miércoles, 3 de febrero de 2016

Separarse siempre es duro

Geofrey Rubin estaba finalizando su periodo de residencia en Medicina Interna en el Columbia University Medical Center. Quedaban apenas unos días para que comenzara una nueva etapa, tal vez una nueva vida, una vez cumplidos todos sus compromisos de aprendizaje. Pero aún le quedaba una última lección por aprender. El docente en este caso se llamaba Señora Martinez, y no era ninguno de los prestigiosos profesores de Columbia, sino una de sus pacientes.  Rubin había aprendido todo tipo de técnicas y procedimientos, las más estrictas obligaciones en materia de círculos de mejora, espinas de pescado y normas de seguridad, pero nadie le había enseñado a acabar una relación. No una relación de pareja, ni tampoco el fin de una tormentosa relación de amistad, sino pura y simplemente la relación que se establece con un paciente siendo “simplemente” un residente.
Cuando hablamos de longitudinalidad, pensamos siempre en una situación que se produce cuando alguien adquiere “propiedad” sobre la plaza, o al menos cuando existe la perspectiva de un tiempo suficientemente prolongado por delante para atender al mismo grupo de pacientes. Un residente no parece invitado a participar en ese juego. Pero no es cierto.
Rubin lo contaba de forma impecable en el New England en su impagable sección de "Becomimg a Physician”. Tres o cuatro años puede parecer poco tiempo, pero  un paciente que ha ido estableciendo un vínculo invisible con ese o esa joven que le atiende en cada visita descubre un buen día que aquel médico simplemente se esfumó y no volverá a aparecer nunca. Y muy posiblemente nadie le haya explicado nunca qué es un residente, a que se dedica, por qué aparece un día y desaparece otro.
Rubin había visto a la Señora Rodriguez docena de veces durante su residencia y siempre consideró su relación como una catástrofe, sintiéndose amedrentado cuando encontraba su nombre en el listado de pacientes. Una mujer demacrada, frágil , residente ( pero de otra clase) en una residencia, pero de ancianos. Pero cuando Rubin le dijo de pasada “ por  cierto, en la próxima visita tendrá usted un médico nuevo, porque acabaré mi residencia en un par de meses”, se quedó pasmado al observar como dos gruesos lagrimones descendían por su cara arrugada: “eres mi tercer médico en 7 años , estoy en el hospital todo el tiempo, ningún médico se preocupa de mí. Sola. Abandonada. No importa. Solamente tendrá que empezar todo de nuevo. Ahora que por fin me conoces, te vas. Mis problemas, mis hijas, mi auxiliar, todo eso no lo comprenderá el nuevo médico”.
De poco le sirvieron a Rubin transitar por los manidos tópicos de que el que viniera sería mejor, que los problemas se solucionarían y volvería pronto a casa. Porque sabía que indicar pruebas e interpretar electros lo puede hacer cualquiera medianamente preparado, pero conocer a las personas lleva siempre tiempo, haciendo cierto una vez más  el clásico aforismo de Osler de que” importa más saber qué tipo de paciente tiene una enfermedad en lugar de que tipo de enfermedad tiene el paciente”. Porque cuando les pedía su opinión sobre lo que él hacía y como lo hacía encontraba respuestas imprevistas: ”me hubiera gustado que me preguntara más por mi familia”. O “ miras demasiado al ordenador y muy poco hacia mi”
Por supuesto es inevitable que las residencias acaben. También que lo hagan largos e intensos periodos de atención a un mismo cupo, extendidos a lo largo de los años, hasta que cualquier circunstancia, grave o banal, lo cierra. Pero hay maneras de hacer comprensible lo que ocurre a aquellos para los que supuestamente trabajamos. Algo que debería comenzar por explicar a los pacientes que  y quien es un estudiante o un residente, que hace y durante cuánto tiempo estará allí. Algo que debería finalizar con una consulta monográfica, dedicada simplemente a despedirse y dar el testigo al que llega nuevo. Porque a menudo los pacientes únicamente piden que alguien les salude , les de la mano al llegar o al despedirse, además de que le interprete la cifra de creatinina
Geoffrey Rubin aprendió de la Señora Rodriguez los múltiples papeles que debe representar un internista: guiar, enseñar, conciliar, consolar , proteger , incluso llegar a ser miembro honorario de una familia. E indirectamente también aprendió que la atención primaria (otra forma de atención primaria)  sigue siendo más esencial que nunca.

2 comentarios:

  1. Sergio Minué ...¿Qué me vas a contar a mí de lo duro que puede ser para los pacientes (y para su médico de familia) separarse tras una etapa larga de contacto permanente y de visitas frecuentes a consulta? Espero que el duelo no se convierta en patológico. Porque al último matrimonio que atendí en consulta, que fue a los únicos que le comenté mi marcha, por pocas acaban llorando los dos.

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    1. No es de extrañar Pachi. Es lo que ocurre cuando lo que se encuentra al otro lado de la mesa es escucha, respeto y ayuda.
      Lo van a sentir mucho tus pacientes, Y seguro que tu también
      Que te vaya muy bien
      Un abrazo

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