Tienes toda la razón. No pretendía cuestionar la validez de la ética del cuidado , sino todo lo contrario, ponerla en valor cuando hablamos alegremente de recortes indiscriminados.Sin maximizarla pero tampoco ignor´ndola.
      Un abrazo

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