jueves, 9 de marzo de 2017

Bombardear Agrabah



Uno de los sesgos más habituales que cometemos cuando tomamos las decisiones clínicas de las que hablábamos en el último post es el llamado sesgo de confirmación, esa imperiosa tendencia a aceptar y buscar lo que conforma nuestra hipótesis  y rechazar aquello que la cuestiona.
No es un problema exclusiva de la medicina. Uno de los trabajos clásicos en la materia fue el realizado entre estudiantes de Stanford partidarios o detractores de la pena de muerte. A ambos grupos se les facilitaron estudios que aportaban argumentos justificando su implantación o su abolición; un grupo y otro valoraron como muy creíbles los estudios a favor de su tesis, y como poco creíbles los que defendían la tesis contraria. Es más, al preguntárseles a los miembros de cada grupo si habían modificado su posición tras leer los documentos aportados, todos  seguían defendiendo su posición con aún más energía.
Elisabeth Colbert, premio Pulitzer en 2015, intentaba hace unos días en The New Yorker encontrar una explicación a por qué los hechos no cambian nuestra perspectiva. Además de las referencias anteriores cita el libro de Mercier y Sperber (The enigma ofreason) en el que estos investigadores europeos defienden que la razón es una característica  evolutiva de la especie humana, como la bipedestación, no tanto necesaria para resolver problemas abstractos o para sacar conclusiones de datos extraños, como para resolver los problemas derivados de vivir en grupos colaborativos: “la razón es una adaptación al nicho hipersocial que los humanos han desarrollado para ellos mismos”.
Si la razón estuviera diseñada únicamente para hacer juicios certeros no existiría nada más fallido desde el punto de vista evolutivo: el sesgo de confirmación nos hace ignorar las evidencias que tenemos ante nuestros ojos; como señalan Mercier y Sperber si un ratón ignorase las señales de que no hay ningún gato alrededor pronto se convertiría en plato para la cena.
Sloman y Fernbach , otros dos investigadores en psicología cognitiva, afirman que los sentimientos poderosos respecto a las diferentes cuestiones que la vida nos plantea no dependen de nuestro entendimiento en profundidad del tema, sino más bien de la forma en que mantener una creencia genera un sentimiento de pertenencia al grupo.
Tras la invasión rusa de Crimea en 2014, el Washington Post publicó los resultados de una encuesta en que se preguntaba a los americanos si Estados Unidos debería intervenir militarmente en Ucrania: a mayor ignorancia de qué era Ucrania y donde estaba, mayor respaldo a la intervención. Los más entusiastas con ésta eran lo que localizaban Ucrania en Latinoamérica o Australia. Aún más grotescos eran los resultados de la encuesta sobre si Estados Unidos debía bombardear o no  Agrabah: cerca de un tercio de los votantes republicanos eran partidarios de ello, mientras que solo un 13 % estaban en contra. Es conocida la tendencia general de un votante conservador a resolver problemas militarmente, pero lo que no sabíamos es que también creen que pueden resolver los problemas en reinos imaginarios ( Agrabah solo existe en la película de Disney de Aladino).
Para algunos esto es un signo más de la muerte de la expertez, resultado de la reducción de la asimetría de la información entre legos y sabios que trajo internet y de la saturación de éste con todo tipo de basuras. Pero por lo que parece el problema es algo más complicado.
Pensamos que somos sensibles a  los argumentos que nos presentan a la hora de mantener o modificar nuestra opinión, nuestra postura, nuestra decisión. Sin embargo somos refractarios a la argumentación lógica, si cuestiona nuestras ideas. Esta “tara” evolutiva incluso podría tener una base orgánica. Parece, como señalan Jake y Sarah Gorman, que los humanos sentimos placer (mediado a través de la secreción de dopamina) cuando la información encontrada confirma nuestras creencias.
Ante la pregunta de si eran partidario o no de la reforma de Obama, los encuestados en un trabajo de Sloman y Ferbach (señala Colbert) respondieron de acuerdo a sus creencias políticas. Cuando la pregunta en cambio hacía referencia a si estaban a favor o en contra de un sistema sanitario con un solo pagador y además debían argumentar qué efectos tendría un modelo u otro, respondieron con menor seguridad y vehemencia. Para ambos investigadores esto representa un débil rayo de luz en un mundo de oscuridad.
El que no se consuela es porque no quiere.

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