Después de dos días, sin ver ningún barco
No eran amigos, la policía me estaba apuntando
Por nacer y vivir en el sitio equivocado.
Saber quienes son, los que están pisando
Decirles que no, que no van ganando”
Equivocado. Jayro Zabala. De Pedro
En La mujer del chatarrero, del director Danis Tanovic, Senada, la madre de una familia de etnia gitana que malvive del escaso dinero que consigue su marido de la chatarra acude al servicio de urgencias de un hospital por dolor y sangrado vaginal. Es atendida y diagnosticada de aborto espontáneo. Le informan adecuada y educadamente de que precisa un legrado. Pero si no abona la cantidad de casi 1000 marcos ( algo imposible para la familia) el director del hospital no autoriza su tratamiento. Son las reglas de un sistema en el que la privatización de los servicios públicos ha llegado a un adecuado grado de desarrollo. En el resto de esta fría y angustiosa película se puede apreciar como estas situaciones adquieren la condición de inevitables: la desesperación del chatarrero por conseguir dinero para comprar una batería, pagar la factura de la luz o poder sufragar el legrado; la resignación de la mujer a su suerte, negándose a acudir al hospital porque sabe que le volverán a rechazar; la impotencia de los profesionales ante normas ajenas que no permiten atender a una enferma sin tarjeta sanitaria. Todo parece obra del destino, ante el cual nadie puede hacer nada. Nadie es culpable. Si Senada empeora y muere será simplemente una fatalidad más.
Mañana hará dos años que entró en vigor en España una norma infame ( el Real Decreto 16/2012) que excluye del derecho a la asistencia sanitaria a una buena parte de las personas residentes en el país, en especial los que nacieron en el lugar equivocado que cantaba Zabala.
El gobierno español sigue manteniendo esta situación vergonzosa y humillante para un país mínimamente civilizado, incumpliendo recomendaciones de diversos organismos internacionales, desde las Naciones Unidas al Consejo de Europa. Aún así, el presidente español y sus múltiples corifeos, siguen negando la evidencia, intentando convencer y convencerse de que en España la asistencia sanitaria es universal puesto que en urgencias se atiende a cualquier persona.
La película de Tanovic es un buen ejemplo de las trampas que implica el concepto. En realidad lo que la norma española aparentemente respalda es la atención a emergencias, algo que se sigue realizando hasta en los estados más despiadados ( en todos no, puesto que como hemos visto recientemente en Gaza , en Siria o Irak no hay escrúpulos para bombardear incluso los centros sanitarios). Hay que ser muy miserable para no taponar la hemorragia de una persona que se desangra. Aquí parece que aún lo hacemos, aunque luego le facturemos el taponamiento.
Pero puesto el parche, administrado el analgésico, diagnosticado el cáncer, el problema sigue estando presente. Ese paciente convertido en invisible desde el momento en que abandona la puerta sigue necesitando un legrado, la colocación de una fijación externa , el drenaje de un derrame pleural, un antidiabético oral , un stent que le evite el infarto definitivo, un tratamiento quimioterápico para un cáncer que aún tiene un aceptable pronóstico. ¿Es eso urgente? ¿Dónde acaba la urgencia? ¿Un tratamiento imprescindible para poder continuar viviendo es o no urgente? ¿Es superfluo tal vez? ¿Lo es para los que nacieron en el lugar equivocado, pero no lo es para los que lo hicieron en el sitio correcto?
Al gobierno optimista los brotes verdes no le dejan ver el bosque. La Ministra homeopática, el consejero charcutero y demás familia se felicitan de la buena marcha de la economía, del “salvamento” de la sanidad pública , de la aplicación de normas como la Orden SSI 1475/2014 por la que se regula el contenido y procedimiento de suscripción de procedimiento del convenio especial de prestación de asistencia sanitaria. Han tardado nada menos que dos años en elaborar una norma que permitirá recibir asistencia sanitaria a aquellos inmigrantes en situación irregular que puedan documentar que llevan residiendo más de un año en el territorio nacional, estén empadronados y puedan pagar 60 euros al mes ( 157 si tienen más de 65 años). En definitiva, un oximoron. Porque ¿alguien cree que una persona que nació en el lugar equivocado, que atravesó un mar en patera y anda cada día con la angustia de ser detenido y deportado va a presentarse en una oficina del INSS con sus papeles en regla a pagar lo que no tiene?
La mujer del chatarrero nos acerca al bosque que tapan los brotes verdes. El que no vemos o no queremos ver. En cualquier caso no está de más recordar mañana y cada día quienes son los que están pisando.
Completamente de acuerdo Sergio. Sólo añadiría que este pisoteo que sufren muchos de nuestros conciudadanos, se evitaría con una mínima movilización del personal sanitario. ¿Has preguntado en tu entorno cuántos profesionales son conscientes de las consecuencias del infausto RD 16/2012?
ResponderEliminarSaludos
Jesús
El problema del bosque ya no reside en los brotes verdes sino en las gruesas raíces que ve Rajoy y que podrían hacernos tropezar porque sólo las ve él (¿también sus aplaudidores?).
ResponderEliminarEn el post se apunta a una cuestión esencial: “¿Dónde acaba la urgencia?” y que, expresada de otro modo, es quizá menos incisiva pero más abarcadora: ¿cuándo un paciente es realmente alta? No es infrecuente que, en aras de la eficiencia, como siempre, se premien objetivos basados en reducción de tiempos post-operatorios. Lo que pase con una persona operada de cadera que mandan muy pronto a una casa en la que todo puede complicarse simplemente no importa; si tiene que reingresar, será un nuevo episodio y la estadística con sus índices seguirá siendo estupenda. En realidad hay un continuum entre lo urgente y lo que no lo es (no parece adecuado que un trabajador activo haya de esperar un año a ser diagnosticado e intervenido de un ligamento cruzado roto, por ejemplo, arriesgándose a perder su trabajo). Y ese continuum se da tanto en el propio proceso asistencial como en sus consecuencias, magníficamente descritas en el post.
La culpa es ya de los inocentes, sean turistas africanos que vienen en lujosas pateras o saltando vallas, sean parados de larga duración en España o sean niños que han optado irresponsablemente por nacer en Gaza. Ésa es la perversión en la que nos hallamos. Y, siendo así, nadie tiene la culpa, excepto los que sufren las consecuencias. Ya sé que hay una clara distinción de grado, cuantitativa, ya sé que exagero mucho, pero… nadie en general tuvo la culpa tampoco en la Alemania nazi de lo que pasó según ese esquema desculpabilizador al que nos vamos habituando: la gente (médicos incluidos) cumple órdenes, los jueces juzgan según leyes (excelente, al respecto, la película “Vencedores y vencidos”), etc.
El problema, obviamente, no es dónde acaba la urgencia.Reside en la maldad intrínseca de un Real Decreto (es bueno conocer las firmas de estas cosas) dirigido precisamente a castigar a inocentes, un decreto producido y mantenido en vigor gracias en buena medida al silencio cómplice de tantos.