Me
encuentro a Mauri, mi peluquero de cabecera, probando de su propia medicina. En
contra de lo habitual en una peluquería a menudo abarrotada, hoy solo esperamos
dos a que acabe la faena del jefe. Uno supone que se debe a la lluvia que por
fin llegó a Albolote, pero Mauri me aclara que las razones son otras. Estamos
en la tercera semana del mes. Antes de comenzar la crisis la tendencia se
mantenía más o menos constante salvo las habituales y endémicas variaciones estacionales. Aprendo que los mejores meses
para el gremio son los de verano, quizá porque a la gente le agobia el calor,
tal vez porque quiere estar guapo (suponiendo que cortarse el pelo contribuya a
ello, algo más que discutible en ciertos casos). Aumenta también la actividad
en el mes de diciembre y con la llegada de la primavera.
Los
peores meses por el contrario, son los del crudo invierno ( enero y febrero)
donde parece que la gente hibernara hasta que volviera a aparecer el sol. Tampoco
es bueno noviembre, mes en que el personal apura la greña buscando retrasar el
acicalamiento hasta las fiestas de navidad en que, según me cuenta el peluquero,
se busca ir aseado a la cena del
trabajo.
Mauri
lleva las estadísticas con la minuciosidad con que De Guindos hace las suyas.
No falla nunca la tendencia. Pero cuando comenzaron los problemas económicos en
el pueblo, el paro y los recortes, el dibujo de la paleta comenzó a cambiar de
trazo. La planicie se convirtió en sierra. Apareció un primer pico en la
primera semana de cada mes, allá por el día 5: lo generan los que trabajan y
esperan a cobrar para asearse. Es un pico débil, los inversores no se
encuentran seguros de si su inversión es la más necesaria en estos momentos. La
producción peluquera cae en valle en la segunda semana y se recupera un tanto
al final, impulsada por el cobro del paro. Eso sí, este pico tampoco alcanza
gran altura; al fin y al cabo el esquilamiento no es prioritario cuando vienen mal dadas. De ahí
se pasa a un profundo valle que abarca todas las terceras semanas de cada mes,
momento en que los peluqueros aprovechan para cortarse el pelo; es el mejor
rato para raparse si no se quiere esperar ( lo que también tiene sus
inconvenientes puesto que la espera en una peluquería da mucha más información
sociológica que todas las encuestas del CIS). ¿Qué salva desde hace siete años
la escuálida caja del peluquero? La última semana, cuando cobran los jubilados y
afrontan los gastos que antes cubrían las familias y ahora no puede afrontar: es el corte de
pelo del nieto y el hijo, el material escolar que se precisa, el zapato que
sustituye al roto, en ocasiones la gran compra mensual. Mauri lo tiene muy bien
estudiado, la gráfica es la misma desde hace años. Le pregunto por los mensajes
esperanzadores de que la crisis ya ha pasado, de que ya aparecen brotes verdes.
Para él, en cambio, las cosas siguen igual, de hecho el año ha empezado igual o
peor que el anterior, que tampoco fue bueno.
El poco
trabajo que hay es trabajo abusivo. Mercadona, paradigma de la empresa española
exitosa, ofrece interesantes contratos de seis horas diarias: eso sí, se
distribuyen en dos tramos que aniquilan cualquier posibilidad de
compatibilización con cualquier otro trabajo, con cualquier forma de vida
familiar decente: el primero abarca de 6 a 9 de la mañana, destinado a recepcionar
y reponer productos; el segundo cubre entre 8 y 23 horas, destinado a recoger y
ordenar; suficiente para que el trabajador vuelva a casa y duerma lo suficiente
para volver a estar listo a las 5. Si no puedo llevar a sus hijos al colegio,
ni bañarles y cenar con ellos a Mercadona le importa un bledo.
La
gente no necesita esperar a los datos del INE para saber como está. Lo percibe
cada día, al acercarse a la peluquería, la frutería de la esquina, el quiosco
de enfrente. Y seguimos igual… de mal.
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